Mirada de Hielo
Parte 1:
Salían
en unas horas. No tenía hambre, los nervios le impedían comer nada. Pero se obligó
a hacerlo. Savannah se mordió el labio. Siempre le ayudaba a pensar, pero de la
fuerza que le imprimió, acabó perforándoselo con un colmillo. No podía predecir
el futuro, pero si tenía malos presentimientos. Le daba miedo salir de la
protección que el consejo le confería. Ahí fuera le esperaba algo que le
transmitía malos presagios. El tiempo pasaba con su silencio. Las voces de sus
amigas preparando estrategias eran ecos en su cabeza. El miedo la superaba.
Cuando se acercó el momento de partir, Savannah seguía sentada con la mirada
baja cuando las despedidas se llevaron a cabo ante ella.
-
¿Te sientes nerviosa chiquilla?
-
¿Eh?- levantó los ojos de sus manos al fin- sí, sí, estoy bien. No es nada.
Haden
le miró con ojos preocupados y las manos a la espalda. Las chicas apenas se habían
percatado del curioso comportamiento de Savannah.
-
¿Seguro que estas bien?
-
Perfectamente, vamos, tenemos que partir. No queremos que se nos haga de noche.
La
puerta principal estaba rodeada de persona. Sirvientes, Consejeros, jardineros…
Todos iban a despedir a las Liberadoras. Dejando atrás la montaña entre las
grietas de la Cordillera Dendabor, se alejaron.
Haden
miraba pensativo a la última sombra que desaparecía en la lejanía de las
cumbre.
-
Son iguales que ella. Completamente iguales- le susurró a su compañera.
-
La clara imagen de Talissha. Poseen la misma magia…
-
Ya estamos con eso. ¿No les abras llenado la cabeza esas jovencitas con tus tonterías sobre la
magia del momento y esas paparruchas verdad?- al distinguir la media sonrisa de
Ofiuco, respondió- tan capaz has sido. Eres igualita que tu madre, hija.
-
Padre, hace mucho que confió en ser exactamente como ella, no es otro mi
objetivo.
-
Mira donde acabo ella. Muerta, bajo las manos de la Guerrera. Si sigues sus
pasos locos, acararás así.
-
Pues no me va tan mal por el momento. Por cierto- le comentó al empezar su
camino al interior de la casa- me parece que la culpa de la información
filtrada sobre los sueños de la chica no fue una mera casualidad.
-
¿Hablas de traición, hija?
-
Exacto.
-
¡Es esa estúpida niña pelirroja! ¡Estoy segura de que es ella! Su maldita
mirada… Su manera de tenerlo todo bajo control… Debemos deshacernos de ella.
Como sea.
-
¿Pero el plan no era mantenerlas con vida?
-
Cambio de planes. Limitaos a cumplir mis órdenes. Matad a la chica pelirroja,
que no vuelva a ver. Y si alguna de las otras niñas se interpone en su camino,
exceptuando las que os he dicho, matadlas también.
El
chico se fue y Seena y su enfado se quedaron solitarios allí. Se miró a un
espejo de plata. Después de todo, ellas también sabían jugar a aquel juego.
Pero las normas las seguía dictando ella.
Savannah
seguía pensativa. Las malas ondas seguían ahí, acechándole. Al igual que frío,
se ceñían sobre su ser, sin saber porque. Los caminos eran tan escarpados como
los recordaba, como en sus sueños, en los que caía hacia un barranco eterno
donde la muerte la esperaba con sus largos dedos deseando apretar su cuello. No
tenía muy claro cuánto había paso, pero era mucho tiempo, porque el sol ya se
escondía. De pequeña, escribió un pequeño relato sobre que el sol era un
cobarde, porque por mucho que brillase, cuando la luna tan pequeña y débil se
acercaba, se iba para su casa a salvo de todo peligro. Luego la luna se lucía a
su costa y se iba. Y así siempre. Le recordaba a como vivía ahora mucha gente.
Era muy valiente cuando todo iba bien, pero a la hora de demostrar quien era
realmente capaz, muy pocos daban la cara. ¿Cuántos de aquellos nobles con
espadas de oro se atrevían a salir ahora de sus palacios? En cambio, estaba
segura que la gente del colegio ya estaba luchando contra las tropas de Seena.
Por unos instantes, se imagino a Oceanía intentando luchar contra aquella
gente. Era fuerte, pero como líder de tribu, su respeto por la vida era
superior al del resto de las personas. Se pararon a descansar en una cueva.
Sería una noche larga.
El
chico hizo señas a su compañero. Habían parado en una cueva. En cuanto se
durmiesen, adormilarían a la guardia y matarían a la chica pelirroja. Las
estrellas asomaban ya en el firmamento. En la guardia, estaba la niña minúscula
y la náyade. Su compañero musita unas palabras muy seseantes. Al instante,
ambas cayeron víctimas de un sueño profundo. Daga en alto, se fueron internando
poco a poco en la cueva. Las demás estaban dormidas muy profundamente debido a
su agotamiento. La chica pelirroja estaba agazapada en una esquina, con el pelo
casi brillando en la oscuridad. Temblaba del frío. Cuando al final del camino
su compañero llegó hasta ella, le entregó la daga. Este tragó saliva y la
levantó. Iba a dar en golpe triunfal.
Camina.
No mires atrás. Camina. Corre. Mas. Cuidado. Eran las órdenes que Savannah
seguía en su sueño, para al fin llegar
las dunas. Su tierra. Y de ella no quedaba nada. El fuego había devorada
hasta el último gramo de arena que cubría su desierto. Muerte y destrucción. Lo
mismo que dejaba atrás, en el colegio. Abrió los ojos y gritó.
Ambos
chicos se asustaron y el chico más fornido dejó caer la daga. La chica les
miraba con unos gigantescos ojos oscuros. Había un misterio brillo en ellos
cuando asintió, aun con la mueca deformada por el miedo. Sintió que alguien le
derrumbaba por la espalda. Aparto a la niña rubia de un manotazo y se arrastró
para alcanzar la daga. Una espada le hirió en la pierna. Tenía que matarla,
como fuese. Las dríades estaban despiertas, mirándolos con sorpresa. Pero la pelirroja estaba acorralada. Y tenía
la daga en sus manos otra vez. La levantó, con la cara de miedo de la chica
ante el. Esa mirada, que se internó en su ser. Reproche, miedo, asco, disgusto,
miedo… la mirada de alguien que sabe que morirá asesinado. Y algo dentro de el
descubrió que esa era su mirada normalmente. Que sufría y que temía de forma
constante. En aquellos ojos, vio reflejados los suyos. Sus ojos del día a día
por vivir al servicio de Seena. No podía apagar esa mirada para siempre.
Tampoco podía dejarla encendida. No podía matarla. A ella no. Tiró la daga y
puso la mano sobre la mirada de hielo de la chica. Esta grito pero no le
importó. Aparó la mano y salió volando de allí.
No quería volver a matar a nadie más. Libre. Y si quería ser libre,
necesitaba a todas aquellas chicas.
-
¡Como que no las has matado!
-
La he dejado ciega, que para el caso es lo mismo.
-
No matará. ¡Nos matará por tu culpa! ¡Eres un estúpido y un débil!
-
¿Tu quieres seguir asesinando personas?
-
Sabes que no, pero que no tengo mas opciones. Mi familia depende de que ella
este feliz.
-
Pues ellas son la clave. Si acabamos con ella, no habrá libertad.
-
Están condenadas al fracaso tanto como tu en este momento a la muerte.
Savannah
lloraba. Lo sabía. Sabía que pasaría algo malo. Lo sabía. Estaba desconsolada,
sobre el hombro de Abhet, que la mecía suavemente entre sus brazos. No veía
nada. Nada. Ni siquiera un color, una pared, algo que le dijese que sus ojos
seguían dentro de las cuencas.
Nada.
Erika
estaba a su lado, como los ojos plagados de lágrimas. Todas estaban alrededor
de la joven ciega. Nadie decía nada. El único sonido eran los sollozos de
Savannah. Ella vivía de su mirada, lo era todo para ella. Si su mirada, sin su
Don, no era nadie.
-
Podían haberla matado- le susurró Afrodita a Arika- lo que no se es porque no
lo hicieron, ni porque fueron a por ella. Ella no presenta una amenaza para
ella tanto como vosotras.
-
Ella nos dice en quien confiar y en quien no. Sin ella, no tenemos a nadie. Su
mirada era la diferencia entre en la vida y la muerte.
-
Era mejor que me hubiesen matado.
Savannah
tenía los dietes apretados y los ojos, ahora negros perdidos en ningún lugar.
Eran dos manchas en su cara. Nada en ellos quedaba de los originales.
-
Sav, venga, no digas eso- Lianna quiso consolarle. Pero Savannah apartó la mano
de su amiga de su hombro.
-
No, vosotras no lo entendéis. Esto… es horrible. Antes solo os miraba a la cara
y no necesitaba las palabras. Las palabras no se me dan bien. No las he
necesitado nunca, siempre he sabido que hacer, no que decir. Tal vez lo
parezca, pero a veces, solo decía lo que necesitabais. Ahora que no se, no se
ti tengo muy claro en que me quedo.
Eso
era cierto. Sabía lo que decir, pero porque la gente sin querer se lo contaba
con los ojos. Ahora había perdido ese control. Era algo que era parte de ella,
como si perdiese un brazo o una pierna.
-
Saldrás de esta. Lo prometemos.
-
¿Cómo estas tan segura, Arika?- miraba con sus ojos vacíos a Julietta.
-
Porque nosotras te sacaremos. Lo prometemos.
La
ciudadela estaba casi vacía. En ella quedaba solo una chica. Con ojos asustados
recorría los recovecos de la plaza. Los cristales apenas iluminaban, pues el
sol no daba apenas durante el día en aquel lugar. La fuente fluía con
prontitud, la sílfide se sentó en un banco a esperar. Los minutos pasaban y
nadie aparecía. Hacía tiempo que le sudor frío le recorría la piel. Al fin, de
una bifurcación salió una figura y tras ella otra. Se puso en pie. Si lo hacía
bien, todo volvería a ser como antes. Sino… el destino que la esperaba era
siniestro.
-
Habéis venido- les dijo.
-
Nunca faltamos a nuestras promesas. Jamás.
Era
un hombre que por la voz debía ser bastante viejo. Pero la capucha le impedía
ver nada. Tampoco le importaba, solo quería lo que era suyo.
-
No faltéis a la que me habéis hecho.
-
No faltes tú.
-
Ella eran 10 cuando las vi. Por el hechizo sé que ya deben estar en la alguna
cordillera muy lejana porque hace poco que se corto. Pero son más fuertes,
tiene lago que les da mucho poder. Casi duele al sentirlo. También sé que
perdieron dos pequeñas potencias pero ganaron dos más poderosas.
-
No nos estas aportando nada, eso ya lo sabemos.
La
chica se estremeció.
-
Pero es todo lo que se, la fruta embrujada tampoco podía decirme mas y vosotros
dijisteis que vendríais poco tiempo después. Ha pasa mucho y tal vez esta
información os hubiera sido útil en un pasado, no es mi culpa que tardaseis
tanto. Es la que os prometí. Dadme lo que vosotros me prometisteis. Es lo
justo.
-
Espera- la otra figura, posiblemente femenina se inclinó sobre su oído y le
dijo algo en voz baja. El hombre emitió algo, un sonido gutural que podría
equivaler a una risa. La mano femenina señaló a la sílfide- me parece que no
hay trato.
La
chica creyó desfallecer.
-
¿Cómo que no hay trato? ¡Devolvédmelo! Vosotros me pedisteis una cosa y yo os
la llevo teniendo preparada desde hace mucho, no es mi culpa que ya no os
sirva. Por favor, dadme a mi niño…
Lloraba
ante la mirada sin rostro del hombre. Suplicó pero el hombre no le hizo caso.
-
Ni siquiera te mereces nuestra misericordia.
De
entre la capa, una mano con un cuchillo en ella se dirigió al vientre de la
chica. Quiso apartarse pero no pudo. Tosió sangre, con el puñal entre los
órganos vitales, calló al suelo. Una vez allí, expió.
-
Vamos- le ordenó a su acompañante.
A
la mañana siguiente, la guardia de la ciudad fue llamada a la ciudadela. Un
gran revuelo los recibió y una madre con una hija fallecida y lágrimas en los
ojos. Uno de los guardias la reconoció, pues trabajaba en la taberna a la que
solía ir. Se llamaba Gaela.
-
Eh, hermanita.
Como
despertando de un sueño extraño, Erika sacudió la cabeza y miró a Arika. Tan
iguales. Tan diferentes. Había vivido esos últimos días como una espectadora de
su propia vida. El ver a evolucionar a Savannah dentro de su propio problema.
Ver como poco a poco superaba su miedo y avanzaba en sus capacidades. Como sus
nuevos límites se extendían. Estaba empezando desde 0. Cada vez se controlaba
más y esa capacidad extrasensorial que poseía como dríade era mas utilizaba
para guiarse. Lo mismo que ella. Ella también había superado muchas fronteras y
utopías que creía imposibles. Pero le quedaban muchas. Se daba cuenta de lo
extraño que era ver como una persona cumplía poco a poco sus metas sin poder
hacer nada, porque ellas poco podían hacer y lo sabían. Era algo que Savannah
debía superar sola.
-
¿Como te van las cosas?
-
Supongo que podrían ir pero- su hermana se encogió de hombros y se puso a su
lado.
El
sol brillaba en el cielo con sus últimos rayos, transformando las montañas
nevadas en praderas de fuego.
-
El mirada de hielo es un hechizo fuerte.
-
Casi un embrujo, pero sí, es… fastidiado.
Calladas
siguieron el sol con la mirada.
-
Tu… ¿de que hablaste con Haden?
Arika
se quedó pensativa.
-
De muchas cosas. Del mundo. De la motivación de las personas a hacer cosas. Del
miedo que se lo intenta impedir y de Seena. De ella sobre todo. Pero tampoco m
enteré mucho. Ofiuco y su maldito vino tienen la culpa de eso- rio con cierto
sarcasmo- ¿y tú?
-
De la ignorancia. De la gente mala. Y de otras cosas raras. No saqué muchas
cosas en claro. Estoy pensando… que veo que a ninguna nos habló de como usar el
Kayabis.
Del
cuello de Arika colgaba otra bolsita de cuero, aún cerrada. Sabían lo que había
dentro, podían sentir su fuerza. Una Estrella del cristal Eterno.
-
Yo lo hice. ¿Y sabes que me dijo?- casi refunfuño con los ojos muy abiertos
hacia ella- ¡Que nadie sabía!
-
Pues mal vamos.
-
No ya, si es que además cuanto más nos acercamos a una especie de respuesta de
nuestras dudas… surgen más. Es como si el mundo entero tuviese que enseñarnos
cosas para entendernos.
-
Es que eso es lo que pasa.
Ambas
volvieron a callarse. Cada día dejaban más atrás la infancia, tomaban
decisiones mas maduras y pensaban con más claridad. Era duro tener que dejar de
ver las cosas como antes. Incluso les gustaba su visión del mundo, la entendía,
pero ahora no entendían ni sus propios pensamientos.
-
Creo que si sigo pensando, acabará por estallarme la cabeza.
-
No por favor, no, que eres la lista de las dos.
-
¿Y tu que eres?- le preguntó.
-Obvio,
soy la menos lista- y se rieron en voz baja.
-
Pensé que dirías la guapa.
-
Somos iguales, tonta. Además, no importa quien sea más guapa. Sino quien es más
capaz- la chica miró al lago del valle. De allí a la cueva había mucha
distancia.
-
Ambas lo somos- Erika se rodeó las rodillas con los brazos.
-
A veces lo dudo. Tengo la sensación de que yo fallaré y que solo vas a quedar
tú. Tú eres fuerte. Increíblemente fuertes. Tienes claro lo que quieres,
-
No estés tan segura, dudo mas de mi misma de lo que crees- hizo una mueca- pero
no quiero mostrarlo, sino sé que os pasaré la duda a vosotras y… será peor.
-
De miedo todo esto de descubrir cosas y tomar decisiones.
-
Bastante- La medio humana se acurrucó mas para darse calor- también me da miedo
la magia.
-
¿La magia? ¿Por qué iba a darte miedo?- su hermana sonó extrañada.
-
Porque ya ves lo fácil que fue que se colasen en la cueva con un hechizo de
sueño. Si solo sus secuaces hacen eso… no quiero ni pensar lo que hará ella.
-
Somos fuertes- repuso Arika.
-
Pero débiles también- le respondió la chica.
Calladas
otra vez. Arika estaba pensativa sobre lo relativo que era ser fuerte o débil.
Erika se levantó y se fue en el silencio que la caracterizaba.
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