martes, 12 de febrero de 2013

Capítulo 11:

Allá va la parte dos. Me da que lo de actualizar el blog me va a costar pero mucho. Por cierto, estoy haciéndole un lavado de cara, ¿Que os parece?


Capítulo 11: Mirada de Hielo. Parte 2


Tras un tiempo, estaban más o menos listas para avanzar. Aquel contratiempo les había hecho consumir la comida que tenían bastante deprisa. Y quedaba mucho que recorrer aún. Pero con Savannah siendo una persona completamente dependiente, famélicas de nuevo y ningún rumbo fijo, nunca se puede ver las cosas de una forma muy positiva. El sur era su objetivo. No tenían muy claro el ir al desierto, pero pasar por el bosque iba a ser útil, teniendo en cuenta que era donde mejor se desenvolvían.
Caminar hacía allí se haría imposible sin toparse con una ciudad. Además, querían pasar por una recopilar alimento e informarse de cómo estaban las cosas en el colegio. Los más que tenían eran muy claros y buscarían una poco poblada. Calhina ayudaba a Afrodita a investigar rutas. Mientras tanto, Abhet leía sentada en la cueva mordisqueándose un mechón de la trenza. Parecía un libro de cuentos. Pequeñas y grandes historias. Savannah andaba por la cueva con lentitud, seguida de Lianna, pero caminaba sola sin tropezarse, sus sentidos estaban muy abiertos. Erika observaba como la vida en la cueva como en cualquier otro lugar. Sentada junto a la náyade, rodeándose las rodillas, pensaba en el porqué de demasiadas cosas. El porqué de la ceguera de Savannah. ¿Por qué no matarlas a todas? ¿No era más rápido? ¿Por qué seguían vivas? ¿Las seguía de cerca? ¿Conocía sus miedos, sus temores, sus puntos débiles? Era todo muy… raro… El libro que Ofiuco le regaló seguía en su bolsa. Quiso leérselo, pero estaba escrito de una manera muy complicada. Además no era capaz de centrarse, su cabeza ya estaba muy llena como para hacerla rebosar. ”Acabaré reventando” pensó en cierto momento. Pero aun así, siguió pensando en que terminaría pasando con ellas.
- ¿Sabes qué? Me recuerdas mucho a esta chica- soltó Abhet de repente, poniendo el libro a la altura de su nariz- eres como ella pero más insegura.
 -No sé de qué me estás hablando- le dijo bajando el libo con la mano, asustada por la extraña reacción de la chica.
- Esta historia cuenta de una dría que vivió hace mucho tiempo, que tenía el poder de convertirse en la Nada.
- ¿En nada?
- En la Nada, desaparecer completamente y a la estar, sin ser vista, oída, detectada podía convertirse en la Nada que nada y todo lo hacía.
- Menudo lio.
- Un poco pero si lo pinas se parece mucho a lo que tú haces, porque todo el mundo le decía que era increíblemente poderosa y que no desperdiciase su talente. Ella ni siquiera sabía usarlo y por más que lo intentaba, solo fue capa de usarlo una vez y lo hizo sin querer. Así pasaba la vida, buscando una manera de hacerlo salir, pero no funcionó. Luchó por ello y al morir dijo: hice todo lo que pude, no creo que mi vida este desaprovechada.
- Pobrecita, pero no sé qué tiene que ver conmigo.
- Me dijeron que en el barco exteriorizaste tu aura, que lanzaste una onda expansiva a un barco enorme y lo hundiste, es un talento y todos te dicen que lo repitas pero no eres capaz.
Su época en el barco e parecía muy lejana. ¿Cuánto habrían pasado, 6 semanas? Tampoco importaba, llevaría lo que llevaría. Esa cosa que supuestamente había salido de ella… ni siquiera la recordaba, dudaba mucho ser capaz de repetirla. Le pasaría como a la chica Nada y se pasaría su vida luchando por una causa perdida.
- Exteriorizar el aura no es tan difícil como piensas. Se trata  concentrarse en lo que sientes en es momento en lo más hondo e ti y dejarlo salir a través de tu cuerpo. En mi clase te lo explicaban diciendo que se trataba de sacar toda tu energía fuera, como cuando lloras. Inténtalo al menos.
- Abhet. Por favor, no te esfuerces. Es algo que paso por casualidad Es parte de mi Do, hay veces que nunca se usa jamás el Don. No soy buena con la magia, me asusta demasiado, temo hacerme daño y si la tengo que usar estoy temblando del miedo. Mucho menos magia grande y fuerte. No sabes lo que me cuesta llevar esto puesto- levantó el colgante.
- o debería tener miedo, es… tener a tu propia naturaleza.
- Supongo que sí. Pero me da miedo. Me da mucho, mucho miedo lo que soy capaz de hacer.

La mañana estaba clareada. Las nubes colaban entre ellas finísimos rayos de sol, como oro líquido que lloviese de allí arriba. Heinel observaba muy callao como las tropas se iban por las puertas. Como los enemigos golpeaban con rayos la zona este. Pero en su cabeza no sonaba nada. Ni los gritos, no los sonidos ni los hechizos, ni los golpes. Era como si lo rodease el silencio. Llevaban demasiado tiempo lejos. Las camas donde ellos dormían estaban vacías. El suelo quedaba  tantos quilómetros… un golpe podía ser mortal. Pero no para él. N para un chico que volaba. Bajo sus pies no había suelo. Quien lo necesitaba. Quien lo necesitaba, teniendo el recuerdo de Siena. Spree se acomodó a su lado. Con la espalda pegada al alfeizar Y las piernas cruzadas con aspecto preocupado miró con el largo rato al horizonte.
- ¿Las chicas aún no han vuelto?
- ¿Tu que crees?- respondió el recién llegado.
- Que ha sido una pegunta estúpida.
O había voces, ni pasos, no gritos ni nada. No sonaba el peine de Oceanía rozando contra su pelo, no oía a Darhi caminar, y caminar y caminar…
- ¿Qué crees que quieren de ellas?
- Obvio, sabes si han contactado de alguna manera con Pandora y las demás- Spree dejó caer una pierna hacia la nada y apoyó el brazo sobra la que tenía doblada.
- Todo esto me supera. ¿Y si no vuelven?
- Claro que van a volver no te preocupes pero eso. Ellas, todas… son fuertes, más que nunca, más de lo que creíamos.
- ¿Y si no lo hacen? ¿Y si nunca la volvemos a ver? Yo no soportaría que Siena se fuese sin saber que yo…- cerró los puños tan fuerte que los nudillos quedaron emblanquecidos.
- Eso no pasará.
-Como lo sabes, como estas tan seguro de que…
-Confío en ellas.
Y cuando las chicas que vivían provisionalmente con ellos volvieron, Oceanía ya no estaba. Y sus amigas lloraban.

La aldea era pequeña, peo para Abhet, que hacía mucho tiempo que no veía ninguna, era un mundo. Era poca gente la que estaba a esas horas en las calles, pero ella veía por fin un lugar lleno de vida. Se olía el miedo y a angustia, pero ella sentía que las ganas de vivir estaban allí presentes. Con una expresión de sorpresa y los ojos azules abiertos al máximo, paseaba con su bastón delante del pecho y las faldas sucias. Dos chicos de su edad pasaron a su lado, cubiertos de abrigos hasta la cabeza. Al rato, una mujer y un niño pequeño, el que acercó hacía su cuerpo al pasar cerca de su grupo. Era normal que se asustase de ellas. Abhet se ajustó un poco la capucha azul. Eran un grupo pequeños pero aun así eran bastantes para parecer algo extraño. A pesar de haberse dividido en os grupos separando a las gemela para no llamar la atención. Abhet amaba ese sitio Amaba esa sensación de libertad al  camina por la calle sin su institutriz presionándole para que caminase recta con la cabeza alta, sin mirar a los lados y con el abanico más alto. Todo aquello hacía los poco minutos que tenía para salir a la calle en las vacaciones insoportables Además de Helaa. Ella era perfecta, era delicada, caminaba recta aun con un corpiño aplastándole las costillas, mover el abanico con gracia teniendo los brazos desnudos expuestos al frío. Abhet la odiaba y la admiraba por ello. Le parecía increíble la confianza que su hermana tenía en que tan solo con lo que debía saber. La odia por todas la veces que le gritaba a Abhet que no podía hacer esa o tal cosa. Ella vivió siempre a la sombra a Helaa. Helaa era demasiado perfecta. Helaa era todo o que Abhet también habría tenido que ser si en ese preciso omento no estuviese allí. No, ella no tenía su vida completamente controlada por sus padres. Ella sería libre algún día Helaa no lo r, ella se casaría con quien sus padres quisiese y trabajaría donde ellos ordenasen. Abhet no. Arribaron a la posada, pequeña pero acogedora, de piedra. Calhina pidió una habitación a unos nombres falsos. La mujer de pelo encanecido fue a anotar algo en una sala tras el mostrador. La mirada de Calhina se quedó repentinamente pendida de un calendario, pobremente decorado, colgado en la pared únicamente adornada por ese. Los días estaban tachados hasta la fecha actual, muy cerca del apogeum del invierno. Ese día en el que la estación legaba a su máximo esplendor, el frío era penetrante he insoportable y las nieves empujadas por una fuerza masiva, caían al suelo.
- ¿Que pasa Calhi?
- Eh, esto. ¿Os habéis fijado que día es hoy?
- Sí-respondió Korah- seis semanas desde que nos fuimos.
- No solo eso. Es que Julietta acaba de cumplir años, hace tres días. Y se acercan mucho las vacaciones. Unas dos semanas…
- Y entonces tú cumples 14 años. Y unos días después, cambiamos de él. Y cumplo yo.
Lianna quedó quieta, con los labios entre abiertos y las cejas arqueadas ligeramente. Abhet calculó cuanto faltaría para el suyo, en la Estación de los Cometas. Tamina intentó calcular cuánto tiempo llevaba alejada de Elocar y sus padres. La abrumó tanto que intentó no pensar en ello. La mujer volvió a salir, acompañada de un chiquillo de alas naranja y oro. Le dijo un par de cosas y el chico les indicó que le siguiesen. La habitación era normal, con pocas ventanas. Erika entregó el dinero al niño y este se fue. No parecía que a nadie le llamase la atención su falta de equipaje, su mal aspecto o que portasen armas. Una brisa fresca entrada desde la ventana y Savannah sintió como jugueteaba con su pelo, los poco mechones color atardecer que escapaban de la coleta. Echaba mucho de menos cuidarse y mimarse ella sola, pero ahora, Calhina y Lianna lo hacían todo por ella. Se sentía volver a la infancia de muevo, cuando no podía hacer nada sola, cuando sus hermanas o su madre se encargaba de que no se metiese cosas en la boca o se cayese por la escalera. Aunque siempre habría querido volver atrás, o de esa manera sintiéndose impotente ante el mundo que, lleno de peligro insospechados, se cernía sobre ella. Lianna le ayudaba a cambiarse un poco la ropa para dormir mientras pensaba en todo eso, y Calhina rehacía su coleta con esmero de no hacerle daño. Tras un rato, le ayudaron a meterse en la cama. Pobrecillas. No les llegaba con mantenerse con vida como para tener que ayudarle a poder llevar la suya de una manera más o menos normal.

El chico rubio esperaba impotente maniatado en las mazmorras a un destino fatal Podría morir. Esa misma noche. La jefa solo tenía que chasquear los dedos y fuera. ¿La harían lo que ya le habían hecho a tantos otros? ¿Era doloroso? Claro que lo sería, pero temía más a esa vaciedad de la cual hablaban los que sufrían. Pero era el castigo a pagar por haber oscurecido aquellos ojos en vez de apagarlos. Se oyen pasos y agua gotear. Sabía que aquella chica, algún día, saldría de entre las tinieblas y vendría a por él. Estaba seguro.

No conseguía dormirse. Arika no conseguía dormirse. El miedo a que todo saltase por los aires, entrasen por la puerta con espadas en alto o simplemente poder morir, así de repente, le aterraba. Le aterraba hasta un límite insospechado. Temía por su vida más que nunca. Más que en las montañas, que en el Reino náyade o en la aldea Líminide. El miedo le apretaba el estómago y le mantenía los ojos muy abiertos. Temblaba a pesar de no tener fría. Lloraba sin estar triste. Aquello era demasiado para ella. Solo era una cría, una simple cría cuya única preocupación debía haber sido aquel día, mil veces maldito, ir al baile muy guapa. No preocuparse de que una malvada y psicópata asesina enviase un recluso suya a matarle A pesar de que en algún momento sintió compasión por ella, ahora el asco y la repulsión mezclados con el odio superaba cualquier rastro de sentimientos benevolentes en ella. Solo había maldad en aquella mujer. Se había atrevido a tocar lo que ella más necesitaba y amaba en el mundo. Sus amigas. Y le había arrebatado a una su Don. Eso no se hacía nunca, eso era un tabú. De todas las cosas prohibidas, ocupaba un puesto alto. ¿Cómo podía una persona hacer algo así? Dejar completamente indefensa y a merced del miedo a una poder niña. La culpa ya no era de la guerra, del pasado de Seena o de cualquier otra cosa. Era culpa de la Gran Guerrera. Ni siquiera se dignaría a pensar en su nombre. Era muy raro, además, ya nadie se lo podía poner a sus hijos. Sonaba demasiado horrible y la gente le tenía verdadero pavor a ese nombre. Nunca pensó que pudiese odiar un nombre tanto, tenerle tanto miedo y asquearle todo al mismo tiempo. Oh, claro que se podía. Pero el nombre significaba la persona que lo llevaba. Y Arika la odiaba. La odiaba hasta límites que jamás habría creído posibles en ella.
Al despertarse por la mañana, aún tenía el sabor salado en los labios y las mejillas. Se había clavado tanto las uñas rotas en la piel que ahora las marcas eran pequeñas líneas sangrientas en sus palmas. El desayuno no era excesivamente abundante, pero la comida es la comida. Tenían intención de descansar un día y sí recuperar fuerzas. Si Afrodita accedía, se lo pasaría en la habitación entrenando batalla cuerpo a cuerpo y su puntería con el arco. También quería aprender a apuñalar. No sabía si era del todo útil, pero por alguna razón, había soñado con la Gran Guerrera muerta entre sus brazos, con el cuerpo bordado en agujeros sangrientos en los que el puñal que ella blandía encajada a la perfección. Perfección. Esa era la palabra que usaban todos para describirla. Si fuera realmente perfecta tendría, al menos, algo de corazón.
Afrodita la derribó de otro golpe, mientras Julietta observaba en silencio.
- Cualquier parte que llegues a dejar descubierta, es susceptible a que te la golpeen. Cúbrete el costado derecho más con el codo y si te golpe una espada, empujas el codo con fuerza Si te ha cortado le desequilibrará y tal vez te saque la espada, pero si no, conseguirás muy posiblemente tirarle al suelo.
La chica se puso de pie y volvió a la posición defensiva.
- Deberías descansar, al menos un momento… -Julietta la miraba con preocupación.
- No- le cortó Afrodita- debe conocer sus límites y capacidades al máximo Cuando llegue al nivel de agotamiento absoluto, podrá parar, mientras, debe mantenerse de pie.
Arika asiente. Aunque está segura de que pronto alcanzara ese nivel porque sus piernas temblaban y el sudor le empapaba la cara, la espalda y el escote. Pero podía seguir. Podría seguir hasta donde ella quisiese.

Calhina y Erika paseaban por el minúsculo mercado de la ciudad. La niebla se colaba entre los puestos, pero las mercancías era visibles. La humedad era algo molesta pero estaban acostumbradas a temperaturas extremas y esta no era la peor que habían vivido. Comentaban en voz baja lo que veía y si algo se adaptaba a lo que buscaban con el presupuesto adecuado. Al fin, la niña de cabellos rubios se detuvo frente a un puesto de bisutería. Un viejo algo desdentado pero sonriente les saludo tras el mostrador improvisado con tablas y telas pesadas que caían al suelo, desgastabas.
- ¿Deseaban algo las señoritas?
- Si, es ese collar azulón de piedra. ¿Cuanto cuesta?
Tal vez se compadeciese de ellas al verlas tan delgadas y demacradas y al advertir la falta de color en sus caras, pero sonriendo aún más, les dijo:
- ¿Cuánto tenéis?
- Dos monedas de oro y una de plata- Calhina se mordía el labio, nerviosa.
- Dadme una de oro y una de plata y es vuestro. Es una roca de las montañas de la cordillera Env. Auténtica, que digo autentiquísima. Una piedra de los vientos. Cuando hay Luna, brilla de una forma especial, mágica.
Le entregaron el dinero.
- Con la otra compraros algo de comer y os comáis vuestros labios, que de eso ya se encargaran otros.
Se alejaron oyendo las risas del hombre. Calhina lo metió en la bolsa con el dinero. Realmente era bonito y le recordaba mucho a los ojos de Julietta. Le quedaría muy bien. Era una nadería comparad con lo que solían regalarse una a otras en sus cumpleaños. Pero le apetecía hacer eso con su amiga. Lo merecía. Era horrible haber pasado su cumpleaños lejos de casa, pero además pasarlo sin que ni tu misma te dieses cuenta, era peor. Bueno, al regresar, se harían todas una fiesta enorme y le regalaría lo que se merece de verdad. Llegaron a la posada, donde Tamina se echaba más capas de ropa y Abhet ayudaba a Lianna a lavar la del grupo. Era un espectáculo curioso. Savannah estaba andando en círculos esquivando cosas. Lianna frotaba la ropa con un jabón como podía y Abhet le lanzaba un chorro de agua con las manos. Después, entre ambas la secaban con ráfagas de aire cálido.
- ¿Que le habéis cogido?
- Nada, un collarcito. Me da pena que se haya pasado sin que nos diésemos cuenta.
- Venga, no pasa nada. Además en nada es el tuyo. Dejemos de pensar en eso. Podemos pesar en muchas cosas más importantes. Que vamos a hacer ahora, por ejemplo- Lianna frotaba una camiseta mientras Erika se ponía a su lado y ayudaba a limpiar.
- Pues no lo sé. He revisado el mapa y la notas que tomamos en el barco, más el libro que Erika cogió en el Castillo. Y tenemos un problema. Sabemos, más o menos, donde está el del fuego, la Llama de Agris. Se dice que en el templo de Dodasty. Y se supone que el Cometa Ishow está en Razghar.
- ¿Cuál es el problema?- pregunto la chica sin alas.
- Pues que ambos sitios desaparecieron hace unos… 200 o 300 años. Uno por alguna extraña razón desapareció sin más del desierto, como si fuese un fantasma. Y Razghar se inundó y murieron todos. Quedó completamente destruido. Después… no sé.
- Podemos buscar entre las ruinas.
- Si las hay- objetó Lianna-
- He estado pensando- la conversación fue interrumpida por Abhet- que tal vez ella también este buscando los Kayabis.
- Pero ella ya tiene la Luna. ¿Para qué iba a quieres los otros si se supone que es tan poderoso con los otros cuatro juntos? No se…
- Para evitar que le ganemos. Para asegurarse la victoria.
Las chicas se miraron preocupadas entre ellas.

Al pasear por la aldea, Arika se fue fijando en cómo se comportaba la gente. No fueron las únicas que partieron. Esa mañana. Al caminar, con los músculos doloridos, escuchó una conversación entre lo que parecía madre e hijo:
- Pero cariños, después no será nada. Son solo ataques y…
- No madre, Tandarmia me necesita y yo volveré. Tan pronto como puede volveré a por vosotros y los niños. No voy a dejaron a atrás. Lo mensajes son cada vez más claros y escasos. Ella ha vuelto mamá, y debemos detenerla.
Arika contuvo la respiración, como si en ese momento fuesen a asomarse por la ventana y a preguntarle que hacía. La mujer rompió a llorar en sollozos. La chica había vuelto a soñar con la Guerrera muerta entre sus brazos. Sí que había matado gente, pero nunca sujeto un cadáver entre las manos. Se imaginó el tacto a frío que debían tener. Al pasar cerca de una tienda de telas, miró la mercancía unos momentos y tuvo una idea.
- Afrodita ¿no seríamos más difíciles de localizar con capas y capuchas?
- Si, pero no tenemos dinero.
- Pero podemos robarlas.
Se sorprendió ella misma de que esas palabras saliesen de sus labios. Aunque cada vez notaba más los cambios en la vieja Arika. Dijesen lo que dijesen, las personas cambien.
- Si, si podemos, pero los tendría que hacer Lianna, mientras es invisible- Afrodita se puso tras la oreja n mechón podemos convencerle.
- Pero… ¿Cómo vamos a robar algo? Eso les ha costado hacerlo y detrás de eso hay personas y….
- Julie, hay que sacrificar algunas cosas. Además, estoy segura de que esas personas prefieren estar vivas a con dinero. Tal vez no todos piensen así pero créeme, el tendero os agradecerá que le salvéis la vida a que le compréis cuatro capas.
Resignada, Julietta calló y ladeando la cabeza ara que su rostro no fuese visible a la sílfide, miro al cielo, pensativa.

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