jueves, 6 de septiembre de 2012

Capítulo 9:

Capítulo 9: Tal Vez

Caminar por el bosque era más relajado que hacerlo por las marismas, ríos y lagunas. A Lianna le gustaba el bosque, se sentía atraída por él. Sus misterios, sus secretos, su belleza, su encanto… Tal vez por eso siempre quiso estudiar todo lo referente a él y al crecer irse a explorarlo. Apartó una rama que le rozaba la cara. También le gusta el tacto de las hojas sobre su piel. Las botas de piel de Siena le quedaban perfectamente y daba gracias por ellas. Siempre había estado muy unida a ella. Desde el accidente que separó a la joven de su madre, Lianna fue una hermana para ella. Desde acogerla en su cuarto a cuidar de ella cuando lloraba, o cambiarle las vendas y limpiarle las heridas durante aquellos meses. A su memoria, acudió la imagen de Siena muy pequeña, siete años, en el suelo casi inerte, seguida de una más reciente, de ella junto a Afrodita yaciendo en el suelo, como en su lecho de muerte. Lianna sacudió la cabeza, a pesar de saber que eso no servía para nada. El grupo de paró unos segundos y miraron al cielo. Algo había pasado sobre ellas. Era solo un pájaro. Todas relajaron los músculos. Desde la batalla de la semana pasada, no querían volver a alzar las armas.
- Tal vez deberíamos hacer una expedición de altos vuelo. Si sobrevolamos la zona, podemos ver lo que hay debajo- propuso Pandora.
A Lianna no se gustó la idea, sabía como reaccionaría Siena.
- Está bien, Siena, ve en cabeza porque…
- Yo no puedo hacer expediciones de altos vuelo- dijo entonces.
- ¿Por…?
- No puedo, y punto.
Afrodita se sorprendió y Lianna lo notó. No le gustaba demasiado hablar de la razón por la que no podía volar. Aunque seguramente a nadie le gustaría hablar de eso. Lianna se mordió el labio. Afrodita miraba a Siena con cara extraña. Esta se alejó y se colocó bajo un saliente. Afrodita organizó la expedición y la encabezó, Tamina y Abhet exploraron el suelo para buscar agua. Erika se sentó bajo el saliente junto a Siena, la cual miraba al infinito, con los ojos brillantes y aspecto de no ver lo que miraba. Tal vez estuviese pensando. O tal vez tan solo respirando y manteniéndose con vida. Lo que hacían todos, pensando que estaban a salvo, que tenían una posibilidad, por remota que fuese, de seguir con vida.
- ¿A mi me responderías por que no puedes volar?
Siena se inclinó hacia atrás y ladeó la cabeza.
- No creo que te apetezca saberlo.
- Prueba, si no te arriesgas…
- No ganas.
Ambas se miraron y sonrieron. Tal vez eso convenció a Siena para hablar.
- Tenemos que remontarnos muy atrás en el tiempo. Yo aún no había nacido. Mi madre era una guerrera renombrada del ejercito dríade. Luchaba contra escuadrillas de secuestradores que robaban a jóvenes, para llevarlos junto a Seena, después de la guerra que esta había causado. Siempre iba con mi padre, a quien amaba con locura, con quien estaba casada y tendría un bebé. Solo que ella aun no era consciente de estar embarazada. Se encontraron contra un gran grupo de buenos luchadores. Ellos mataron a casi toda la cuadrilla y mi madre y una par de personas fueron las únicas de salir con vida. Mi padre jamás volvió, aunque mi madre seguía esperándoles. Los curanderos se preocuparon por ella. Mandaron a un par de persona a mi casa y la dieron de baja en el ejército. A los pocos meses estaba completamente loca, no comía y apenas bebía. Temieron por mi salud y la medicaron. Cada día estaba peor, tan solo se sentaba en una silla a mirar por las ventanas de mi casa, esperando ver una sombra en la lejanía que le indicase que mi padre volvía. Luego llegué yo. Y fue aún peor. No quería que yo viviese, decía que era como si tan solo hubiese sobrevivido parte de él. Así que me internaron en una casa de acogida, hasta que cumplí los cuatro años. Me volvieron a mandar a mi casa porque mi madre estaba casi curada. Pronto se dieron cuanta de que yo sería como ella, una guerrera, una buena. Temieron que mi madre no me dejase desarrollar mis competencias por miedo a perderme. Pero fue todo lo contrario. Le encantaba mirarme luchar, nos pasábamos horas y horas, yo entrenando y ella observando. Cuando yo quería parar porque estaba cansada, ella no me dejaba, quería mirarme más. Al tiempo se enteraron de que yo poseía los mismos movimientos que mi padre y prohibieron a mi madre verme, dijeron que no seria bueno para ella, alimentarse de un recuerdo que ya no existía. En aquellos meses, mi madre mejoro mucho, pero pronto lo perdió todo. A pesar de eso, comenzó a acostumbrarse a que mi padre no volvería jamás. A los siete años, las curanderas dejaron mi casa, mi madre tenía trabajo como cantante en un teatro cercano y yo al fin una familia feliz. Pero una noche de Luna Roja, cuando la magia se debilita, me desperté porque tenía un mal presentimiento, caminé hasta el salón y en el borde de la ventana, pude ver a mi madre, pude ver su mirada de tristeza en mí, como volvió la cara a la noche y salto. Corrí y salté tras ella. En el aire, la sujeté, pero mis alas no podían con nuestro peso, tan solo frenaron la caída y nos salvaron la vida. El último recuerdo que tengo fue a la mañana siguiente en el hospital y la petición de Tandarmia para acudir en el próximo curso. También que las curanderas volvieron y que cuando yo volví estaba completamente recuperada. Yo no. Caí bajo ella y me deformé el nacimiento de las alas, a veces se paralizan. Por eso es mala idea que vuele bajo presión y sin que nadie pueda sujetarme en caso de que ocurra algo.
Erika cerró los ojos. Para una dríade, no volar, era como para una persona no caminar, doloroso, era estar eternamente atado al suelo, sin poder sentirte libre. Siena silenció sus pensamientos poniéndose de pie y caminando hasta el árbol más cercano. Se agarró a una de las ramas y de una graciosa voltereta se sentó en una rama. Con las piernas se sujetó a otra rama y se dejo caer, quedando boca abajo y sonriendo a Erika.
- Pero sino jamás habría aprendido a hacer esto. Todo tiene lado positivo. Solo que a veces no los vemos. Si te rindes demasiado rápido, dejas de ver los lados positivos. Están en todos lados y solo tienes que aferrarte a ellos y…-sus ojos brillaron y volvió a sentarse en la rama.
- Rendirse es la opción fácil y mi naturaleza me pide que me ponga las cosas difíciles. ¿Qué dice la tuya?
La joven no supo que decir. Si pensarse la respuesta o decir que ella también quería seguir siempre adelante. Pero no lo sabía, no se conocía tanto a si misma.
- ¿Sabes por qué creo que nos rendimos? Porque nos da miedo el futuro, el que pueda pasar después. No porque nos esté costando, sino porque nos cueste mas. Solo son las alocadas teorías de una alocada dríade-agachó la cabeza y dejo que su pelo le tapase la cara.- Que difícil es todo. Por eso me gusta la inesperada y divertida vida.
Mas que una conversación parecía un monologo sobre las filosofías de Siena. Sobre lo que ella opinaba y sentía, lo que quería para ella y lo que no. Con una pierna colgando de cada lado de la rama y los ojos hacia el suelo, su silueta no parecía la de una activa adolescente que luchaba por la vida, sino la de una delicada chica que temía por ella.
- Bueno, deberíamos concentrarnos en lo de vigilar, no queremos tener problemas, ¿no?

- ¿Traerlas aquí? Eso sería una locura. Deben venir ellas por su cuenta, no podemos ayudarles, el destino…
- El destino dijo que serían mayores de edad, no unas perdidas niñas que no saben nada de la vida. Así que dejemos de centrarnos en el destino y pensemos en lo que mejor para este Reino.
El anciano observó como la mujer recaía sobre el respaldo de su silla y los velos de su vestido revoloteaban a su alrededor. Se cruzo de brazos y comenzó a hablar por lo bajo. El anciano suspiró y continuó hablando.
- Debemos enviarles algunas señales, invisibles, por supuesto, tal vez algunos sueños reveladores a la joven que ve el futuro. O que se encuentren algo físico. El problema es que si Seena se entera…
- Estarán muertas. Pero ¿no lo están desde que comenzó esta guerra? No entiendo como es que tarda tanto en hacerlo, al menos podía hacerlo rápido, son un blanco fácil y…
- No nos centremos solo en lo negativo. Suele tardar en encontrar su paradero, tal vez las necesite viva y son demasiado importantes. Tal vez no pueda deshacerse de ella porque tienen algo que necesita o que le pertenece.
- ¿Sería usted capaz de decirme que pueden tener unas niñas de catorce años que una guerrera experimentada poseedora de un Kayabis maligno, asesina mas buscada y menos hallada y mejor escondida?- de nuevo, la mujer de pelo ámbar habló.
- Su inocencia, tal vez. Usted misma puede enumerarme unos treinta conjuros que precisan un ser inocente para ser ejecutados. Tal vez necesite su parte humana, algo que ellas poseen y no saben lo que. Muchas cosas, señora, muchas.
- Oh, esta bien, protegeré a unas chicas que realmente no saben lo que hacen pero esperan salvar el mundo. ¡Tan solo son unas jovenzuelas! ¿Alguien en esta sala piensa realmente que puedan ayudarnos?
- Yo lo pienso- anunció un hombre unas sillas más allá.
- Y yo- replicó otra mujer allí presente.
- ¿¡Pretenden acaso llevarme la contraria!?
- Ofiuco, le pido que se tranquilice o se retire de la estancia.
Ofiuco se acarició el pelo y gruñó. Tras unos segundos, volvió a recostarse y se mantuvo callada.
- ¿Entonces están todos de acuerdo con que enviemos unas señales a las Liberadoras?
La sala entera, exceptuando a Ofiuco, estuvieron a favor de esa idea. El resto de la reunión decidieron que enviarían, como, cuando y porque.

La expedición llegó un par de horas después. El terreno se volvía mas llano y las montañas y salientes comenzarían a desaparecer. Llegaban a la zona oeste del Reino Dríade, los que indicaba que casi todas las civilizaciones estarían bajo tierra. No era demasiado seguro caminar sin la protección de los árboles o las montañas. Dirigirse al norte bajo la protección de esa cadena montañosa era la mejor idea, pero era un camino mas largo. Aunque había que tener en cuanta que uno de los datos que habían encontrado, uno de los Kayabis que buscaban estaba allí, escondido por el Consejo. Pero no sabían donde encontrar a este. El Consejo era una antigua asociación de ancianos formada por los dríades más poderosos y reconocidos del reino. Se sabía poco de ellos, ni siquiera se confiaba que la asociación siguiese unida. Tal vez se separaron hace muchos años. Tal vez siguen creciendo. Tal vez no estuvieran de su bando. Pero necesitaban ese Kayabis. Aunque hubiese que conseguirlo por la fuerza. Pero luchar contra ellos era una estupidez, así que esperaban que no se diese el caso. El camino que siguieron bordeaba las montañas hasta donde las cumbres se volverían demasiado frías y altas para caminar por ellas. Acamparon bajo dos salientes cuando la noche estaba muy entrada. El frío se acentuó más en aquella zona del Reino. Al fin volvían al reino Dríade, su hogar, el lugar que las había visto crecer. Volvían escondiéndose, intentado evitar que su reino sufriese por ellas. Las cuevas aumentaban su presencia y el frío disminuía la temperatura del aire. Calhina se preguntó si podrían visitar Caverna, su pueblo de origen. Estaba claro que no, a no ser que quisieran convertirlo en un blanco seguro. La verdad es que en ese momento, nadie quería ser vista por nadie. Ojos morados, heridas, mal estar general. Para Calhina, lo único importante ahora, era seguir viva.
Caminar sin saber a donde iban no era lo más apetecible, pero la única opción que tenían. Erika se ofreció a salir a buscar agua con Afrodita. Caminaron un buen trecho en silencio. Las grandes montañas se veían a lo lejos, con las puntas rozando las nubes y las ventiscas revolviendo el aire.
- ¿alguna vez te has sentido sola?
Erika estuvo paralizada los segundos que tardó en asimilar la pregunta tan extraña de su acompañante.
- ¿A que te refieres? Nunca he estado sola, siempre había alguien…
- No es lo mismo, puedes estar con alguien y sentirte muy sola.
Erika sabía a que se refería. Muchas veces, estando en una sala llena de gente, se sentía excluida, como si no encajase. Sabiendo que nadie allí se preocuparía por ella, que lo que hiciese les daba igual. Que era una incomprendida. Sentirte sola era cuando a pesar de toda esa gente a tu alrededor, tu sabías que nadie estaba a tu lado.
- ¿a que viene esa pregunta?
- Responde tu primero.
Erika frunció el entrecejo, pero dejo caer la cabeza y respondió:
-Demasiadas.
Ambas silenciaron el ambiente unos segundos, mientras la repuesta de la chica volaba en el aire. La sílfide miró como el amanecer bañaba el valle congelado sobre el que estaba de pie.
- Yo también. Solo quería saber si ahora también te sentías así- la mujer se agachó y sujetó un pedazo de hielo.
- Menos que nunca.
- Lo mismo digo- y lanzó el hielo contra una pared y resquebrajó parte de una roca, dejando al descubierto un manantial de agua minúsculo.
- Vamos, puede que nos estén esperando.
Erika se quedo in saber a que venía esa pregunta realmente.

Arika se tumbo en la cueva y se adormiló sin llegar a dormirse realmente. Había sido un día demasiado largo y la noche no iba a ser menos. Llevaba desde que el sol salió con un mal presentimiento, como si algo pudiese pasar mal, como si nada de lo que ella supiese fuera cierto. Era una sensación muy rara. Revolviéndose en el suelo, cerró los ojos. Solo quería que aquella pesadilla se acabase. Aunque el que acabase una, significará dar comienzo a otra nueva.
Los picos llegaban tan alto que se perdían de vista. La niebla plateada se enroscaba alrededor de su cuerpo. ¿Desde cuando era ella tan ligera? Una lejana luz brillaba entre las penumbras nocturnas. Caminaba hacia ella. La lluvia era fina y la Luna tenuemente conseguía sacar alguna silueta de la oscuridad. Tenía que llegar a la luz como fuese. La voz de Erika comenzó a susurrarle al oído lo que tenía que hacer, traía por el viento y su voz llevaba impregnada una curiosa humedad frugal que le acariciaba la piel. Cuando estuvo lo bastante cerca de ver lo que era, la luz le deslumbro pero cerró su mano alrededor del finísimo cristal y la luz desapareció. Erika gritó algo que le sonó a advertencia y vislumbró un fogonazo. Quiso correr pero cuando se dio cuenta había caído al suelo.
Se levantó con un chillido. Medio mundo feérico debía haberse enterado de que había tenido pesadillas. Tamina, a su lado, le tapó la boca para evitar que se le oyese.
- Shhh… ¿estas loca? ¿Quieres que nos descubran?
- Lo siento. Es que, creo que, creo que ya sé a donde vamos.

-¿Nos estas diciendo que según tu sueño, mientras tu hermana tenga puesto el colgante tu sabrás hacia donde tenemos que ir? ¿Te has dado cuenta de lo estúpido que suena eso?- la sílfide se cruzó de brazos.
- Como se nota que no conoces los secretos de la magia, chica del aire. Tal vez, pero si fueses capaz de decirme como era ese sueño…
- Abhet, yo he leído un libro sobre como interpretarlos. Es parte de mi don. Pero sé que la luz era el otro Kayabis. Que la voz de Erika era mi guía y que los fogonazos y sus gritos eran una advertencia de que pasaría algo cuando llegásemos allí. Y que su voz fuese húmeda…
- ¿Voz húmeda? Arika, creo que la falta de comida te sentó mal- Pandora observaba a su amiga con ojos preocupados.
- Que no, que era una señal y…
- Pudo ser provocada, por alguien.
Claro que fue provocada, de eso Arika estaba bastante segura. Pero no se había parado a pensar por quien. Pero no desistió.
- ¿Se os ocurre una manera mejor de saber a dónde vamos? Ese sueño es la única pista que no diga que no vamos sin rumbo. Confiad en mi.
- Habrá que intentarlo- Afrodita suspiro- ¿se te ocurre alguna manera de activar esa conexión con tu hermana?
Ambas chicas se miraron. Erika llevaba al cuello la bolsita de cuero y cerro sus dedos en torno a ella. Sabía que lo poco que conocía de magia le iba a valer de bien poco en aquella situación. Bajo la cabeza he intentó que a su mente acudiesen los recuerdos de las clases con su profesora. Ay… en las clases y en los recuerdos, estaba presente Lillith. Sintió que las lágrimas le empañaban la vista, pero no quería llorar por eso delante de nadie y parpadeó hasta que desaparecieron.
- Yo no se nada de conexiones mentales de gemelas pero… ¡espera! Hace tiempo, cuando Palmera se fue de viaje y estaba en peligro, Palmira notó cuando hizo un hechizo muy fuerte, como si compartiesen una fuente de poder. Se mareo y se cayó al suelo pero cuando estuvieron cerca y lo probaron no pasó nada. Tal vez la lejanía las puso en contacto porque se necesitaban o…- Pandora divagaba como si no hubiese nadie a su alrededor.
- Dices que se mareaba… ¿Cómo yo cuando me desmayo cuando estoy débil?
Las chicas recordaron aquella mañana de primer día de colegio, tan lejano que semejaba irreal. Solo 8 chicas de 14 años, cuya mayor preocupación eran los vestidos y aprobar. Ahora era llegar con vida al siguiente campo de batalla. Arika se había mareado hasta caer en los brazos de la señorita Moonly. Pero en ese momento Arika y resto del mundo desconocía la existencia de un lazo entre ambas chicas. Un lazo que tal vez fuese capaz e romper la barrera espacio-temporal.
- ¿Aquella mañana hiciste algún hechizo que pudiese afectarle?
- Aquella mañana ni siquiera sabía que yo fuese capaz de hacer algo que se pareciese a un hechizo. Ni aunque hubiera querido…- como un relámpago, un recuerdo destelleó en su mente-aunque claro que no fue voluntario, quien en su sano juicio haría algo así… Tal vez si, esa mañana si que hice algo…
- Esa mañana tuve un gran desmayo, así como por el medio día.
Las dos chicas se quedaron mirándose.
- Como podríamos, “activar” esa conexión. No vamos a poner nos en peligro para…- Erika nunca acabó esa frase porque pudo ver como Afrodita se llevaba a su hermana por el cuello, la aplastaba contra un árbol y le ponía la espada al cuello. Los fríos y fuertes brazos de Siena la aprisionaban y solo veía como la guerrera atentaba contra su hermana. La ira surgió de ella como si de un volcán se tratase. De un gruñido, intentó liberarse. Solo deseaba que su gemela saliese con vida de aquello. Arika debatía su propia batalla. Las manos de la sílfide evitaban que su cuerpo se moviese sin que la cabeza se desprendiese de él. Pasaron milésimas de segundo antes de que reaccionara y se relajase. Afrodita no iba a hacerle daño. Se mantuvo quieta. Erika relajo los músculos también. Casi pudo oír la voz de su hermana pidiéndole que no se preocupase.
- Esto no sirve de nada- comentó entonces Siena.
- Por probar- se encogió de hombros Afrodita.
- Buen intento de conspiración, pero yo sé que vosotras no vais a hacernos nada.
- Sabes demasiadas cosas, Princesita.
La mención de ese nombre les sorprendió a todas. ¿Cuando era la última vez que habían utilizado sus apodos? ¿Cuándo los recuperarían? Afrodita no entendió porque de repente las miradas habían caído hasta el suelo, como empujadas por una fuerza invisible.
- Acampemos aquí hasta que sepamos que hacer. Busquemos algo que comer. Vosotras, conseguid esa conexión- ordenó la guerrera.
Pero cada una camino en una dirección. Arika se dirigió a recorrer raíces junto a Pandora y Erika se sentó bajo un árbol y se rodeó las piernas. Una vez encontró cierto calor corporal y comodidad. Comenzó, de nuevo, a llorar. Esta vez ya sin razón alguna, como si derramar lágrimas fuese una rutina. Tal vez era por que estaba sola en un mundo que apenas conocía, por los pocos recuerdos felices que tenía, por que llorar cuando estaba sola era ya rutina. No le gustaba llorar pero, ¿Qué otras opciones tenía para exteriorizar su dolor? Sabía que de un momento a otro, una de sus amigas se sentaría junto a ella y dejaría de llorar y hablarían, para por unos segundos, ambas olvidarse del constante peligro que les amenazaba. Aunque no se esperaba que fuese Abhet la que ocupase ese lugar aquel día. Su vestido era grande y ocupaba bastante sitio, pero Erika aprovechó parte de la falda para cubrirse los pies con ella y sentir el calor.
- A mi no me gusta llorar, siempre he pensado que me hace mas débil. No me gusta sentirme débil. Cuando era pequeña lloraba con mucha frecuencia porque mis padres me pegaban o me gritaban. Siempre estaba a la sombra de mi hermana mayor. Ella lo hacía todo bien. Era… prefecta con la magia, con su comportamiento. Nunca curioseaba. Mis padres me amenazaban con no dejarme herencia si no me portaba bien en los banquetes o las fiestas. Me gustaba explorar, descubrir cosas que aún no conocía. A los que no les gustaba eso era a mis padres. Me internaron en el colegio y dieron orden estrictas a mis padres de que aprendiese a ser una señorita y utilizar la magia correctamente. Allí estuve años encerrada hasta que me di cuenta que mi espíritu explorador, ni naturaleza curiosa… moría poco a poco entre aquellas paredes. Así que lo enterré en el más hondo de mí ser y me convertí en lo que la gente quería que fuese. Una dama, buena estudiante, una amiga… Dejando atrás lo que yo quería ser. Tal vez sea tarde para mi, pero no para ti- le confió todo aquello mirando al suelo, sin que sus miradas se cruzasen en ningún momento. Jugueteando con un mechón de pelo, con los pliegues de su traje, distrayéndose de los ojos oscuros que buscaban los suyos.
- Por que me cuentas todo esto. Yo…
- Para que no cometas el mismo error que yo, Erika. Poco a poco estas pasando a ser alguien diferente a quien tu eres en realidad. Tal vez el miedo sea el que te hace esto, pero ese miedo tiene nombre y se llama Seena. Si te sublevas a ella, aunque sea inconscientemente, jamás podrás derrotarla. Yo soy incapaz de mirar a mis padres a la cara y menos a mi profesor. Imagínate de enfrentarme a su ira. No te dejes aplastar, Erika. Si quieres llegar a vencerle algún día, primero tendrás que vencer el temor que le tienes a algo que desconoces. Solo entonces serás lo bastante fuerte para hacer lo que tú quieras. Solo entonces.
Tras esas palabras, la náyade se levantó y recogió sus faldas. Mientras se alejaba de allí, la dríade la miró y dijo:
- Quien eres tú, Abhet.
- No me preguntes quien soy yo, pregúntate quien eres tú. Cuando lo sepas, estarás en derecho de saber quienes somos el resto.
- Entonces no lo sabré nunca. Nadie puede decirme quien soy.
-No Erika, solamente tu puedes decirte quien eres tu. Piensa ¿Quién eres tu?- dejó su pregunta en el aire cuando desapareció para comer. Erika estuvo cavilando unos segundos después. Esa pregunta estuvo en su mente el resto del día, apartándola de su propósito de conectar con su hermana telepáticamente. Porque una pregunta como esa, es de las que consiguen dejarte sin dormir.

Thara observó como el sol se ponía por el oeste. La luz anaranjada se reflejaba en sus ojos verdes, en las finísimas lágrimas que se habían formado en sus párpados. A pesar del grueso escudo de protección que rodeaba en colegio, la luz solar se internaba en el, empapándolo todos. Las noticias habían llegado aquella misma mañana. Su escuela de medicina estaba bajo el control de las Almas. Unas cincuenta personas que ella conocía habían caído durante el asedio. La residencia donde ella había vivido durante años estaba destrozada, no habían dejado piedra sobre piedra. Muchos de sus amigos estaban ahora… Cerró los ojos y dos silencios lágrimas color dorado resbalaron por su piel. El sol seguía internándose entre las montañas lentamente. El colegio que durante tantos años fue su hogar… ya no era mas que una sombra del pasado. Sollozó y las dos lágrimas cayeron bajo la carta. Unas de ellas comenzó a disolver sobre el papiro la tinta morada, convierto la palabra “desde” en un simple borrón de agua, dolor y color violeta. La estrujó entre sus dedos. La leyó tantas veces esa mañana que podía repetir su contenido sin mirarla. “Así que se declara como propiedad de los enemigos el Colegio de Herboristería y Artes de la Cura desde este momento. Respeto y mi mas sincero pésame, Regidor Darber.” Y luego una lista de los cadáveres e que ya habían encontrado. Zabra, la chica con la que compartió pupitre el primer año. Gezber, un joven que siempre le dejaba material si lo necesitaba. Jairee, su compañera de cuarto. Ya no volvería a hablar con ellos jamás. Volvió a sollozar y las lágrimas continuaron cayendo sobre su tez pálida. Se secó una y observó como los últimos rayos de sol la coloreaban hasta desaparecer. La lágrima resbaló por su mano y golpeó el suelo donde fue absorbida hasta el interior de la tierra que la protegía. Caminó hasta los pasillos y se encontró al nuevo profesor allí. Era un hombre muy joven que la miró atentamente.
- Perdóneme- susurró cuando le pidió paso.
- ¿Puedo preguntarle porque esta triste, señorita?
Sin saber porque, Thara se entristeció mucho más cuando se lo preguntó, tal vez porque pensó en ello. Llorando mucho más que antes y tapándose la boca, huyó de esa pregunta, perdiendo por el camino la maldita carta arrugada. El profesor la recogió y la leyó. Suspiró. Rozó las lágrimas de la chica que se habían secado sobre el escrito. “Y tantas que tendrás que derramas, querida, y tantas que te quedan”. Y suspiró de nuevo.

Korah se levantó la primera esa mañana. El sol no despuntaba por el horizonte siquiera y la Luna aún reinaba en el cielo nocturno. Sentaba allí, se atuso el pelo. Era incómodo mirar sin las gafas y las de repuesto que llevaba eran demasiado pequeñas. Se las puso a pesar de todo. Las patillas le apretaban tras las orejas. Miró a su amiga a su lado. Arika dormitaba plácidamente. Entonces se le ocurrió una idea. Una muy buena. En absoluto silencio, se echó una bufanda al cuello y cubriendo así parte de su cara. Puso sus manos sobre su cuello y su boca, tapándola del todo. Comenzó a apretar.
Arika se despertó inmediatamente. Alguien le estaba ahogado y le había tapado la boca para que no dijese nada. Intentó debatirse pero se había colocado sobre ella estratégicamente para que no se moviese. Cada vez le quedaba menos aire y necesitaba mas ayuda. Le dolían los pulmones y sintió que se ponía azul. La falta de aire le comenzó a afectar hasta estar cerca de perder el conocimiento. Solo deseaba que alguien le ayudase. Cuando estaba a punto de irse completamente, sintió que la presión se aflojaba y sus pulmones se llenaron de aire de nuevo. Boqueó como un pez fuera del agua y se llevó las manos al cuello. El dolor de cabeza disminuyó hasta desaparecer. Se apoyó en el suelo. Pudo al fin mirar a su atacante y a su salvadora.
- ¡Erika, para, basta! ¡Que me vas a poner otro ojo morado, ay!
- ¿¡Korah!?- exclamaron a la par.
- ¿Erika, Arika, Korah? ¿Qué demonios azules hacéis?
Fue la voz de Afrodita la que les ayudó a darse cuenta de la siguiente escena. Erika estaba sobre Korah, atestándole diversos puñetazos y a punto de sacar la espada. Esta se protegía la cara para evitar otras gafas rotas. Arika estaba en el suelo cerca, arrodillada y con una mano en el pecho, tratando de respirar con normalidad.
- Me dijiste que te estaban atacando y que te ayudase- Erika dejo libre a su pequeña amiga, la cual se puso de pie y se sacudió la ropa.
- Ni siquiera conseguía respirar. ¿Cómo iba a pedirte ayuda?- Arika se recuperaba poco a poco.
- Pero yo te oí perfectamente diciendo que te ayudase, que te estaban atacando y…- miró a Korah.- Eres una maldita genio.
Esta se apartó un mechón de la cara y se recolocó las gafas.
- Eso, ya lo sé. Bueno que, ¿os sentís conectadas?
Las otras dos personas despiertas lo comprendieron al instante. Se miraron con los ojos abiertos y se encogieron de hombros.
- Yo soy así, lo mismo te atacó por la noche, lo mismo bailo la Danza del Cuervo en mitad de la clase, impredecible.
- Un punto a tu favor, si eres capaz de confundir a tu oponente, serás capaz de salir con vida. Esta bien, ahora decidme, estáis em… conectadas… ¿Qué sentís?
Erika volvió a su rostro serio. Cerró los dedos en torno a su Kayabis. Arika miró a una fisura cercana.
- Se va por ahí.

Llevaban tres días caminando entre grutas, cavernas y riachuelos. Savannah batió las alas para evitar resbalarse y estrellarse contra las rocas. Su aliento se condensaba frente a ella, formando nubecitas cálidas que se fundían demasiado pronto con el aire para llegar a calentar nada. Las cuatro hierbas hervidas que había comido llenaban lo mismo que el vapor que respiraba. Sus tripas rugieron de nuevo. El resto de personas estaban igual que ella. Incluso la inquebrantable Afrodita mostraba signos de cansancio y decadencia. Al fin. Se sentaron nuevamente en una cueva. Durante unos minutos, el constante silencio fue roto por la voz incriminatoria de Lianna.
- No tienes ni idea de adonde nos estas llevando.
- Ya sé que estamos teniendo algunos problemas pero…
- ¿Algunos problemas? Yo creo ya que medio mar helado se nos a caído encima en la venticas de ayer. Y que si no nos han encontrado es porque ni nosotras tenemos ni la más remota idea de donde flores estamos y que ni la comida lo sabe porque aquí no tiene nada que alimentar- su voz sonó enfadada pero agotada a la vez. Así como también recriminatoria.
- Lianna tiene razón, hemos estando dando vueltas. No sabéis lo que estáis haciendo. Asumidlo- Julietta también estaba a la defensiva.
- Eso no es verdad. Yo se adonde voy porque…
- ¡No tienes ni la menor idea!- le reprochó Savannah- Estamos helándonos y pasando hambre porque se supone que ella te dice que tienes que hacer…
- ¡Basta! Nos esta afectando el hambre y el frío. Calhina, con lo que queda, prepara algo de comer y busca algo de musgo. Después dormiremos y os relajareis un poquito. No quiero volver a escuchar que os gritáis entre vosotras. Estáis juntas en esto. Sé que son condiciones difíciles, pero no dejéis que el presente, por duro que sea, afecte a vuestra amistad que ya se forjó el pasado. Porque cambiareis, pero lo haréis unidas. Vosotras mismas decidisteis acompañarlas sabiendo que esto no sería un camino de rosas.
Todas bajaron la mirada avergonzadas ante las palabras de la sílfide. Tenían que confiar en ellas.
- Lo siento es que no se… es todo muy raro. Un día estoy durmiendo en mi cama y el otro metida en una guerra que no se si es la mía- Lianna bajo la cabeza.
- Vamos, Cal, acaba esa sopa y descansad, creo que mañana será otro día duro.
Arika se acostó en el suelo y se tapó con una manta. Suspiró. Afrodita tenía razón. Nadie dijo que esto fuese a ser fácil. Aunque claro, tampoco aviso de que fuese tan difícil.
De nuevo en el bosque. Las montañas brillaban ante la enorme Luna. El vestido era muy ancho y con muchas capas, pero tan ligero como el soplo de una brisa primaveral. El frio había desaparecido. Caminando descalza entre las flores y rozando sus pétalos con los dedos de los pies, llego al resplandor. Muy bien, lo hemos hecho… La voz húmeda de su hermana sonaba feliz. Sujeto la minúscula estrella con sus dos manos y se la hacerlo a la cara. Ilumino sus facciones, su pelo, su sonrisa. Por fin era suya. Oyó su propia risa seguida por la de su gemela. Corrió por el bosque triunfante con la estrella en alto.
Se despertó de golpe. Dos sueños tan parecidos… Se pasó la mano por la trenza empapada de sudor y se abanicó con la mano. Sus jadeos despertaron a Pandora que al verla tan alterada se asustó.
- Arika, tranquila. Que pasa. Arika, que era solo una pesadilla…
- No era solo una pesadilla…- gruñó- era otro sueño.

Palmera estaba tumbada en la cama cuando llamaron a la puerta. Era solo una formalidad, pues estaba atrancada y solo se podía abrir desde el exterior. Siempre y cuando tuviese el código mágico. Entro un profesor de barba muy larga, blanca y la cabeza calva. Sus grandes ojos verdes las miraron. Las tres se giraron y le devolvieron una mirada cansada.
- Si viene a decirnos algo hágalo ya.
- Vengo a pedirles que me acompañen. Tenemos noticias para ustedes.
A Draira no le gusto su tono lo mas mínimo. Nunca se fiaba de nadie que no le mirase a la cara directamente y ese hombre no lo hacia. Le siguieron por el pasillo.
- Si intentan escaparse o zafarse de mí… tengo órdenes directas de hechizarlas y evitarlo. Espero que lo entiendas. Como medida de precaución, sujeten esta cuerda, por favor- al hacerlo, ya no pudieron soltar, aunque con todas sus fuerzas intentaban aflojar la presión de sus dedos en rededor de la soga- bien, continuemos.
No se fiaban de ellas. Aunque claro, ellas tampoco se fiaban de ellos. Todo esto era para evitar que saliesen a buscar a Pandora y el resto de chicas. Pandora no era una chica a la que se le cogiese cariño demasiado rápido. El tiempo y vete tu saber que otras cosas la habían transformado en una joven fría, distante, de esas que no le tienen aprecio a demasiada gente. Pero si la conocías bien acababas dándote cuenta de que era una simple chica con sueños y deseos como las demás. Era una persona que se hacía querer después de todo. Siempre y cuando te tomases la molestia de caerle un poco bien. Cuando llegaron a la puerta, el hombre viejo la abrió. La directora estaba tan imponente como otras veces pero el consejo de profesores había cambiado. Profesores había unos dos o tres, pero había directores de otras escuelas, curanderos, regidores… Todos ojerosos, como si pasasen las noches en vela. Que seguramente era lo que les pasaba.
- Palmira y Palmera de la Pradera de las Lilas y Draira Luz del Sol. Tenemos noticias de vuestros familiares- dijo un hombre bajito.
La cuerda cayó al suelo. Las tres chicas apretaron los dientes y miraron al portador de noticias fijamente.
- ¿Ya saben donde está? ¿La van a traer?- inquirió Palmira.
- Me temo que no hablamos de su hermana- todas dejaron caer la cabeza.- Recordaran a su tía Lina. Dentro de dos meses dará a luz- no era una novedad- pues no se atreve a venir aquí en su estado. Y su madre quiere quedarse con ella.
Las gemelas abrieron tanto los ojos que parecían que fuesen a salírseles.
- Tiene que ser una broma. Ella sabe que este es el único lugar seguro. No puede esforzase, al menos un poco…
- Esta muy débil, el embarazo no le sienta nada bien.
- Pero, en dos meses vendrán. Ellos y el bebé, no puede…
- No sabemos que pasará de aquí a dos meses. Tal vez no quede nada de vuestro poblado, niña. O tal vez haya acabado la guerra para mal. Ni sabemos que pasará mañana. ¿Cómo pretendes que sepamos que pasará de aquí a dos meses?- un hombre con la cabeza apoyada en la mano y el codo sobre el estrado les mirada como si se dirigiese a dos inútiles que no sabían nada. Tal vez así fuese. Tamborileaba con los dedos, como si quisiese acabar con eso rápido.
Palmera se agarró un mechón de pelo tan fuerte que se hizo daño, tirándose de la raíz. Aquella pesadilla llegaba hasta límites insospechados. Necesitaba sujetarse a algo o se caería. ¿Y aquello que le subía por el esófago era el desayuno? Cerró la boca muy fuerte. Los ojos se le impregnaban de lágrimas.
- Y mi padre. ¿Se sabe algo de el? Venía en una caravana…- Draira rompió el silencio.
- No localizamos esa caravana. Hemos perdidos la conexión con el.
Adiós a la esperanza de volverá verle. Nos vemos pronto, pequeña; fueron sus últimas palabras cuando le dijo que se dirigía allí. No quería perderle, él era de lo poco que le quedaba.
- Por favor… no pueden… buscarles…- su voz sonaba ahogada por la desesperación y el dolor.
- No podemos hacer nada por usted, lo siento. Dijo una mujer en todo arrogante.
Draira enloqueció. Se lanzó contra el estrado y unos guardias que las gemelas no habían visto le sujetaron los brazos con fuerza y comenzaron a arrastrarla hacia atrás.
- No. ¡No! ¡El esta allí, en alguna parte! ¡Soltadme! ¡¡SOLTADME!! ¡Traidores, eso es lo que sois! ¡Tr…!
Y antes de que la palabra saliese de su boca, recibió una fuerte descarga. La directora bajo la mano y Draira comenzó a caer al suelo, inconsciente. Un guardia la sujetó por la muñeca. Se quedó colgando como un trapo sucio. Las gemelas corrieron a socorrer a su amiga y la atraparon. Palmira comenzó a sollozar y la tumbó en el suelo.
- Usted… usted se está volviendo loca- le incriminó Palmera.
Ambas miradas se encontraron. La de Palmera llena de réplicas y miedo, mientas que la de la mujer era segura, aunque tal vez hondo, muy hondo, escondiese temor. Pero la joven apartó los ojos con despreció.
- Llevadlas de nuevo a su cuarto y enviad un curandero para que ayude a la chica a recuperase.
Los guardias las apuntaron con las lanzas. Ellas cargaron a su amiga al hombro y comenzaron a caminar, dejando la sala maldita atrás. En un viaje que se hizo eterno, tuvieron tiempo de pensar en toda la información acumulada en los últimos minutos. Sin noticias de su hermana, sus padres no vendrían y Draira… Draira tal vez hubiese perdido lo poco que tenía. Y todo por culpa de una imbécil que quería poder.

Pandora emitió un sonido ronco. Acababa de quemarse. Revolvió con un palo en el fuego sin importarle en olor de ropa quemada y el dolor que le causa esa zona de carne roja en su brazo. Las llamas se iban reflejando una a una en sus ojos. Se le quemaban las puntas del pelo y las pestañas. Apretaba los dientes muy fuertes. La cueva se inundaba del humo, que la adormilaba al colarse en sus pulmones. Le dolía respirar. Dos sueños tan parecidos para Arika pero enviados en dos noches solo podían significar que alguien intentaba confundirla. Pero ahora lo único que le importaba eran las noticias que habían descubierto. Encontraron una paloma medio muerta de hambre en una gruta. Murió minutos después y la enterraron. Ojalá no hubiese leído lo que estaba atado en su pata, podría ser feliz sin saberlo. El poblado donde pasaba unos meses de vacaciones acababa de ser destruido. El poblado de Spree. Tal vez sus padres hubiesen muerto. Tal vez la chica que le servía bebidas frían en la terraza del norte hubiese muerto. Tal vez no quedase nadie vivo. Tal vez no quedase piedra sobre piedra. Tal vez ahora mismo todos estaban trabajando en la fortaleza de Seena. Tal vez no les volviese a ver. Eso le hacia perder el control. Detestaba perder el control. Las lágrimas volvían a amontonar sobre su párpado inferior. Volvió a acercarse al fuego y se le secaron los ojos lo bastante para no llorar. Hundió las manos en su cabellera dorada. Había perdido su habitual fulgor amarillo y estaba mustia y sucia. Se tiró del pelo con fuerza. La bastante para que el dolor que su cráneo emitía le hiciese olvidar lo que sentía dentro. Le empezaron a palpitar las sienes y soltó su melena. Respiraba lento, pero el humo afectaba ya a sus pulmones, que comenzaron a pedirle aire fresco. Se atontaba por momentos. Esperaba perder el conocimiento en breves. Por fin su cabeza no aguanto tanto humo y comenzó a desconectarse. Volvieron a llorarle los ojos pero le dio igual. Apoyó una mano temblorosa en el suelo. Que le dejasen morir allí. Era lo único que pedía. Que pudiese morir tranquila, al menos. Resbaló hasta el suelo. Era un buen lugar para acabar, pensó. Cuando no le quedaba apenas constancia de estar allí, unas manos le cogieron por los hombros y la arrastraron fuera. La nieve le dio de lleno en la cara. Las nubes le impedían ver estrellas o la Luna. Se llenó los pulmones de aire helado y cortante. Notó como se le enrojecía la nariz y los ojos se le hincharon. Boqueó para atrapar más oxígeno. La nieve se coló entre sus labios y se derritió allí. Quieta e inútil en el suelo, recupero poco a poco la consciencia. Se retumbó con un dolor de cabeza muy agudo.
- ¿Tu estas loca? ¿Se puede saber en que demonios estabas pensado?
Era Arika, cuya voz sonaba rota por los lloros. La abrazó muy fuete y Pandora se atontó más. Le surgieron arcadas y se puso a vomitar a un lado. Su cena y parte de su comida iban allí. Y seguramente también el desayuno, pues no le parecía que tan poca comida le diese para tanta porquería. Arika le obligó a beber agua y a comer unas raíces secas. Seguramente era lo poco que le quedaba.
- Estás loca, pensé que te perdía. En que pensaba, por Gaia, en que pensabas- le abrazó de nuevo.
Pandora se dejo caer en el suelo helado, con la nieve aun cayendo sobre ellas.
- Solo quería… quería que todo esto acabase ya. No lo aguanto más.
- ¿Te crees que yo sí? Cada día, cada noche, cada hora… deseo con todas mis fuerzas despertarme y estar de nuevo en la cama del colegio. Y levantarme y contaros en que he soñado y que digáis que estoy mal de la cabeza. Que todo esto no sea más que un absurdo sueño. Pero no los es. Por mucho que yo no lo desease, esto es mi vida, mi deber. Y tendré que asumirlo. Tendré que luchar por mi vida, por poder recuperar lo poco que queda de lo que me han arrebatado de ella. Por la de los demás. No solo tú estas sufriendo. Pero no intento suicidarme. Mi madre, en que pensabas- le abrazó- pero estamos juntas. Estamos perdiendo mucho, lo se, pero ganaremos mucho mas. Esto valdrá la pena. Tu siempre dices que rendirse el la opción fácil. Y nunca vamos a lo fácil, ¿recuerdas? Dijimos que juntas somos más fuertes. Podemos conseguirlo. Pero no si dejamos de intentarlo. Y yo…- estaba llorosa de nuevo- yo no sé que haría sin ti. Creo que me moriría. No puedes dejarme, Pandora, no puedes. La abrazó y comenzó a llorar en su hombro.
Pandora se abrazó a ella y comenzó a llorar de una forma silenciosa. Claro que no podía dejar a su mejor amiga. Se necesitaban una a la otra. Paso un rato hasta que se soltaron y Pandora consiguió ponerse de pie. Le dolía tanto la cabeza que la nieve acumulada sobre sus hombros y su pelo le importaba bien poco. Arika la metió de nuevo en la cueva, donde su intento de suicidio no era más que unas brasas cálidos y agradables.
- Te has quemado el brazo- frunció el ceño su amiga cuando vio el trozo que carne al aire. Había formado unas ampollas llenas de pus bastante repulsivas. Le dolía bastante- A ver, déjame verlo.
- Bueno, vale, pero no lo toques.
- Prometido- al fin Arika sonrió.
Pandora alargó el brazo y su amiga revisó la herida con los labios representando una mueca extraña. Tras darle unas vueltas y mirarlo un rato declaró:
- No se mucho de curandería, pero eso esta mal.
Pandora dejó escapar un bufido divertido.
- Gracias doctora, ya has disipado mis dudas.
- Eh, una hace lo que puede. Pongámosle nieve, creo que las quemaduras hay que enfriarlas- cogió las que había en los hombros de la chica, el alivio fue inmediato.
- No se en que estaba pensado, lo siento- avergonzada, bajó la cabeza.
- Estabas asustada, todos lo estamos alguna vez. Venga, tranquilízate.
- Es que odio todo esto. Yo no lo escogí. Solo quiero irme a casa.
La habitual y lanzada Pandora había desaparecido, dejando al aire a una niña asustada que solo quería salir con vida.
- Ninguna lo escogimos. Ya te dije una vez que yo no tenía amigos una vez, creo que ya ves porque- aunque ninguna fue capaz de reír la broma con tranquilidad.
- Te saltaste el primer curso de magia. Aun recuerdo cuando la gente te llamaba el Fantasma de la Torre. Viviste allí mucho tiempo.- Los recuerdos acudían a ella, como una forma de apartarla de otros pensamientos más oscuros- no tenías a quien te cuidase, mas que el profesorado, vivías en el colegio. Pasabas los largos cursos en la torre sur, sin que nadie te viese mucho. Es raro, como si hubiesen pasado siglos desde entonces.
- A mí ya me parecen siglos desde que fuimos con Savi a que nos hiciesen los vestidos. Cuando Lillith aún… cuando estaba con nosotras.
Aunque no lo admitiesen del todo, Lillith era una de esas dríades que cuando llegan a ti se hacen un hueco en tu corazón y se acomodan allí, a sus anchas. Un hueco ahora vacío. Le echaban de menos. Tal vez por que se hacía querer. O tal vez por que ella habría sabido consolarles.
- Creo que tus sueños, ambos… venían de la misma persona.
- ¿Porque iba a enviarme dos sueños, uno con una advertencia y otra no? No tiene sentido.
- Para confundirte. Para hacerte desconfiar de todo aquel que sepa lo de tus sueño. Para hacerte pensar que alguien sabe mas de lo que dice. O que nosotras sabemos menos de lo que creíamos. O más que él. Hay muchas opciones. Tal vez solo quiera hacerte sentir insegura, eso siempre nos hace mas vulnerables. Ambas sabemos de quien estoy hablando.
Claro que lo sabían.
- Sabes, es muy raro que temamos a algo que no hemos visto jamás. Tal vez no sea tan horrible, tal vez solo sea alguien que quiere sentirse querida. Tal vez no sea tan diferente a nosotras.
- O tal vez sea la horrible asesina sanguinaria de la que todos hablan y no queremos a nuestro lado. Yo no quiero parecerme a alguien a quien le gusta matar, Arika- le espetó con rudeza.
- Ni yo, pero tal vez sea una coraza para protegerse del resto del mundo. Tal vez este confundida y no sepa lo que quiere realmente. Tal vez en el fondo, muy, muy en el fondo, solo sea una niña asustada que no sabe lo que hace.
- Una niña asustada que si te descuidad te cortará la cabeza. ¿Te estas oyendo?
- Tan solo pienso en voz alta, tiene que pensar de vez en cuando en a que te vas a enfrentar con claridad, dejado atrás leyendas y habladurías. Centrándote en saber quien es y como vencerla.
- Eres una persona muy rara, Arika.
- Tal vez, pero tengo intención de seguir viva un tiempo, no se tu.
- Estoy harta de las palabras “tal vez”. Implican inseguridad.
- Tal vez.

La mañana despertó clareada. El sol no calentaba nada, pero si que ayudaba a levantar los ánimos. Básicamente porque hacia demasiado tiempo que no lo veían.
- Creo que nuestro próximo movimiento será adentrarnos en la zona mas norte de vuestro reino.
- Eso no podemos hacerlo, las montañas se hacen inaccesibles cuanto mas nos acerquemos a la cordillera de Env, esta inexplorada en su mayor parte y creo que no hay nada que comer. Hasta que no estos preparadas para comer piedras, Env nos es terreno vetado- Calhina era la única dríade capaz de recordar cada montaña del reino norteño- si seguimos al este nos acabaremos encontrando algunos poblados y puede que alguna ciudad. Aquí as ciudades son muy pequeñas, pero aun así, el norte no es un lugar en donde podamos fiarnos de demasiada gente.
- Ningún lugar lo es-aclaró Tamina.
- Puede, pero nuestra única opción es ir de incógnito. Y aun así, ¿Cómo sabemos quien es un espía y quien no?
- ¿Te das cuenta que con eso nos dices que no hay lugares seguros a donde ir? Ni Env, ni el este… solo esta cueva- Afrodita se puso de pie- no podemos esperar aquí sentadas hasta que el Consejo aparezca tras una grieta…-al mirar tras una abertura, se quedó callada.
Todas esperaron a que dijese algo. Pero afrodita miraba con los cojos muy abiertos a la grieta.
- ¿Alguna de vosotras sabe que aspecto tiene el consejo, mas o menos?
- Ya te hemos dicho que ni siquiera sabemos si existe.
- Pues decidme que es esto- y les dejo mirar por la estrecha grieta.
Un edificio tallado en la montaña, como las ciudades élficas. Una enorme cúpula con cristales refletaba la fría luz solar y las ventanas eran vidrieras coloreadas que convertían la luz en un juego. La puerta era gigantesca, con dibujos de dríades en el bosque, vestidas con hojas y jugando entre las ramas. No se vea ningún movimiento en el interior, tal vez estuviese abandonaba. Pero estaba muy bien cuidado, la piedra blanca era regular y os trocitos de mica minúsculos la hacían brillar. La enorme edificación se imponía ante ellas, pequeñas dríades que no sabían nada.
- El Kayabis esta ahí dentro- Arika lo dijo en voz muy alta, con la mirada perdida en un horizonte inexistente.
- ¿Segura?- Erika cerró la mano alrededor del que pendía de su cuello.
- Completamente, lo noto muy cerca y quiere ser nuestro. Tenemos que entrar ahí como sea…
- ¿Y si es una trampa?- les sorprendió con ese comentario Lianna.- Pensadlo, no atraen hasta aquí controlando el flujo de magia entre los dos Kayabis con un tercero. O puede que no haya un tercero y caigamos en manos de nuestro enemigo. ¿Y si los que están ahí no son de fiar? ¿Y si nos matan? ¿Y si todo esto es una trampa? ¿No lo habéis pensado? Tal vez allí no hay ni un Kayabis para nosotras. Todo esto podría ser una gran mentira.
- Eso es verdad. Pero no podemos quedarnos aquí más tiempo. Igual eso no es el consejo, puede que nos hayamos emocionado un poco- Afrodita golpeó la grieta para agrandarla.
- Cierto. Pero aquí no hay edificios, no castillos, ni nada que se le parezca. Esta región es despoblada, no hay construcciones. ¿Qué hace esto aquí? ¿Y porque no lo hemos visto antes?- dijo Calhina.
- Hablas de alucinaciones mágicas…- le respondió Julietta.
- Hablo de espejismos de magia negra y apariciones. Esto no es normal.
- Si hubieseis vivido en la Tierra, vuestro mundo no os parecería normal. Esta es de nuevo nuestra única opción. Por intentarlo… ¿Qué se pierde?- Erika encogió los hombros.
- Si tenemos mala suerte, la vida- le espetó su hermana.
- Pero la mala suerte no existe. Seremos mas listas que ellos, si vemos que es una trampa, saldremos de ahí mas rápido que nadie. Podemos encontrar una salida alternativa. O una ventana.
- Una vez dentro seremos más vulnerables. Entraremos de sorpresa, por una ventana o un subterráneo, y veremos su reacción. Si intentan matarnos… habrá que huir. Nos separaremos por grupos y nos reuniremos en el centro y luego…
Las tres o cuatro horas siguientes las pasaron perfeccionando el plan. Eran doce personas, se dividieron en tres grupos de cuatro personas. A pesar de que ellas querían ir juntas, Arika y su hermana fueron separadas. Si capturan a una, al menos la otra puede escapar. Sonaba duro pero era posible. Repartieron las pocas armas que tenían uniformemente. Los cuchillos de Pandora y el bastón de Abhet en un grupo. El arco de Arika y Afrodita a otro. Erika con su espada y Siena a otro. La tarde decaía cuando salieron para internarse en aquel lugar. No iba a negar que le diera miedo.  Pero tenía que esforzarse, Al menos una vez por superarse.
- Eh- la voz de su hermana le sorprendió antes de salir- cuídate. Nos vemos luego.
- Eso espero- la abrazó.
 Erika y su grupo salieron las primeras. Siena, Savannah y Korah. En fila india y tras su joven armada, trastabillaron por los salientes. Su puerta era un subterráneo que Savannah había localizado.  No tenía las características para ser llamado puerta, pero llegaba con entrada. Aunque se avecinaba una tormenta, la nieve aun no había empezado a caer. Erika metió la cabeza en el agujero.  El agua goteaba en las paredes y no se veía el final. Puso el pie en la primera madera y esta se rompió bajo su peso.
Cayó un par de metro y se llevó un buen golpe. Todo su peso aplastó su pierna, débil y delgaducha a causa de esos días sin comer. El dolor fue muy fuerte. Le recordó cuando se resbaló de la cuerda para escalar en acrobática. Se rompió el tobillo. Pues ahora el dolor se esparcía por toda la pierna. Seguro que estaba rota. Gimió y se sujetó la pierna. Cuando la sacó de bajo ella comprobó que no había sangre, había sido un golpe seco. Suspiro y procuró no llorar.
- Erika- le llegó un susurró de Siena- ¿Estas ahí? ¿Te has hecho daño?
- Creo- su propia voz le sonó rota- que me he roto la pierna.
- Voy a ir a buscarte. A ver, ten cuidado.
Su amiga la cogió en brazos. Cuando la levantó sintió que el dolor se incrementaba. Apretó los dientes y parpadeó para contener las lágrimas. Siena la tumbo en el suelo.
- Au, au, para. No me muevas.- Se apoyó contra la roca fría, lo que la despertó un poco.
Se sentía adormilaba por el dolor que le causaba.
- Deben de haber construido esto hace años para poder salir y ahora lo abandonaron y se ha podrido. No es seguro.
- ¿No me digas?-le dijo Erika sarcásticamente a Siena-De todas maneras, tenemos que entrar por ahí. Korah, tu eres la mas ligera, irás delante. Si algo cruje, volaremos un poco y saltaremos. El resto de las que podáis, id volando. Tendré cuidado.
Siena miró a Erika. A pesar del dolor, se mostraba segura para tranquilizar a las demás. Era una buena líder, seria buena Reina, algún día. La seguridad y la confianza eran capacidades imprescindibles para alguien que debe hacer que el resto se sientan bien. Nunca le habían gustado muchas de las chicas nobles que iban a Tandarmia. Eran refinadas y delicadas como flores, se asustaban hasta de las arañas y no habían cogido un arma en su vida, a excepción de Calhina, claro. Lo que  el pueblo necesitaba era una persona que no tuviese miedo y en caso de que lo tuviese, no lo mostrase. Erika seria buena Reina algún día. Cuando superase todos sus miedos y aprendiese a quererse un poco mas a si misma.
Caminando por aquella trampa mortal, siguieron avanzando por el interior de la roca. La madera no estaba tan podrida, pero Erika no quería arriesgarse. Caminaba muy lento debido al dolor que le causaba la pierna, pero no quería defraudar al grupo, incluso mas allá de la gente que estaba a su lado. Las lágrimas se caían por su cara, silenciosamente. Pero no iba a quejarse. Haciendo de tripas corazón, camino hasta lo que parecía otra puerta. Era pequeña, de madera podrida. Cuando Korah cogió el picaporte, este se deshizo entre sus dedos. Asqueada, se limpió a la camiseta los restos de aquella talla. La empujó con mucho cuidado y se abrió sin oponer resistencia. Chirrió y la sujetó para que no hiciera ruido. Miró a todos lo lados, pero la oscuridad no le permitió ver mucho mas que un par de palmos ante sus narices. En el pasillo, de apenas unos 20 metros, estaba sumido en una penumbra que le daba malas ondas.  
- ¿Hay algo?- susurró Erika.
- No, pero me parece muy peligroso. Vamos a ir muy juntas.
- Déjame a mi primero, Korah. No hagáis ruido- Erika se abrió sitio hasta el principio de la fila.
La chica se tragó sus lágrimas y el dolor. Desenvainó la espada, sin tener demasiado claro lo que haría luego y si sería capaz de volver a utilizarla. Se necesita mucho valor para ver a alguien morir ante ti, pero más para ser la persona que le quita la vida. Mucho valor o mucha ignorancia, dependía del tipo de persona que fuese. Caminaron por aquel lugar oscuro hasta otra puerta algo mejor cuidada. Pegó el oído a la madera y esperó. No se escuchaba nada. Cogió el picaporte, pero estaba atrancado. Erika intentó moverlo a todos los lados. Intentó arrancarlo, pero tampoco dio resultado.
- ¿Qué hacemos? No hay mas salidas.
- Déjame ver- Savannah prendió una lengua de fuego pequeña. Era redondo, de metal. Luego lo palpo un poco.
- Espera, déjame ver una cosa- y Erika comenzó a rodearlo con los dedos- mi tía me enseño cuando era pequeña que siempre ponen una pequeña salida para evitar que se quede cerrada la puerta completamente. Aquí- detuvo su dedo pulgar sobre el metal- no pensé que en este mundo lo pusiesen.
Presionó con fuerza. Con su corta capacidad para la telepatía, transmitió fuerza al picaporte. Esas ondas se descontrolaron un poco. Pero lo bastante para hacerlo saltar por los aires. Y a Erika apartar la mano.
- No es lo que pretendía, pero servirá- empujó la puerta.
Y dos hombre armados con las lanzas en alto les esperaban, escoltando a una mujer de pelo ambarino.

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