martes, 20 de noviembre de 2012

Capítulo 10


Durante unos segundos. El cerebro de Erika se apagó por completo. Hasta que la mujer dijo con voz muy alta:
- Cogedlas.
Los hombres les superaban en tamaño, pero no en número. Korah fue la primera en reaccionar y zafarse de uno de ellos.
- ¡No los matéis! ¡Corred!- gritó Korah.
Por fin, Erika comenzó a moverse. Pero el dolor de su pierna no le permitió moverse demasiado rápido. Fue Savannah la que al verla en apuros, la cogió por un brazo y de un aletazo se elevó del suelo. Arrastrando tras de si por el aire a la lisiada, la chica pelirroja aleteaba y movía las piernas desesperadamente. Erika hacia lo que podía. Pero sus pies no paraban de levantarse del suelo y Savannah estaba a punto de arrancarle el brazo. Lloraba y boqueaba como un pez. En un momento de dolor y miedo por perder el brazo, Siena le sujeto el otro brazo y comenzó a correr y aletear. Korah guiaba aquella huida por los pasillos. Al fin, Korah encontró una habitación y les obligo a entrar dentro. El trío se derrumbo en el suelo mientras las dos dríades recuperaban el aliento y Erika se apretaba la pierna, pues le dolía mas que nunca. Apretaba los dientes pero las lágrimas ya eran pequeñas cascadas por sus mejillas ensangrentadas. En un intentó de zafarse de un hombre, se hizo un corte en la sien, tal vez con un lanza. No lo había notado hasta que vio la sangre entre sus pestañas y sintió el calor del líquido escarlata sobre su cara. Savannah también tenía un buen tajo, pero este sobre un brazo. Era profundo y tenía un color demasiado oscuro. La chica se arrancó un buen pedazo de camisa y se lo cerró sobre la herida. Enseguida se tinto del tono rubí. Erika se arrancó un trozo de la suya y se presionó su corte. Se limpió la sangre, algo seca sobre la cara, con la manga.
- Shh…- Korah se llevó un dedo a los labios.
Tras la puerta, oyeron voces.
- ¿Por dónde han ido?- era voz de hombre.
- No lo se, pero no pueden llegar demasiado lejos. Una tiene una buena herida. Y una tiene una pierna rota y cojeaba mucho. Además son una niñas, solo estábamos sorprendidos, no se como no las hemos cogido.
- No me importa lo que sean. Las quiero vivas o muertas, pero ante mi.
Todas aguantaban la respiración. Vivas o muertas, pero ante ella… ¿Sería esa mujer Seena? ¿Alguna de sus secuaces? ¿Se habían metido en la boca del lobo por su propia cuenta? Erika no pudo evitar sentirse culpable. Ella había empezado todo esto, esto era su culpa. Ella firmó con letras grandes y muy claras su sentencia de muerte. Y de paso, la de sus amigas.
No supo cuanto tiempo estuvo allí. Minutos, horas… daba igual, cuando saliesen, tal vez hubiese alguien esperando allí.
- No vamos a rendirnos, lo que hemos venido a buscar esta ahí fuera.
- Es demasiado peligroso, Siena.
- Ya lo teníamos claro cuando entramos aquí. No son de los nuestros, que le vamos a hacer. Lucharemos contra ellos si es necesario. Da igual que sean cientos, miles tal vez. Somos mas fuertes que ellos. Podemos con lo que nos echen.
- ¿Y… si no lo logramos?- Susurró Savannah.
- Al menos… lo habremos intentado.
Erika volvió a apretar los dientes mientras se ponía de pie y dijo.
- No vamos a quedarnos aquí dentro esperando a que nos encuentres, no sin luchar. No vamos a rendirnos.
- Pues vamos- Siena se sacudió la ropa.
- Pero ese no era el plan. El plan era escapar- le espetó Savannah.
- Cambio de planes. Vamos.
Erika sacó la cabeza del cuarto, que estaba lleno de trastos. Salió silenciosamente y comenzó a caminar con cuidado. Los pasillos eran anchos y luminosos, las vidrieras cubrían toda la pared, dentro de ventanas con forma de arco. Todas tenían delicadamente talladas flores minúsculas e incrustaciones en los pétalos y las corolas. Rubíes, zafiros, esmeraldas y otras mil joyas que Erika jamás sabría decir cuales eran. De vívidos colores, dando la sensación de estar en un bosque. Ese hermoso y colorido lugar podía convertirse en su tumba en cuestión de segundos. Tan simple como que de la próxima esquina saliesen 30 personas armadas y las matasen en el acto, la llevasen ante su ama y pista. Pero los oyeron llegar antes de que eso ocurriese. Se escondieron las unas columnas con filigranas de plata.
- Seguid buscando- bufó un hombre- Son solo unas cinco chicas y una sílfide. Venga. Encontradlas.
Así que también habían encontrado a Arika. Erika se pregunto si ella tuvo la decencia de huir o también decidió luchar. Aunque prefería que fuese la primera opción. Algo dentro de ella sabía que Arika querría luchar, intentarlo al menos. Siena les hizo un gesto y volvieron a caminar. Llegaron a una puerta. Escondidas tras la esquina, vieron que dos guardias con lanzas, un hombre y una mujer, guardaban la puerta. Korah reaccionó mas rápido que las demás y envió directo a la cabeza del hombre un hechizo de aturdimiento. La mujer levantó la lanza hacia todos los lados, pero el hechizó de Savannah le dio de lleno. Ambas chocaron las manos.
Se dirigieron a la puerta y Erika se paró a escuchar si había algo después de ella. Silencio absoluto, aunque eso no significaba nada.
- Vamos a entrar. Preparaos- empujo la puerta con la espada en alto.
Y su grito se oyó por todo el palacio, porque al menos llegó a los oídos de su hermana.

Arika soltó la flecha que tenía cargada. Soltó el arma y giró la cabeza por el pasillo. Comenzó  a correr. Afrodita recogió el arco y comenzaron a seguirle en manada.
- ¡Arika, vuelve! ¡Harás que nos maten a todas!
Pero nadie iba tras ella. Nadie podía romper su conexión. Las alas de la chica eran más rápidas que sus piernas. Corría desesperadamente tras el chillido que le hizo darse cuenta de que su hermana la necesitaba. Se encontró con una mujer y dos guerreros por el pasillo y chocó con ellos. Se cayó de espalda al suelo. Antes de que pudiese levantarse, un hombre la atrapó entre sus brazos. Pataleo y grito mil hechizos. Pero las palabas no sirven de nada si no haces algo para que su cumplan.
- La tenemos- dijo orgullos.
- ¡Soltadme! ¡SOLTADME! ¡Debo ayudar a mi hermana! ¡Soltadme o…!
La mujer de aspecto dulce pasó una mano ante su cara y cayó desmayada. Puso los ojos en blanco y los cerró. Su boca quedo semiabierta, a punto de amenazar a los que podían con ella.
- Vamos, llevémosla ante los demás.
Afrodita se lanzó contra ellos como una gacela saltando en la oscuridad. Lucho por recuperar a su amiga y se llevó un golpe en la costillas que la dejo sin respiración. El otro hombre la atrapó y la mujer repitió la operación. Ambas chicas comenzaron a ser transportadas hasta un lugar desconocido. Lianna y Calhina observaron con impotencia como apartaban a sus compañeras de ellas. Calhina recogió el arco de Arika, que se quedaba tirado en el suelo como un muñeco viejo.
- Sigámosles, a ver a donde van.
Lianna asintió. Caminando con pies de algodón, de puntillas, llegaron a un destino que desconocían. Una puerta con inscripciones. La mujer del ceño fruncido abrió la puerta. No pudieron ver lo que había al otro lado, pero si que salían voces enfadadas, asustadas y algunos gritos. Unas parecían muy viejas, con muchos años cargados sobre los tonos que emitían. Otras asemejaban jóvenes y agudas. Al cerrarla, todas desaparecieron. Calhina tragó saliva y a su lado, Lianna sujetó el arco que le tendía.
- Voy a entrar y si no vuelvo, entras tu con el en alto haciéndote la loca. Luego sales corriendo a buscar a las demás, Pandora no puede estar tan lejos. Julietta podrá convencerles para dejarnos ir. Esa es la única flecha, así que, por si acaso, apunta bien.
- ¿Tú has bebido sangre? Y ya que estamos te pones un cartel en el pecho que ponga: Disparen aquí, si eso. ¿Estás loca? Vamos a intentar ver algo. Luego nos iremos, no voy a perderte, Calhi
- Lianna, no digas tonterías, eres más ligera que yo y…
- A la de tres entramos arco en mano. Prepara alguna luz muy fuerte y si nos atacan, estate preparada. Venga, vamos… a la de tres.
 Calhina suspiró. Su amiga estaba decidida a no dejarle atrás. Honorable pero peligroso.
- A la de tres. Una, dos y…
La puerta cedió. Lianna levantó el arco cargado antes de mirar siquiera dentro de la habitación. Calhina tenía los brazos extendidos lista para atacar. Cuando por fin reaccionó, sus ojos le enviaron la imagen de una sala circular, con un gran estrado similar al del colegio, donde un hombre muy viejo estaba sentado. Luego muchas persona estaban sentadas o de pie en sus lugares. Y el suelo, sin sentido, estaban las dos hermanas y algunas de sus amigas, con los brazos sobre el pecho y desarmadas. Lianna ahogó una exclamación asustada. El arco que apenas controlaba estaba dirigido al hombre que estaba sobre el estrado.
- Señoritas, tranquilícense. No vamos a hacerles nada.
- Y yo me lo creo- repuso Calhina- ¿entonces ellas que? ¿Les venció el sueño?
- Tranquilícense- repitió el hombre, bajando del estrado- les aseguró que no les haremos daño. Estamos de su lado. Nosotros íbamos a atraerlas hasta aquí. Aunque claro, ustedes se nos adelantaron un poco y nos sorprendieron entrando aquí un tanto  clandestinamente. Simplemente queríamos comprobar que eran de confianza. Parece que lo son y nosotros nos equivocamos al detenerles.
- Como que “íbamos”. Entonces los sueños reveladores, los dos- en un momento de tensión, Calhina bajo las manos aturdida.
¿Si no habían sido ellos, quien? ¿Quién envió dos sueños, uno con la advertencia y otro sin ella? Abrió los ojos al comprenderlo. Seena. La expresión del hombre cambió.
- Cogedlas- exclamó con tranquilidad.
Lianna disparó la flecha acompañada de un grito. Lo último que recuerda es  sentir el frio sueño y que sus ojos se cerraban irremediablemente era que la flecha chocaba contra un gran escudo dorado con dibujos de un bosque en la otra punta de la habitación.

Erika quería correr. Eran sus piernas la que se volvieron tan pesadas con el chillido. Las intentaba mover pero no respondían. Lo que si respondió fue el resto de su cuerpo. Porque notó como se elevaba del suelo. Ligera como una pluma, comenzó a revolotear en busca de una salida. Pero el bosque era interminable. Tras un rato, volvió a caer al suelo. No escucho ni sintió nada más en un rato. Corría en círculos, buscando un lugar que no sabía que existía. Es miedo se apoderaba de ella. No dejes que el miedo te controle. Pero el miedo se llamaba Seena y ella si podía hacerlo. Escuchó unas pisadas lejanas. Cada vez mas nítidas y quiso correr mas rápido, pero su velocidad disminuyó. ¿Dónde demonios estaba? Escucho unas bisagras oxidadas. Unos golpes secos, de algo que caía al suelo. Las horas pasaban y solo le llegaba el sonido de su propia voz en su mente diciéndose que huyese como fuera. Corre, se ordenaba. Sigue corriendo. Cansada y suponiendo que caminaba en círculos se sentó en el suelo. Si iba a morir que fuera rápido. Había estado tantas veces cerca de la muerte, y aun así no estaba acostumbrada a pensar que, si todo acababa…
Se despertó con un respingo. Las lágrimas estaban en su piel casi ausentes, pero su sabor salado seguía posado en sus labios. Le dolía la cabeza y eso sumado a la sed y al hambre le impedía pensar. Quiso llevar la mano a la empuñadora de la espada. Pero se topó con que no quedaba nada. Ni siquiera la funda estaba en su cinturón. Ni tampoco su bolsa de pertenencias. Se pasó la mano por la cara sudorosa y volvió a recostarse en el suelo de piedra. Donde estaba. Fuese donde fuese, el frio era oprimente y la oscuridad impenetrable, sus ojos no se hacían a ella. Quiso encender una llama sobre su mano, como le habían enseñado, pero no tenía energía y el dolor de cabeza se negaba a dejarle recordar como hacerlo. Al mover la mano, noto un bulto caliente. Era un cuerpo de dríade. Busco donde estaba la cabeza. Seguía sin distinguir nada. Al fin rozo el pelo y lo siguió. Pasó la yema de los dedos por la cara. Por los labios carnosos y las pestañas tan largas, solo podía ser Pandora. Empezó a zarandearla.
- Despierta. Despierta Pandora, despierta. Demonios Pandora, des…
Recibió una bofetada en pleno rostro. Bueno, tampoco iba a reprochárselo, ella hubiese hecho lo mismo.
- ¿Arika, eres tu?
- No soy Erika. No sé que esta pasando aquí. Despierta, creo que nos han atrapado. Tenemos que encontrar una forma de salir de aquí. ¿A ti también te duele la cabeza?
- Si, a horrores, es un hechizo de aturdimiento. Te atrapa en un sueño agobiante y cuando despiertas te obliga recordar ese sueño y te impide hacer nada para evitarlo. El dolor es para que no tengas oportunidades de hacer otro hechizo.
Erika se llevo la mano a la cabeza, tenía la sensación que le reventaría de un segundo a otro. ¿Cuento le duraría?
- Vamos a despertar a las demás.
- Vale. Oye, perdona por pegarte antes. Es que me asuste.
- Da igual. Vamos, tenemos que salir de aquí.
- Ah, no hagas hechizos o el dolor crecerá.
Erika asintió, aunque sabía que Pandora no le vería. A tientas, buscó otra persona. El pelo tan largo y el vestido tan voluptuoso le revelaron la identidad de Abhet. Cuando despertó, dio un fuerte grito. Erika le quiso tapar la boca, pero le tapo los ojos.
- Bueno, me has entendido. Ahora despierta a las demás.
Cuando la ultima persona abrió los ojos, repasaron su situación. Eran un grupo de niñas contra unos cientos de adultos especializados en hechizos de defensa, con un dolor de cabeza matador y sin armas. Ah sí, y Erika tenía una pierna rota.
- Nuestra prioridad será salir de aquí. Y luego curarnos.
- Me parece que eso no será demasiado difícil- dijo Korah- Me han quitado LAS gafas. Esto es personal. ¿Dónde esta la pared?- paseo a tientas por la habitación. Se choco con un par de personas- a ver, esta pared da a otra celda, supongo que la de enfrente lo mismo- camino de nuevo- esta da a un acantilado demasiado alto para volarlo en nuestras condiciones. Esta será la buena. ¡Premio! Veo un pasillo y una antorcha que lo ilumina. Más celdas. Estoy mirando la cerradura de la de enfrente. Es un candado muy sofisticado, pero nada que un par de hechizos no puedan destrozar. Aunque si esta encantado… Tendremos que tratar de destrozar el nuestro.
- Uno, no podemos hacer hechizos hasta que se nos pase el efecto del conjuro Ageotis. Y dos, estamos sin armas y el candado esta por fuera. ¿Cómo pretendes que lo hagamos?- dijo Abhet, desesperada.
- Siena, vas a ser la afortunada que se sacrifique por el grupo. Vas a darte de golpes contra la puerta hasta hacer un agujero.
- ¿Qué?
- Dale. Venga, Diamante, tú puedes.
Para tener un dolor de cabeza insoportable Korah no estaba de un humor de perro como el resto del grupo.
- ¿Tu te encuentras bien?
- No, creo que sin cabeza estaría mejor. Bueno, mejor que no digas eso o se lo tomaran al pie de la letra. Pero no voy a quedarme de brazos cruzados mientras esos anormales juegan con nuestros Kayabis. No me digas que te lo han dejado, Erika.
Erika no había pensado en eso he inmediatamente, lo busco en su cuello. No estaba.
- Lo que yo decía. Siena, tienes que hacer un esfuerzo.
Siena, agobiada, se mordió el labio inferior. Se hizo sangre y se la tragó, aunque no pudo evitar sentir cierto calor sobre su piel de porcelana. Se lo secó con la mano.
- Veamos, apartaron todas, veré que puedo hacer.
Al ponerse de pie, su dolor de cabeza se hizo más notable que antes. Toqueteó la puerta buscando un punto débil, pero estaba muy bien construida y la madera estaba bien cuidada y era de calidad. Se centró en destruirla y punto. Hizo un círculo en rededor de una zona algo más húmeda que las demás y la golpeo con el puño. Aparte de la cabeza, ahora le dolía la mano. Apretó los dientes y volvió a hacerlo. Así unas tres veces.
-Esto no funciona. Me voy a dislocar los dedos.
Korah suspiró.
- Bueno, intentar… Espera, viene alguien. Es la mujer del pelo raro. Viene con tres soldados y una cuerda.
Erika odiaba a esa mujer. La odiaba por haberle hecho daño a ella y a sus amigas. La odiaba por que tal vez fuese a matarla. La odiaba porque no la conocía lo bastante para no hacerlo.
- Esta abriendo la puerta y…
La luz les cegó y cerraron los ojos. Casi sintieron como sus pupilas pasaban a ser tan solo un minúsculo puntito en el centro de su iris. Con los ojos medio abiertos, pudo ver como una portaba su espada, el arco de su hermana y las demás armas. Solo faltaba la espada de Afrodita.
- Mis queridas reclusas, sentimos haber sido tan maleducados con ustedes. Si me lo permiten las señoritas- Erika notaba la sorna en su voz y no le gustaba su tono sarcástico- sujeten esto y síganos.
Al sujetar la cuerda todas en fila con Afrodita al frente ya no pudieron soltarla. ¿Qué otra opción tenían aparte de dejarse guiar hacia una posible muerte inminente? De nuevo a la puerta grande. Erika se preguntó que harían con ella. ¿Tendrían la suerte de una muerte rápida o las torturarían? ¿En ese caso moriría de las primeras o le obligarían ver morir a sus amigas? Estaba casi segura que por ser el mayor peligro, sería la torturada más fuertemente. Intentó acordarse de buenos recuerdos, de sus buenos momentos para recordar su vida y lo que más le había gustado de ella. Y casi todos lo recuerdo eran con las chicas que iban a caer con ella. La sala estaba como la vio la primera vez que le lanzaron un hechizo para aturdirlas. Recordó su grito, que guio a su hermana hasta ella. El hombre viejo se levantó y pudieron soltarse. Pero estaban acorraladas por los guardias.
- Me parece que ya saben porque están aquí. Se les acusa de traición al Reino y falsificar una identidad. También de intentó de desmantelamiento de una institución mágica. Antes de decidir su condena, tendrán que confesar sus crímenes y desvelar el estacionamiento de la persona que las envía hasta aquí.
Erika no entendía nada. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Falsificar identidades? ¿Desmantelar instituciones?
- Usted no tiene ni idea de con quien está hablando.
La osadía y el odio de las palabras de Arika le hicieron ganarse una bofetada en pleno rostro. Comenzó a enrojecer e hincharse.
- Nos acusa de falsos cargos y este juicio es injusto.
- Fewe, será mejor que le explique a esa chica como nos la arreglamos aquí.
Un hombre con una sonrisa perversa y el tamaño de un armario, cogió a Arika de la trenza y comenzó a arrastrarla hasta el centro de la sala. Esta pataleaba y gritaba pero no la soltó. La dejó caer al suelo y la levantó por un brazo. Se lo retorció hasta que sonó un chasquido y un chillido que rebeló su ruptura. - Va a decirnos ahora como se las apañó su jefa para enviarnos esas señales y para hacernos creer que las verdaderas Liberadoras estaban aquí, ¿verdad?
Erika lo comprendió todo. Los dos sueños, el que supieran por donde entraban, que las traten como a criminales… Estaban en el consejo, claro. Pero era un consejo en el que Seena había introducido falsas pistas. Una manera de acabar con ellas rápida, quitarles los Kayabis y no ser la culpable. Ella les hizo creer que enviaría espías y se introducirían allí para conseguir Kayabis y a ellas que no eran de fiar, pero que les dirían que si. Los enemisto antes de que se conocieran con mentiras.
Fewe le cogió de nuevo por el pelo y comenzó a ahogarla. Intentaba liberarse de su garra de hierro, pero sus débiles y huesudos dedos no consiguieron nada. Al fin la soltó y cayó al suelo dolorida y humillada intentando recuperar el aliento.
- ¡Esperen! No le hagan más daño, por favor. Creo que, creo que se lo que ocurre. Yo puedo demostrarles que somos las auténticas.- su voz le - ¡No sé de que me esta hablando! ¡Y nosotras somos las…!
- No oses llamarte a ti misma con ese nom…
Fewe levantó de nuevo la mano hacia Arika pero el anciano hizo un gesto y dejó a la chica gimoteando en el suelo.
- Explícate.
Erika temblaba pero tenía una teoría. Estaba decidida a explicarla. Tenía que salvar a su hermana. Con voz baja dijo:
- Creo que Seena nos estaba controlando a los dos.
- Eso es una locura- dijo la mujer a la que odiaba.
- Ofiuco, déjale hablar.
No sabía que le hizo dejar que le contase lo que ella pensaba, pero sus ojos taladraban los suyos y no iba a quedarse callada. Comenzó a explicar lo que había ocurrido, bueno, lo que ella suponía. Los dos sueños reveladores y el que entrasen clandestinamente al temer que no estuviesen de su bando. El que ellos dudasen de ellas porque Seena así lo queso, para debilitarse los dos sin que ella tuviese que hacer mucho.
- Supongo que ella sabía que en algún momento lo descubriríamos, pero esperaba que ya hubiesen muerto varias personas de ambos bandos.
- Es otra de sus mentiras…- avisó Ofiuco.
- Te daré la razón, compañera,- mira a la chica- no tenéis pruebas.
Erika se vio bloqueada. Tenía que hacer algo ya. Fewe se acercó de nuevo y cogió a Lianna por el pelo. La arrastró y comenzó a patearle las costillas. Ella chillaba.
- ¡Si las tengo! ¡Si las tengo! ¡Tengo la marca de nacimiento! ¡La tengo!- se arrancó la bota y se señaló el pie, loca de miedo- ¡Es auténtica! ¡Si lo es! ¡Ella nos ha engañado a todos! ¡“Donde brillen la Luna y el Sol”!
Su cerebro le envió en ese preciso instante una imagen de Talissha y Nathan mucho mas jóvenes, desde un ángulo bajo. El la besaba y ella pronunciaba esa frase. Era una imagen lejana, borrosa y distorsionada.
Las voces del consejo se callaron de pronto. Fewe dejó de golpear a Lianna. Solo se oía gemir a las dos chicas.
- Como conoces tú ese frase.
Erika no supo que decir, sentía tras ella las miradas de sus amigas, el miedo. Ellas tampoco sabían nada.
- Mi madre, Talissha, la dijo cuando nacimos. No se de donde es pero es un recuerdo que tengo.
Se sentía valiente, segura, sabía que no debía tener miedo. ¿Por qué? Era una Liberadora, podía hacer lo que quisiese. Nadie allí más que su hermana era rival para ella. Ella era verdaderamente grande, nunca caería. Elevó la cabeza.
- “Donde brillen la Luna y el Sol” es el lema de las liberadoras, así esta escrito- El hombre hizo un gesto y Fewe se retiró- ahora debemos constatar que tus palabras… tal vez sean verdad. Curad a vuestras amigas. Ofiuco, el conjuro.
Resignada y casi asustada, la mujer ejecutó la orden. El dolor de la cabeza desapareció y pudo concentrarse solo en su pierna. Todo el Consejo comenzó a marcharse. Solo el hombre viejo se quedó.
- ¿Podríais explicarnos en que consistían los sueños que tuvo la chica, si no es molestia?
Exhausta, Erika se dejo caer al suelo y comenzó a explicarle. Cuando terminó, el hombre caviló unos segundos y respondió:
- Parecido a los que íbamos a enviar nosotros, pero no lo hicimos. Me pregunto como lo sabía- y con las manos a la espalda, se restiro de la sala.
La chica semi-humana, cayó al suelo y giró la cabeza hacia donde su grupo de amigas ayudaba a curar a las dos heridas. El dolor de la pierna aumentaba por momentos. Cerró los ojos y se quedó dormida.

Parpadeó. Estaba oscuro, pero tampoco era la celda de la otra vez. Recordarla le provocó un escalofrío. Pero se calmó al sentir un suave edredón sobre ella. Rozándolo con la punta de los dedos, comprobó que parecía estar tocando una nube. Salió de la cama. Su ropa sucia seguía estando puesta, pero no encontraba sus botas. La habitación tenía un buen tamaño. La puerta parecía normal. El salir, comprobó que no había nadie. Y que la pierna no le dolía en absoluto. Un par de pasos y ante ella estaba una chica de tez azulada y ojos avellana.
- Oh, disculpad, mi señora, no quería entrometerme en vuestro camino. Disculpadme por favor…
Estaba aterrorizada.
- Donde estoy.
- En el Consejo mi señora, esta donde debe estar. ¿No recuerda nada?
- Estaban haciéndole daño a mis amigas y luego se fueron y… no sé que paso después.
- Se desmayó, señora, pero, usted tenía razón, no era de extrañar. La gran guerrera les tendió una trampa a todos.

Apenas habían pasado unas horas desde que se desmayó y curaron su pierna. Sus amigas descansaban plácidamente en sus aposentos. Erika se estaba enfrentando a algo muy grande. Y ahora se enfrentaría a otra cosa. A su reflejo. Las semanas que llevaban fuera habían paso factura a su cuerpo. Hambre, poco sueño, malas posturas, cargar grandes cosas. Al mirarse semidesnuda al espejo, pudo comprobar lo que había ocurrido. La fuerza aplastante del hambre consumió su delicada figura y ahora los huesos se veían a simple vista y la piel colgaba por algunas partes. Incluso su rostro estaba demacrado, no tenía pómulos y las ojeras eran increíblemente profundas. En su escote, el hueco que la garganta era una cueva. Perdió pecho y cadera y el pelo estaba sucio y débil, sin brillo. Contó las costillas con los dedos.
Escuchó que la puerta se abría, que alguien dejaba algo pesado en la mesa y salía. Al ver que era un frutero, casi gritó. Las manzanas eran tan grandes y brillantes que la luz del sol se reflejaba sobre ellas. Unas bayas azules gigantescas. Una fruta morada que no sabía lo que era, pero se iba a comer entera. Hundió los dientes en la manzana. El sabor se esparció por toda su boca, la acidez le contraía la lengua y la carne era algo dura. La masticó con lentitud, como su fuera el último bocado de su vida. Después otro. Y otro. Así hasta que la manzana no fue más que unas pepitas pequeñas, un trozo de corazón y el rabito. Cogió el frutero y lo metió en el baño. Llenó la bañera tope, se froto con una esponja y jabón mientras comía las bayas azules. La vació, la llenó de nuevo y se lavó el pelo. Se le cayó una gran cantidad. Volvió a vaciar la bañera ya a llenarla. Era como si toda la porquería que se había acumulado sobre ella aquellos días se fuese para siempre en el agua repugnante. Tumbada en el agua, no quería saber nada de lo que le esperaba fuera. Siempre tenemos momentos para nosotros mismo. Un baño, un paseo por el bosque, un rato e música en tu habitación… Momentos en los que nos olvidamos de todo, te encierra en un mundo al que realmente perteneces. A tu mundo, un lugar jamás tocado por otra persona, aun así, llena de ellas. Es un lugar en el que te encierras, sin ningún problema que te amenace, excepto la presión de que cuando salgas, todos los problemas se lanzaran sobre ti, como una enorme ola para cubrirlo todo. Así estaba Erika, en el agua, cubierta de espuma con olor a neroli. Quieta, quedándose in aire por segundos. En algún momento sabría y se llenaría los pulmones de oxígeno. Pero no quería pensar en eso. Quería pensar que cuando saliese del agua estaría exactamente donde debería estar. No sabía donde era eso. Si en la Tierra junto a su tía Allyson. En el colegio con Lillith. En el Castillo de la Frontera con sus padres. Si en algún lugar que aun no conocía. O si, pero no sabía cual de todos. Al fin, tuvo que salir a recuperar aire. Allí estaba, en el baño el consejo. Donde no tenía a nadie. Salió de la bañera. Busco a tientas una toalla con la mano y se envolvió en ella. La sensación de calor la invadió al instante. Secó y se frotó el pelo. Al salir, sobre la cama, había una bonita túnica de encaje blanco que se ceñía bajo el pecho. No sabía de ni cuando llegó allí ni como, pero se adaptaba a su demacrada figura perfectamente, incluso conseguía que se viese algo mas ancha de lo que estaba. Se sentía mejor con ella puesta, en vez de con sus pantalones, de los que le sobraban una dos o tres talla. Su cuerpo le recordaba tremendamente al de una chica con problemas serios de peso. Había conocidos a chicas en buen estado, cuya realidad se había distorsionado hasta el punto que eras estrechos huesecillos andantes. Su mente junto a la publicidad engañosa y lo comentarios de sus amigos les persuadían a alcanzar un reflejo de aquella perfección que el mundo deseaba, destrozándose y convirtiéndose en una sombre de lo que eran. Siempre se pregunto porque la gente se dejaba llevar por lo que otros decían. ¿Hasta que punto podía afectarte? ¿Les afectaba tanto hasta el punto de dañarse a si mismas? Ella nunca se preocupó lo bastante por lo que decían de ella. Aprendió a ignorarlo. Si no, claramente, estaría hundida, tan hundida que nadie, siquiera ella misma, la sacaría de aquel lugar. Pero aunque no le gustase penarlo, siempre quiso tener amigas. Amigas que no la juzgaran por su forma de actuar, de vestir, de vivir. También le molestaba lo que le hacían y decía de ella cuando pasaba cerca. Aquellas cosas que oía por los pasillos cuando iba a otra clase. Aquellos insultos como fiki, rara, estúpida, empollona… Que conseguían hacerle ver porque no caía bien a la gente. Aunque nunca le importaron tanto como para cambiar su forma de ser.
¿Porque iba a hacerlo? Aunqu estaban ahí, claro.
La puerta e avió y la chica con la que se encontró antes, asomo la cabeza. Ella levantó la suya para mirarla, desde su posición sentada en la cama.
- El señor Haden las quiere ver ahora para invitarlas a cenar.
- ¿Cenar?-sonó tan famélica que se sorprendió a si misma.
- Si, si me acompañase…
Estaba bastante segura de que la voz de la chica sonaba ilusionada, con ganas de acompañarla. Como su fuera una celebridad y ella una fan cuyo sueño era conocerla. 
- Claro. Esto estaba en mi cama y me lo he puesto…
- Oh, era para usted, espero haber acertado con la talla, yo misma lo traje.
- Gracias, me va perfecto.
La chica abrió los ojos al máximo y sonrió. La guio por un conjunto de pasillos. Al llegar a la puerta donde entraría, un suave olor a comida llegó hasta ella. Era débil, pero aun así, sentía que el hambre crecía por momentos. 
- Haden es un verdadero obseso de la buena educación. Si es capaz e potare lo mejo que pueda… lo tendrá ganado.
Erika no querías saber nada de aquel hombre que confundiéndolas con delincuentes las encerró en una mazmorra y las hechizo. Después  torturo a su hermana para salvarle a ella una información que ni sabía que existía. Aunque tal vez le estuviese prejuzgando. Pero desde luego no e quedaría sin su dosis de diversión tras tanto tiempo. Sonrió a la chica y le dijo:
- Gracias por la información, haré lo que pueda.
La chica se despidió con una gran sonrisa en sus labios. Dejando otra sonrisa socarrona en la cara de la joven. Abrió de puerta. Allí estaban Savannah y Tamina, con una túnicas igual de elegantes que la suya. Pero la de Erika tenía las mangas largas y la de Savannah solo poseía una. La de Tamina ni siquiera tenía. Era como si quisiesen que le pareciesen entre ella pero a la vez fueran distintas. Erika se acercó a su amiga pelirroja y le preguntó que tal estaba. Mientras ellas hablaban, la gente entraba. Pandora, Siena, Afrodita… Las ultimas en entras fueron Arika y Lianna. Cubiertas con vendas y Arika tenía un brazo escayolado. Eso le hizo preguntarse a Erika como habían curado su pierna. Aunque su prioridad ahora era Haden y demostrarle que no era quien esperaba que fuese. Erika procuró entretenerse buscando lo que las túnicas tenían diferente entre ellas. Pero los nervios le obligaban a concentrarse en las incógnitas que le comían la cabeza. Cuando estuvieron todas, otra puerta camuflada en la pared se abrió con lentitud. Con los ojos muy abiertos y escrutadores, Erika observó como un hombre vestidos con una túnica con bordados de diversos colores. Las miró a todas, una a una. La chica apartó el rostro, no le gustaba su mirada verdiazul. Con atención, memorizando cada rasgo de sus rostros. Finalmente, sonrió y abrió los brazos hacia ellas.
- Bienvenidas seis al Consejo de Dríades, Liberadoras.
- Quiero una explicación de porque nos retiene aquí.
El hombre se dirigió hacia Afrodita. Esta cruzaba los brazos sobre el pecho y mantenía la mirada regiamente. Pero la túnica blanca con perlitas y corta con solamente los tirantes le daban un aspecto muy infantil y débil.
- Habitante del aire, tal solo tratamos de mostraros nuestra hospitalidad.
- Ya nos demostrasteis bastante prejuzgándonos y encerrándonos en una celda. Ah, todavía recordamos lo del juicio injusto. ¿Alguna lo ha olvidado? Porque creo que la imagen de Arika o Lianna es bastante para recordarlo.
Al menos no era la única que sentía rencor hacia él.
- Mejor si les explicó todo esto ante una buena cena. Si me lo permiten.
Aunque todas tuvieron sus reparos, ninguna pudo resistirse a la comida y sucumbieron al olor de la comida. Antes de llegar a sentarse, susurró a Savannah:
- Haced exactamente lo que yo haga, no empecéis a comer hasta que yo haya empezado.
- ¿Por?
- Hacedme caso, creo que funcionara. Por cierto ¿es de fiar?
- Se que preferirías que fuese que no, pero es completamente de fiar, esta de nuestra parte.
Erika resopló y volteó los ojos.
-Bueno, veremos como reacciona Haden a los minutos siguientes.
Erika se asentó en la cabecera de la mesa, cuidadosamente puesta. Haden estaba justo enfrente de ella. A su lado, Afrodita y Arika. Vigilado, observado. Así lo tenían, por si envenenaba la comida. Bueno, al menos Erika lo vigilaba por eso. Te estas comportando como una excéntrica, se dijo. Pero no podía evitarlo. Savannah susurraba algo a Lianna. Que se lo dijo a Pandora. Así su mensaje se esparció por toda la mesa. El hombre era el único que con cierto aspecto sorprendió, no lo recibió.
- No se si lo saben, pero es de mala educación cotillear en la mesa.
Nadie dijo nada, aunque todas maquinaban en su mente respuestas creativas e insultantes sobre como ellos habían pasado con ellas de la educación. Erika se limitó a sonreírle y decir que lo sentía.
Cuando llegaron los primeros platos, estuvo tentada a empezar a comer directamente. A coger una fuente y usarla de plato. Pero, debía esperar. Sus amigas también esperaban, impacientes y mirándola por el rabillo de ojo. Ella mantenía la vista fija en la mesa, con aspecto sereno. Ensaladas de setas, con frutas, hojas de todos los colores y tamaños existentes. Cuando el último criado cerró la puerta tras el, Haden con voz tranquila dijo que podían empezar a comer. Y ante su atónita mirada, Erika se levanto de su silla y cogió un buen puñado de hojas de lechuga y comenzó a comérselas como si de una manzana se tratase. Las otras chicas con ojos muy abiertos la miraban y se miraban entre ellas.
- ¿A que esperáis? Ha dicho que comamos.
Savannah sonrió ampliamente. Imitó a su amiga y cogió un tomate. Las otras chicas se reían por lo bajo y comenzaban a seguir sus pasos. Haden tenía la cara muy sería y manejando los cubiertos con maestría, se fijaba en aquellas adolescentes que invadieron su mesa. Arika a su lado, hundió las manos en un bol de una mezcla se setas. Se las tragaba a bocados. En un momento que percibió los ojos de Haden sobre sus gestos, se dirigió a el y con la boca llena le dijo.
- ¿Quieres?
Lo rechazó con un gesto.
- Más para mi- y se encogió de hombros.
Horrorizado, comprobó que Siena y Julietta comenzaban una guerra y se tiraban lechuga y unas hojas moradas. En cierto momento, Calhina comenzó a perseguir a Julietta por la sala porque una de las hojas entró en su vaso. Ella animaban a su favorita y Calhina le espachurro una baya roja en la cara. Entre risas, Julietta se limpió el rostro. El blanco de las túnicas era historia. Cuando la mesa estuvo bastante destrozada y la presentación no eran ni las flores (Siena las mordisqueo fingiendo que pensaba que eran parte del menú), los criados recogieron los restos.
- Señor, ¿Qué es esto?
Señalaba un vaso con color indefinido
- Es una pócima que hemos hecho. ¿Quieres probarla?- sugirió Arika.
Todas se rieron y el chico horrorizado se llevó el vaso. Erika disfrutó de esa comida como de ninguna en su vida. Aparte de que tras varias semanas de hambruna tubo la tripa bien llena, el poder comportarse como una cavernícola le alegró el día. Solo quería demostrarle al anciano que tenía una posible opinión equivocada de ella. Quería hacerle pensar que ella no era la chica perfecta de la que las leyendas hablaban. Que era una adolescente más y que no debía esperar mucho de ella. Y que no podía tocarla. Porque ella podía hacer lo que quisiera, cuando quisiera, porque solo ella decidía. Iba a demostrarle que no le pertenecía. Erika se limpió los labios con pulcritud y dirigió su mas dulce sonrisa a Haden.
- Muchas gracias por la comida.
- Ya que, em, no me han dejado hablar, supongo que tenían hambre. ¿Me permitirán contarles durante el postre que les cuente la razón por la que las reuní aquí?
- Usted no nos ha reunido en ningún sitio. Vinimos porque quisimos, el que usted nos retenga es diferente. Si quisiésemos, no seguiríamos aquí. Debe saber que aparte de Liberadoras, nosotras somos libres.
Erika le miraba seria. Haden mantuvo su mirada unos segundos y luego enarcó una ceja. Al fin, apartó el rostro y de una palmada ordeno que trajeran los postres.
- Sav, es hora de darle un descanso- le dijo al oído.
- Esta bien, ya nos lo hemos pasado bien, eh…
Ambas se rieron por lo bajo. La chica esparció el mensaje y mientras los postres llegaban, las aguas se fueron calmando poco a poco. Abhet se recolocaba la túnica, se un solo tirante, y Tamina frotaba una mancha de la suya. Con exquisita educación, se fueron sirviendo sus raciones de pastel de chocolate, frutas del bosque, de una masa roja que sabía a gloria. Asombrado con el cambio, el anciano carraspeó y comenzó a hablar:
- Hará una semana y algo, nuestro vidente tuvo un sueño en el que unas Liberadoras llegaban aquí. Nosotros las tratábamos como tal y les entregábamos el falso Kayabis. Pero entonces ellas se revelaban y descubríamos su falsedad. Intentábamos arrebatarles el Kayabis, pero era tarde y lo usaban para destruir esta institución. Entonces ellas nos mostraban como os tenían secuestradas y nos decían que ya no había esperanza. Eso nos alertó y supusimos inmediatamente que habíais sido vosotras. Craso error, nunca se debe suponer. Las señales lo indicaban. Llegaba desde un lugar oscuro, teníais miedo y hambre. Nunca se nos ocurrió que Seena estuviese intentando confundir ambos bandos. Otra noche el vidente vio una visión de las falsas Liberadoras viniendo hacia aquí. Ellas desconocían la existencia de la marca de nacimiento y la frase que es vuestro lema. Es información que vuestra madre nos confió únicamente a un reducido grupo de persona entre las que orgullosamente nos encontramos.
Eso ablandó a Erika. Su madre confiaba en ellos lo suficiente para decirles su lema y la marca que las caracterizaba. Ellos fueron en su día merecedores de conocer el secreto que cambiaría el mundo.
-Cuando llegasteis traíais con vosotras las características de las chicas del sueño. Veníais a escondidas, famélicas y con armas. Inmediatamente os detectamos y os perseguimos. Os llevamos a una celda insonorizada y llena de conjuros para evitar que contactaseis con vuestra jefa. Pero cuando empezamos el juicio y Erika se asustó tanto por lo que le hacíamos a su hermana… fueron sus sentimientos y no sus palabras las que me hicieron dudar de mi teoría y su culpabilidad. Hablamos con el vidente y constatamos el flujo de magia, débil, que venía de los sueños. No, no venía de una mazmorra sino de un lugar muy lejano. Venía de la fortaleza donde nadie puede penetrar ni mediante magia. A pesar de no saber su ubicación exacta, si nos han llegado varias veces señales de allí y ya conocemos la magia que la Luna Oscura deja sobre los hechizos. Al darnos cuenta del error, os dejamos inmediatamente en libertad y os retiramos unos cargos que no os pertenecían. Os cuidamos y acogimos. Os curamos las heridas. Casi matamos a una Liberadora. ¿Os dais cuenta del caos que habíamos creado? ¿Aparte de darle a Seena la ventaja de su vida, una oportunidad enorme para acabar con vosotras? Entiendo que desconfiéis de mí. Pero sobre todo tu- miró a Erika directamente- que te diste cuenta del engaño. Deberíais saber que no pretendíamos haceros daño si hubiésemos sabido quienes erais.
- ¿Sabe que muchos de los secuaces de Seena no la siguen por devoción sino por obligación? Yo conocí a alguien que desapareció hace unos años y todo el mundo supuso que se escapó con su pareja, pero ella seguía en la aldea, así que temieron un secuestro. Al tiempo se descubrió que ella se lo llevó. Se descubrió porque apareció muchos meses después, moribundo y confesando lo que le había ocurrido. Ella lo mató con una maldición. Mi primo no merecía ese destino. Nadie lo merece y si ustedes torturas a uno de sus secuaces, tal vez no sea culpa suya, si no que esta dominado por la Luna Oscura. Esta dañando a un inocente. Y eso es lo que se supone que los dríades nunca hacemos. Bueno, se supone, porque usted me está demostrando lo contrario. No tuvo reparo en tratarnos como delincuentes antes de oír nuestra historia.
- ¿Puedo preguntarle a que viene eso ahora, señorita eh…?
- Julietta. A que tal vez nuestras dobles eran otras niñas robadas. Y en sus manos tienen ocasión de ser recuperadas, si ustedes las prejuzgan, no tienen opción.
- Cuando una persona se alía a la Luna Oscura, esta puede detectar cuando no es fiel a su vínculo y la localiza. Es capaz de romper cualquier defensa mágica para encontrar a la persona que lo traicionó para destruirlo. Una conexión mágica es sagrada, no se puede romper. Cuando se rompe la energía que es expulsada en esa ruptura es lo bastante fuerte para servir de portal inmediato entre el traidor y el portador. Ofiuco es experta en conexiones mágicas y os lo puede explicar mejor. Para desgracia de todo aquel que tenga que asociarse con la Luna Oscura, estará bajo la atenta mirada e esta hasta la muerte de uno de los dos. Y me temo que la gente aliada lleva las de perder.-Miró a Julietta con los ojos muy abiertos- Como les iba diciendo, aquí son obviamente bienvenidas y les trataremos como merecen.
Erika miró con fijeza al hombre en la otra cabecera de la mesa. Suspiró y poniendo ambas manos sobre la mesa y arrastrando la silla tras de si, se puso de pie y dijo.
- Suficiente.
Caminó hacia la puerta y escucho silla moviéndose, lo que le indicó que sus amigas hacían lo mismo. Caminaron en silencio pos los pasillos hasta legas a sus habitaciones.
- Julie, no sabía que tu primo había sido secuestrado, lo siento- Arika habló por todo el grupo.
- Da igual, yo lo siento mas por su madre o mi padre que por mi, yo tenía 4 años cuando murió. Estudió en Tandarmia, creo- su mirada deja entre ver que su mente divagaba hacía algún pasado lejano. Sacudiendo la cabeza y murmurando algo, cerró la puerta de su cuarto tras de ella.

Erika entró al suyo sin decir nada más. La alegría y descanso que la cena llena de comida había dado parecían haberse esfumado ante sus ojos, al darse cuenta que a pesar de estar de su bando, el Consejo no era de su agrado. Parecían velar más por su propio bien que por el del reino. Tampoco le preocupaba especialmente pues pronto dejarían todo eso atrás, pero si llegaba al trono de aquel lugar iba a tener que acordar cosas con ellos.  A aquel Reino le hacían falta un par de cambios. Si tenía que desbocar a aquella gente de su puesto, así sería, tampoco lo lamentaría, porque iba a mentirse. Sobre su cama, una túnica idéntica a la que llevaba puesta pero de un suave tono azul con cristalitos la esperaba y la rozo con los dedos. Era más ligera que la llevaba puesta, pero transmitía su personalidad con la misma precisión. Se dio cuanta de aquello cuando empezó a ver que todas estaban cómodas con sus vestidos. El suyo era cerrado y largo, cubriendo todo lo que no quería que se viese y mostrando tan solo lo que la gente esta acostumbrada a ver. Igual que el de Arika era corto y de asas, dejando que se viese lo que ella desease, mancando sus suaves líneas que a todo el mundo gustaban. Aunque sus piernas estuviesen esqueléticas y sus brazos débiles, la belleza de su hermana refulgía, delicada como una flor. Siempre había sido así, por lo que todas le contaban siempre. No tenía una belleza excepcional, hacía que la gente la viese como tal. Una persona simpática siempre es mucho más bonita a los ojos de la gente. Así era aquel vestido, transmitía elegancia y belleza, delicadeza y fuerza a la vez. Por Arika era así. Y eso hacía que su hermana la envidiase. Ella nunca tenía el valor de ponerse vestidos cortos y si mangas, le parecían demasiado atrevidos y no se sentía cómoda en ellos. Por muy dríade que fuese, no dejaba de ser una adolescente y le gustaría poder probarse muchos vestidos y ver si el tiempo en aquel mundo le había echo cambiar los bastante para sentirse bien con uno. ¿Pero en que demonios estaba pensando? ¿En ropa? Sacudió la cabeza con gesto impaciente y enfadado. Tenía muchas otras cosas en las que pensar, mucho mas importante que un vestido una falda. Pero le gustaría volver atrás, al momento en el que decidió aislarse del mundo y cambiarlo todo. Podía haber sido una chica con muchos amigos y gente que quisiese conocerla, con ropa cara y móviles llenos de fotos y redes sociales. Pero decidió que esa vida no merecía la pena lo bastante para dejar pasar la oportunidad de la soledad.
Suspiró, no quería volver a pensar en su vida pasada ni en la que pudo haber tenido. Miró la túnica que había causado todo aquel debate interior. Esa era la vida que había escogido. Busca y rebuscar en las cosas pequeñas para llegar a pensar cosas grandes. No había dado tan mal resultada. Algún día sería reina ¿no?
 Arika vio a entrar a Savannah y a Erika hablando de forma vivaracha. La chica pelirroja miraba con dulzura a su amiga mientras que esta se mesaba el pelo. Ambas se rieron de un comentario de Erika. Era muy fácil conversar con Savannah. Aunque claro, tenía la ventaja de que siempre sabía que decir. Se sentaron junto a ellas, cerca del fuego. El fuego siempre fascinaba a las personas, con sus llamas fulgurantes y su forma de brillar. Así era Savannah, misteriosa y brillaba, con esos profundos ojos oscuros y su pelo color amanecer. Durante unos instantes, el fuego le recordó a Pandora débil casi muerta y apartó la vista de él. Casi no le dolía ninguna de las heridas pero aun así se acordaba de ellas. Estaban todas allí, incluso Lianna a pesar de su aspecto agotado estaba sentada en una butaca conversando alegremente. Le recodaba a la escuela. La puerta acalló sus pensamientos y pasó Haden a la sala. Su sonrisa blanca puesta y su pelo color plata brillando ante la hoguera,
- Señorita Erika, señorita Arika, permítanme que les pida que me acompañen.
Ambas chicas se miraron con el ceño fruncido. No quería ir con a los frío pasillos, querían seguir con sus amigas en la sala, cálida y acogedora. Además era muy tarde y querían dormir pronto. Pero sabían que debían ir, como deber moral. Tenían que saber muchas cosas. Las dos jóvenes se levantaron y los pliegues de su ropa dibujaron en el aire mosaicos de tela y cristalito a los que las llamas arrancaron destellos a sus cuerpos. Salieron de allí con la cabeza muy alta. Haden las guio con los pasillos, tan fríos como esperaba. En una encrucijada, estaba ella. El frufrú de sus vestidos hipnotizaba casi tanto como la suave melodía alegre que tarareaba sin letra. Ofiuco se alegró al verlas llegar.
- Os esperaba. Así tenéis mucho mejor aspecto que cuando os vi por última vez. Unas chicas tan bonitas como vosotras no deberían desaprovecharse de esta manera, ¿verdad?- rodeó a Arika con un brazo desnudo y la apretó contra ella. Ella esbozó una sonrisa de cortesía.- Ahora acompáñame por aquí, me encantará hablar contigo.
Arika y Erika observaron como lentamente eran separadas. Cuando desaparecieron tras una puerta, Erika miró a Haden, esperando una respuesta.
- Acompáñame, por favor- y le ofreció el brazo.
Erika no conocía ningún protocola de comportamiento dríade, pero sabía lo bastante para hacer reposar su mano con delicadeza sobre el antebrazo del hombre. Su sonrisa le indicó que estaba haciendo lo correcto. Caminaron por los pasillos pobremente iluminados por la luz de la luna. Al llegar a su destino, Haden retiró la mano de su compañera de su brazo.
- Esta es mi biblioteca personal. Contándote a ti, solamente tres personas hemos entrado aquí. Se bienvenida.
Erika tuvo una tremenda curiosidad de preguntar quien había sido la otra persona. Pero se reprimió.
- Toma asiento. Ahí, sí- señalo con un gesto un sillón de terciopelo granate con madera dorada. La estancia era gigantesca, los libros la cubrían hasta la cúpula de cristal. La chimenea estaba abandonada en medio de ese festín de letras, encendida casi reducida a unos brasas calientes. El hombre la avivó con un gesto de sus dedos. Las llamas se alzaron ante los ojos de Erika. Hace unos meses, aquello la habría asustado y fascinado. Ella misma podía hacer eso si quisiese. Se sentó en un sofá idéntico al suyo junto a la semi-humana. Entre ellos, una bandeja con un delicado servicio de té de porcelana.
- ¿Se te ofrece?
- Por supuesto.
Como en las meriendas inglesas sobre las que tanto habías leído, le sirvió un té color verde, con un olor adormilante. El vapor que expulsaba de él rozo la piel de la chica y la enrojeció al instante. Estaba ardiendo entre sus manos pero no le importada, porque las tenía heladas. Como si el silencioso paseo hasta la biblioteca le hubiese helado la sangre. Bebió un pequeño sorbo, lo bastante para notar el efecto tranquilizante que tuvo en ella. Con cuidado, lo volvió a dejar en la mesa. No quería atontarse. Ella quería estar a alerta.
- Desde que la vi por primera vez a cambiado usted mucho.
- Cuando te lavas y te peinas siempre das mejor imagen- comentó sin darle importancia.
- No, no. Cuando naciste y no eras mas que una pequeña bolita de mantas y una mata de pelo oscuro color miel. Tus ojos aún estaban cerrados y llorabas como si no fuese a hacer un mañana. Agitabas las manitas en el aire buscando a tu madre, pero ella no podía hacer otra cosa que resignarse a su destino y dejarte ir. Eras una niña sana y fuerte, preciosa.
Erika no supo que decir, por que quedó completamente bloqueada. No sabía que aquel hombre la vio al nacer. No se lo esperaba en absoluto. Ni que conociese a su madre. Aunque claro, su madre pertenecía a la realeza, no debía sorprenderle que conociese a gente de aquellos ámbitos. Tampoco esperaba que se llevase bien con ellos.
- Ha pasado tiempo desde aquello. Cuanto… ¿14 años? Eres una chica ya. Si te digo la verdad. Esperaba verte cuando fuese ya una chica de 25 o 30. Estoy seguro que estarías igual de capacitada que ahora para enfrentarte a la gran Guerra. Ahora dime que sabes de ella, chica.
- Se de ella muy poco. Lo que me han contado. Que es malvada y despiadada. Un par de cosas sobre su pasado. Que mató a sus padres y escogió la naturaleza malvada de la Luna Oscura. Pero todo lo que se de ella lo he escuchado a otras personas. No se si todo será verdad.
- ¿Por qué dudas de su veracidad, niña?
- Tendemos a tener miedo a lo que desconocemos. Nuestra mente crea en rededor de esas cosas miedos y leyendas que hacen que temas aun más a esa cosa. Cuando más la piensa y menos formas de vencerla encuentras mas te asusta. Cualquier cosas que te cause algo de miedo es capaz de hacerte mas daños psicológicamente que realmente si le dejas.
- Eres una chica muy lista. Muy lista…-bajo el tono de voz y comenzó a revolver el té con movimientos tranquilos- ¿Crees que todo lo que te han contado de ella es mentira o una exageración?
- No todo. Pero si dejamos un lado todo el miedo que la gente le tiene, tal vez no sea tan diferente a nosotros.
Eso se lo había oído a su hermana. A medida que lo pensaba y hablaba, más sentido le veía.
- Comprendo lo que quieres decir. Quieres conocer a tu enemigo a la perfección, supongo- ella asintió. –Primero has de saber una cosa. ¿Sabes cuales son las peores personas que existen?-ella negó con la cabeza- Las que única y exclusivamente son capaces de pensar en si mismas. Esas personas vacías de empatía y sentimientos. Porque no les importará lo que te pase a ti, ellas son incapaces de querer a alguien más a allá de si mismo.
Erika había conocido a una chica así. Una chica con dinero y “amigos” suficientes para olvidarse completamente de alguien que no fuese ella. Siempre atenta a lo que ella necesitaba sin prestar la mas mínima atención a los que pasaba a su alrededor. Con el tiempo se enamoró de un chico. Ese chico no iba detrás de ella, como tantos otros y la ignoraba y pasaba de ella. Ella enloqueció porque encontró algo que quería para si misma que todo su dinero y popularidad no podían comprar. Estaba acostumbrada a que todo le saliese bien y no tener que preocuparse por lo que otra persona hacía. Nadie le llevaba nunca la contraria. Ella comenzó a hacer daño a sus amigos, a los que sabía que no la abandonarían e hizo muchas cosas para conseguir gustarle, sin éxito. Cuando ella dejo el colegio, estaba loca, suspendía y gritaba enfurecida a todos sus amigos cuando le hablaban. Se pregunto que habría sido de ella.
Haden esperó pacientemente a que levantase la cabeza y la sacudiese con delicadeza para indicarle que había dejado de pensar.
- Entiendo a que se refiere.
- Bien, pues ella es esa clase de persona. No se detendrá hasta conseguir lo que quiere y sus objetivos son extremadamente ambiciosos. Ella se considera la perfección.
¿Y sabes por que tu has de ser lo que tu eres, una mezcla entre humana y dríade?
-No-la chica respondió temblorosa.
- Porque la perfección solo puede vencerse con imperfección.
- Se supone que nadie es perfecto. Ni siquiera ella.
- Entonces te limitaras a combatir el fuego con fuego.
-¿¡QUE!? Eso es completamente… contradictorio…
- En su momento lo entenderás, querida. Sabemos muy pocas cosas. De todo lo que podríamos saber solemos conformarnos con muy poco. Una pena. Mi biblioteca tiene la intención de que todo el que pueda. Por ahora me va bastante bien, como puedes comprobar.
Erika no supo si estaba alardeando de su inteligencia o solo presumía de la tremenda cantidad de saber que estaba condensada en aquel lugar.
- Otra cosa que debes saber es que decimos saberlo todo, pero llega un momento en el que nos damos cuenta de que lo único que con toda certeza sabemos nunca supimos nada.
- Eso es… un sinsentido… siempre sabemos algo…- ella estaba asustada ya.
- ¿De verdad? Dime Erika, que sabes tú.
Esa pregunta era como la típica pregunta de examen que nunca te esperas. Esa que dice: dime todo lo que sepas del tema. Donde tienes que demostrar que realmente sabes. Y tienes que enfrentarte a ella sabiendo únicamente que no sabes nada. He aquí la prueba, se dijo la chica. Pero debía demostradle que se equivocaba.
- Sé que puedo hacer lo que yo me proponga. Sé que soy capaz de todo. Sé que no estoy sola en esto. Sé que no puede decirme que no se nada. Y sé muchas otras cosas que en realidad nunca tuvieron importancia.
- Dime algo que sepas que realmente te sirva, algo que nunca debes olvidar.
Erika se quedo vacilante unos segundos, tanteando entre múltiples respuestas que darle. Solo había una que realmente pudiese servir.
- Sé quien soy.
- ¿Y quien eres tu?
- Soy Erika. Soy una Liberadora. Soy la futura reina. Soy quien realmente quiero ser.
El hombre la escrutó unos segundos con los ojos entrecerrados.
- Buena respuesta.
- Aun así, sigo sin entender lo que usted dijo. ¿No hay otra manera más simple de explicarlo?
- Oh, no hay que entender nada, solo saber que somos más ignorantes de lo que pensamos.
- Pero no soy una ignorante del todo. Dentro de mi ignorancia, soy mas lista de lo que usted piensa. Soy capaz de esconderla.
- Niña, hay dos cosas que simplemente no se pueden esconder. Que uno esta enamorado y la ignorancia. Una niña tan lista como tu debería saberlo, ¿no?
Erika se acomodó molesta en el sofá. ¿Quién era ese hombre para sentarla allí, liarle aun más la cabeza y decirle que era tonta? “Voy a salvarte el pellejo, al menos haz algo por agradecérmelo, digo yo. A este lo derroco.” Ese y otros pensamientos malvados se cruzaban por su cabeza.  Cogió su taza de té, que ya hacia mucho que estaba fría y se la bebió de un trago. Puso las manos en los reposabrazos e hizo ademán de levantarse.
- Si me ha hecho venir aquí para insultarme, permítame irme.
Pero Haden puso una mano sobre la suya y lo miró con una tranquila sonrisa.
- Querida, en ningún momento te he insultado a ti. Si te has sentido incumbida puede ser una equivocación. O que tienes razón y yo no lo sabía.
Erika se mostró absolutamente sorprendida.
- Entonces, esto es todo lo que sabes ahora de la Gran Guerrera.
- ¿Qué? Hemos hablado de la ignorancia y de las malas persona, eso no tiene que ver con…- se calló antes de decir algo equivocado.
- Una mala persona ignorante, de todas, es la más peligrosa.
- ¿Y que es lo que ella ignora?
- Eso es lo que yo no se. Y tú tendrás que descubrir.
- Eso me deja casi como al principio- le comentó ella, aturdida bajo un torbellino de ideas en su propia mente.
- Casi, pero no como antes. Paso a paso lo conseguirás, estoy seguro.
Erika suspiró y se dejo caer completamente en el sofá. Ir paso a paso costaba mucho, pero paso a paso de hacían los largos caminos. Y temía que el suyo no había hecho más que comenzar.
- Ahora acompáñame de nuevo, creo que Ofiuco también quería hablar contigo.
- Solo necesito saber una cosa… ¿Quién fue la otra persona que entró aquí? Igual es demasiado personal…- bajo la cabeza.
- En absoluto querida, la única persona que entró aquí, fue mi mujer. Que murió hace mucho tiempo.
Erika se levantó del sofá, dejando la bandejita de plata con todas sus cosas sobre la mesa. Haden volvió a ofrecerle el brazo. Caminando en silencio, escuchó la risa clara y divertida de su hermana, acompañada por unas palabras dulces de Ofiuco. Al encontrárselas, Arika y ella conversaban con alegría. Era el efecto que causaba Arika, siempre ayudaba a hacerte sentir cómodo.
- Espero que vuestra conversación haya sido al menos tan productiva como la nuestra.
- Siempre hablas de una forma muy curiosa, Haden, ellas prefieren hablar con naturalidad. Bueno Erika, verás como conmigo te lo pasa un poco mejor.
Con gesto protector, rodeó su hombro como había hecho con su hermana. Aun oyendo a la hechizante voz tenue de Haden hablando con Arika, se internó en un pasillo iluminado por la suave luz lunar que entraba desee las vidrieras de colores. Al entrar en el estudio de Ofiuco, le chocó lo completamente diferente que era al de Haden. El suelo recubierto de alfombras finas, como si no estuviesen y las paredes… eran agua. Largos muros de agua que lo recubrían todo, con peces, algas, seres extraños, ranas y otros animales inimaginables. La luz entraba directamente del exterior. Sin cristales, sin nada mas que agua entre la habitación y el exterior.
- ¿Quieres acercarte?
Sin emitir respuesta alguna, corrió hacia la pared y rozo el agua, que resultó estar helada, con los dedos. Como su tocase la superficie de un lago, se crearon ondas, arrastró su mano por allí. Algunos animalillos se espantaron al percibirla. Otros más valientes se acercaron. Una especie de camarón verde, le rozó con las antenas. Es roce le hizo apartar los dedos. Se asomó un poco y pudo ver que aquella torre estaba adosada a la montaña.
- Como…
- Es un hechizo de suspensión. Estará así hasta que yo muera… Entonces, este pequeño ecosistema morirá conmigo. Es imposible atravesarlo. Puede parecer débil, pero no lo es. Exactamente como yo.
- Usted no me parece débil.
- Puedes tratarme de tu, no tengas miedo. ¿Segura? ¿No te doy aspecto de que me romperé en cualquier momento?
Aquel vestido tan complicado, como si una serpiente que salía de su vestido se enroscase en su cuello, su piel blanca, su sonrisa infantilona  e inocente… Pero a su mente volvió la mujer que gritaba por los pasillos enfadada y que sentaba sentada en el Consejo con el ceño fruncido.
- Bueno…
- Entiendo. Supongo que si no me conocieses tanto no pensarías así de mí. De todas maneras, no te he traído aquí para hablar de mí. Ven, siéntate.
Unos sofás similares a los de Haden, una mesa similar… pero una bandeja con cosas diferentes. Un jarra de vino color escarlata y dos copas limpias y brillantes, de cristal muy fino y oro.
- ¿Algo de beber? ¿O Haden ya te ha dado de su infame té?
Erika asintió, puesto que no era la mayor fan del té. Y menos del que te abrasaba lo labios.
-Tal vez preferiría agua…
- Querida, el agua, como bebida, deja mucho que desear- y sirvió vino en ambas copas. Lo que le hizo comprender la felicidad que Ofiuco y Arika llevaban encima.
La mujer cogía la copa con exquisita elegancia e invitó a su acompañante a hacer lo mismo. Con manos torpes, la sujetó y le dio un sorbo tal y como hacía la dríade Las burbujas se le subieron a la cabeza de forma inmediata. A pesar del dulcísimo sabor, el amargor que le siguió estaba ahí. Frunció los labios y cerró los ojos. Ligeramente asustada por el resultado, dejó la copa.
- ¿Tu primer trago?- asintió-Siempre es el peor. La primera vez que mi padre me dejo beber tendría unos 12 años, en una fiesta del Consejo en la que dejaron ir a los hijos de los integrantes. Me prometí a mi misma que jamás volvería a beber. Aquí me tienes. ¿Cuántas promesas se hacen que nunca se cumplen? ¿Cuántas palabras caen en el olvido? ¿Cuántas personas mueren sin ver su sueño hecho realidad? Tal vez no sea mi caso, pero si el de tanta gente a la que conocí… Cuando te integras en el consejo, la longevidad esta en el contrato. Hechizos y encantamientos que te mantienen mas años de los que una persona necesita vivir… Pero así es el trato. Tú le das tu vida y él te da más para compartirla contigo. No se si lo sabes, pero algunos hechizos para mantenerse joven están prohibidos, en todas partes menos aquí. Sería un mundo horrible si todos fuesen jóvenes para siempre ¿no? Seguro que todo esto no te interesa lo mas mínimo-rio- Yo tampoco tengo mas que contarte que lo que se.
- Solo podemos contar lo que sabemos- respondió Erika.
- ¿Y por qué hay gente que habla mas de lo que sabe?
Sorprendida, no respondió.
- No creo que tú fueses una de esas personas- dio otro sorbo a su copa.
- Tampoco tenía a nadie a quien contarle nada- le respondió la chica, mirando la substancia girando al son de su pulso.
- Explícame eso.
- No es importante.
- ¿Sabes por qué debíais ser una humana y una dríade? Porque comprenderíais ambos mundos. Cada una sabría todo lo que hay que saber sobre su lugar. Yo voy a ayudarte a entenderlo un poco mejor. Cuéntame, y no omitas nada.
Erika frunció el ceño y la mujer lo percibió.
- El mundo humano es un mundo muy superficial. Antes no lo era tanto, pero parece que en la época en la que viví no importaba otra cosa que no fuese tu apariencia. Tienes una fachada o no eres nadie. No importa tu historia sino como la cuentas. Solo se sabe de ti lo que te rodea, nunca lo que hay en tu interior.
- Pues tú tienes la belleza y el encanto de una dríade, debía haberte ido bien.
Riéndose con cierta amargura y los ojos caídos, siguió hablando.
- Yo no quise convertirme en eso. Me educaron para respetar, comprender, aprender e investigar mucho antes de hablar. Para que cada cosas sobre la que oía me interesase. Era curiosa y necesitaba saberlo todo. Al ver que a mi no me importaba todo lo que ellos tenían, sino si eran buenas personas o no, me marginaban. Cuando me di cuenta de lo que pasaba, decidí que no me crearía una fachada. Pero tampoco les mostraría nada de mí. Me cerré completamente. Así que me refugié en los libros, en mi música, en mis sueños y mundos imaginarios. Y eso les gustaba todavía menos. Me llamaban friki, rara, loca… Siempre decía que estaba acostumbrada, que me daba igual, pero duele. En realidad siempre duele. Y como yo tantas personas de allí. Yo era capaz de pasarme horas llorando en mi cuarto porque mientras volvía a casa unos chicos me habían gritado algo. Porque la lista de turno me hacía la zancadilla. Porque aquellos mismo chicos me pedían los deberes con una sonrisa en la cara. Se borraba tan rápido y las amenazas surgían tan pronto cuando les decía que no- sollozo- y mi tía no podía hacer nada. Yo estaba sola. Pero aprendí a llevar los golpes, a apartarme cuando los lanzaban, simplemente a no estar… Falsedad, prejuicios y odios. Ese mundo lo derrocha.
- ¿Serías capaz de decirme algo positivo?
- Si alguien me lo mostrase, supongo que sí.
- Cuando yo pasé unos años allí, sí que veía cosas buenas. Veía niños jugando, amigas hablando, chicos que iban en coches, gente que ayudaba, que luchaba por sus derechos, buena música…- le surgió curiosidad por saber en que época había vivido Ofiuco- Todos sonreían y se lo pasaban bien.
- ¿A costa de que? Del sufrimiento de unos cuantos.
- Estas prejuzgando Erika. No todo es malo, también hay que apreciar lo que es bueno.
- ¿Y sí no lo veo? ¿Y si lo que es bueno para algunos es malo para otros? ¿Y si a ellos les parece que esta bien porque es lo que ven pero no lo esta? Yo veía a gente de mi edad emborrachándose por las esquinas y chicas muy mal vestidas para la época del año.  Suspendían para poder decir que no tenían tiempo de estudiar porque iban de fiesta. Donde ellos veían diversión, yo veía a una generación que lo estaba pasando mal. Y yo me limitaba a apretar los dientes y aguantar, viendo sin inmutarme lo que pasaba a mí alrededor, cada vez que intentaba ayudar a alguien siendo rechazada. Los que decían que respetaban no lo hacían…
- ¡Dioses, Erika, no seas tan negativa!
- Realista, no negativa.
- Eso dicen los que no son capaces de ver el lado positivo, niña.
Erika cayó y se mordió la lengua. Estaba enfurecida. Ella conocía su mundo mucho mejor que Ofiuco.
- Tal vez todo ese odio era necesario. A pesar de todo, eres una chica luchadora e inteligente. Estoy segura de que si te hubieses abierto a alguien, lo habría descubierto y te habría querido por ello. Si a una persona le quitas lo superficial y no hay nada dentro ¿de qué sirve una caja muy bonita si no hay nada dentro?
- Pero tenía miedo. Mucho miedo. Al rechazo. Estaba harta de que me rechazasen.
Ofiuco suspiro y volvió a beber.
- Supongo que en eso tienes razón. No es mundo en el que te acepten rápidamente.
Ambas se quedaron calladas. Mientras Ofiuco se servía más vino, Erika hizo el firme propósito de beber un poco más.
- Déjame adivinar. Apuesto cualquier cosa a que Haden te ha liado incluso mas la cabeza que antes.
Algo avergonzada, asintió con la cabeza. Aún no entendía del todo las curiosas palabras del anciano.
- Normal. Ese viejo tonto no sabe tratar con chicas de 14 años- se río a carcajadas- anciano tozudo, siempre hablando con esa magnificencia grandilocuente digna de la Corona de Auger el justo. Para algo nació en esa época, supongo.
- ¿Pero cuantos años tienes Haden?
Recordaba que aquel rey había vivido hacia unos…
- 874 años, pronto cumplirá 875.
La copa se le resbaló de las manos y reventó en el choque contra el suelo. La alfombra de tonos azules absorbió el líquido escarlata. Ofiuco estalló también, pero en carcajadas. Erika se sentía humillada, y se agachó para recogerlos trozos.
- ¡No hija, no! ¡Que haces! Eres una dríade, se hace así- y levantó la mano. La copa volvió a su forma original. El vino desapareció del suelo.
- Una pena, cosecha del norte. Hay una cada 50 años. Pero no importa.
Fascinada observando el pequeño cáliz, no se percató de la mirada de Ofiuco.
- ¿Te gusta la música, Erika?
- Mucho- le respondió sin llegar a entender a que venía la pregunta.
- ¿Conoces los pianos humanos? ¿Sabes tocarlos?
En otro desesperado intento de que hiciese amigos, su tía le apuntó a clase de piano.
- Un poquito.
- ¿Podrías hacer algo con ese?
En el lugar mas oscuro de la habitación, un piano negro, con las teclas tan blancas que parecían brillar.
- No se… es grande…
- Inténtalo al menos. Es una pieza única que me traje de mi viaje a la tierra. Hace mucho que nadie lo transforma en arte.
Ella se levantó y se subió las faldas. La joven dríade le siguió atemorizada. Era precioso, de ébano posiblemente y escrito en letras doradas, estaba escrito: la portadora de la serpiente justo encima de las teclas. Se sentó justo enfrente. Pasó los dedos por las teclas, lisas y suaves. El teclado eléctrico de su casa no era ni digno de ser una sombra de algo como aquello. Bloqueada, intentó recordar aunque fuese una de esas canciones infantiles que tocaba. Pero se limitó a dejar que sus dedos decidiesen los que hacer. Moviendo las manos con agilidad, lo único que conseguía recordar de aquella parte de su vida llegaba de nuevo a sus oídos. El canon de Phachebel. Era una pieza complicada, pero aun así, era la única capaz de interpretar. Vívidas, las notas se mezclaban con el ambiente. Cuanto le había gustado esa canción. Le recordaba la vida que tanto hubiese deseado tener, su melodía harmoniosa, su dulce compás. Tras unos minutos, paró.
- No me equivocaba. Por un momento dude, pero no.
- ¿En que?
- En que tienes la magia. Aunque no te des cuenta.
- ¿Qué es la magia? ¿Poder? ¿A que te refieres?
-¿Poder? No, no esa clase de magia. Esa la magia de la vida. Nacimos para vivir. Somos la belleza. No todo lo que hagamos lo haremos bien, pero en la pasión y el deseos esta la verdadera perfección. En realidad, en eso nos parecemos a los humanos… pero hace mucho que lo olvidaron. La magia nos hace únicos y fuerte. Es nuestra capacidad de crear magia y belleza. Es mucho más complicado que eso, pero entendible. De donde venimos, a donde vamos. Cual es nuestro objetivo, nuestros límites y nuestras capacidades. El porqué de nosotros. Somos poder, somos fuerza, somos encanto magia y belleza. La dríade perfecta no existe, y no deja de estar en cada uno de los individuos. Tú y yo somos el porqué de toda una raza. Somos vida. Somos lo que debemos ser y somos nuestros deseos.  Ese libro lo explica muy bien.
Señaló un grueso volumen titulado: El Secreto de las Dríades.
- Llévatelo, léelo, entiéndete.
- ¿Que tiene que ver todo esto con que yo toque el piano? No entiendo nada…
- En que en el pones tu alma y tu cuerpo. Esa es la verdadera magia de una dríade. De una náyade, de un elfo o un sílfide. ¡De un humano incluso!
- Pero… la magia…
- ¡La magia del momento, Erika, la magia del momento! El momento en el alguien te ayuda a recoger tus libros, en el que tocas música, en el que saltas desde lo más alto del acantilado al mar, en el que sale un ejercicio complicado… todos los momentos de felicidad… en ellos esta nuestro origen, en ellos esta la verdadera magia.
- ¿Y que tiene todo esto que ver conmigo? ¿Cómo me ayudará a ser más fuerte y a luchar mejor contra Seena? ¿Cómo?
Exasperada de no entender, la joven había chillado. Pero al contario de enfadarse, rio de nuevo.
-Algún día lo entenderás. Y verás cuanta razón tenía. Y ahora vamos, se hace tarde.
Erika fue las últimas palabras de la mujer que escucho en la sala. En silencio, por los pasillos, necesitaba disipar una última duda.
- ¿Cuántos años tienes, Ofiuco?
- Unos 258, recién cumplidos.
Se encogió sobre si misma. Eran muchos. Incluso para la portadora de la serpiente.

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