viernes, 4 de mayo de 2012

Capítulo 8:





Capítulo 8: Historias que Matan

El Reino Náyade asustaba. Tal vez por aquella extraña bruma que recubría todo, que más que bruma parecía una cortina de terciopelo. O por los lagos oscuros que estaban por todo el suelo, en los que se movían unas sombras oscuras que la joven no supo identificar. Tal vez fuese que por culpa de las nubes, asemejase que constantemente era de noche, que el sol no había brillado en aquel lugar jamás. O que en todos los días que llevaban hay no hubiesen visto una sola persona. Las niñas estaban asustadas y temían más a cada paso. Dormían mas apretujadas una a la otra. Ninguna sabía ya como consolar sus llantos. Ni Calhina con sus canciones que calmaban hasta a la más nerviosa de las bestias ni Savannah con sus cuentos, que creaban historias imposibles, inexistentes pero muy reales. Las niñas lloraban por su madre, su abuelo, su patria todo lo que les quedaba que ya no estaba. Se hacía incomodo que apenas se quejasen de que no comía, porque estaban acostumbradas. Pero ellas sabían que sufrían, porque la mayoría habían convivido con niños pequeños. Pero ellas habían estado con niños normales. Y Sealla y Keran no eran normales, eran líminides.
- Hoy os voy a contar una historia especial- dijo Savannah recostándose junto a ellas.
La miraron tristemente.
- De que nos vas a hablar.
- De vuestra madre.
Las niñas la miraron sorprendidas. Las noches anteriores les habían hablado de mariposas que guardan sueños, de serpientes que se arrastraban en la Luna, de estrellas que bajaban al suelo para regalarte su brillo... Pero no de su madre.
- Vuestra madre ha cuidado de sus dos hijas ella sola, aunque al principio tenía un marido pero...
- Pero se fue muy lejos porque los elfos le obligaron.
- Vale, así que Seblla tiene que luchar por su familia. Sabe que cuando todo acabe, volverá a ver a sus hijas, por eso quiere hacer que todo acabe rápido. Así podrá volver a veros. No es que os haya abandonado, como vosotras pensáis- las pequeñas cruzaron sorprendidas miradas. ¿Cómo lo sabía?- sino que os va a mandar a un lugar donde no os pasará nada. Ella os echa mucho de menos porque sois lo que más quiere. Y ha tenido que alejarse de vosotras. Vosotras os tenéis la una a la otra, pero ella no tiene a nadie. Está sola. Cada noche, pensad en ella, porque es la mejor mamá del mundo. Y vosotras lo sabéis. Está luchando para que al volver a casa, podáis vivir con los demás elfos, ser unas niñas más.
- ¿Mami está haciendo todo eso?
- Y más.
- Estuvo mal que desconfiásemos de ella- le susurro Sealla a Keran antes de caer dormidas.
- No sé si lo sabéis, -dijo Sealla antes de dormirse- pero las estrellas hablan de una guerrera líminide y un amigo que conseguirán la libertad de mi pueblo- y calló dormida junto a su hermana.
Caminaron hasta al atardecer del día siguiente. A partir de ahí, el día se hizo más oscuro y la llovizna se transformó en una lluvia demasiado pesada para poder caminar. Se internaron en una cueva cercana, se acomodaron y acordaron esperar hay hasta que la lluvia parase, el problema era que estaban en el Reino del Agua, y no sabían cuanto podía durar.

Se escapó en cuanto tuvo ocasión. Si les daba mas seguridad pensar que estaba allí encerrada, pues bien, pero no lo soportaría, prefería mantenerse activa, aunque ellos no lo supieran. Sus contribuyentes eran poderosos pero ella aun mas. Los dejó atrás con un gesto de mano y regresó a su palacio bajo tierra, lejos, muy lejos. Donde nadie la encontraría. Organizó otra partida al Colegio. Dejo preparadas otras doce. Luego preguntó cómo había ido la incursión en la aldea líminide.
- Justo lo que usted pidió, no cogimos a las chicas pero destrozamos el lugar. Pero capturaron a una de las nuestras. Siahira fue capturada.
Seena enarcó una ceja y le miró.
- ¿Por las líminides? ¿Tas estúpida es? Bueno, que más da una más o una menos. Mandad a su hermano a buscarle. Si no vuelve con ella muerta, matadlo.
El asintió a su jefa. Se había convertido en su nuevo favorito. Todos lo sabían. Pero no le gustaba, porque sabía cómo acababan todos los favoritos.

Erika despertó asustada. Había tenido una pesadilla. Caminaba por un bosque con un larguísimo vestido blanco. Tenía unas alas blancas muy grandes. Y las ninfas cantaban para ella. Pero los árboles comenzaron a moverse de repente y la noche llegó de pronto. Las ninfas huyeron y ella se asustó, porque sabía que algo malo iba a pasar. Los árboles se acercaban mas unos a otros El vestido se volvía negro y su pelo oscurecía. Las alas se cerraban y el suelo se abría. Quería gritar pero no era capaz. Unos ojos verdes que le sonaban de algo le miraban y una risa lejana resonaba en su cabeza. Sonó una campana de cristal en la lejanía y las alas desaparecieron. Iba a morir y...
Se pasó las manos por el pelo empapado en sudor. El resto del grupo dormía, menos Julietta que hacía guardia. Erika se acomodó en el borde de la cueva, hacía el exterior. Cerró los ojos. Lo sintió muy cerca.
- Despierta al resto del grupo, nos han encontrado. Tenemos que irnos.
Julietta se dispuso a hacer lo que ella le ordenó sin dudar. Estaban todas listas. Erika dirigió la mirada hasta la presencia que sintió uno minutos atrás.
- Corred.
Comenzaron a correr y escucharon los pasos de su perseguidor. Las niñas iban a salvo en los brazos de Afrodita y Siena. Se lanzaron algunos hechizos. Pero al rato lo despistaron. Lo oían acercarse, aunque no sabían desde donde. Entonces del agua salió una de las sombras a la superficie. Unos cabellos ambarinos, ojos azules y labios rojos. Era una sirena que la miraba fijamente. No te acerques a una sirena lo bastante para que pueda matarte. Erika extendió los brazos y comenzó a obligar al grupo a retroceder. La sirena les miró. No puso los mismos ojos de Lavira, es más, las miró asustada.
- Entrad en el agua. No os haré nada. El sí.
Erika no quiso fiarse de ella.
- Se os acaba el tiempo. Entrad en el agua, por favor...
El hombre al fin les encontró se dirigió hasta ellas. La primera en saltar fue Calhina. EL resto saltó hasta que solo Erika quedó allí de pie. Sola. Saltó también. El agua estaba fría. El grupo la miró conteniendo la respiración. Pero dejaron escapar unas burbujas y esperaron a que hiciese lo mismo. La mano de Siena estaba obre la boca de Sealla y Julietta sobre la de Keran. Afrodita y Tamina se encontraban en la mima situación que Erika. Con un gesto de impaciencia, Lianna alcanzó a la humana y puso la mano obre sus labios. Sintió que los pulmones se le llenaban de oxígeno. Lianna apartó la mano. Sintió que respiraba. Era raro. La sirena les miró. Les hizo un gesto de mano para que se acercasen a ella. Su larga cola dorada poseía una especie de aletas laterales. Nadaron hasta donde les indicaba. Una pequeña cueva bajo agua. Erika vislumbró la sobra del dríade que antes les seguía. La sirena salió del agua con el resto de la gente. Los cabellos se le pegaban a la cara, escondiendo las branquias, dándole un aspecto casi humano, pero no lo era. Su mirada quedó colgando de los ojos de las chicas, tan profunda como el lago en el que nadaba. Salieron empapadas y se sentaron en las rocas de la cueva. El silencio pesaba.
- No voy a haceros daño.
- Sabemos lo que hace vuestra gente. Si lo intentas te mataré.
- No voy como la demás, no voy a mataros. Yo quiero protegeros.
- Déjanos ir, no sabes con quien...
- ¡Que no voy a haceros nada! ¡Se que sois la Liberadoras! ¡Si me dejáis hablar en vez de amenazarme lo entenderéis!
De nuevo silencio. Arika miró al grupo y pidió un poco de paz con la mirada.
- Que es lo que quieres. Sabes que somos, sabes que no hay tiempo, tenemos que...
- Encontrar un náyade, lo sé, pero si en vez de eso me hacéis caso, o explicaré que pasa. Os explicaré sobre vosotras mismas. Sabéis que tenéis que liberar las almas del mundo de los muertos pero no sabéis como hacerlo. Matar a Seena no es suficiente, tenéis que matarla con la Luna Oscura. Y luego enviar todos lo Kayabis al lugar de donde proceden, evitar mas guerras. La Luna Oscura está escondida donde nadie puede encontrarla. Solo tenéis que hacer que ella venga a vosotras. El destino hará lo demás. Y tenéis que encontrar a la única dríade que nació sin protegido. Ella os dirá que hacer.
- Porque nos ayudas, los de tu raza...
- No todas las dríades son buenas igual que todas las sirenas no son malas.
Acalló cualquier cosa que pudiesen pensar sobre ella con esa frase. La sirena las observó de nuevo y suspiró.
- ¿Sabéis hasta que punto nos afectan a las sirenas las Almas Negras?
Negaron con la cabeza, ni siquiera la elfa y la sílfide supieron responder a esa pregunta.
- Esto es algo largo de explicar. Las sirenas somos seres diferentes al resto. La razón, no tenemos la entrada al mundo de los muertos permitida. Pero como todo ser corpóreo, debemos morir. Nuestra alma no podría sobrevivir vagando eternamente. Así que lo que hacemos es buscar otro cuerpo. Somos casi inmortales, porque al entrar en un nuevo cuerpo, nuestra memoria se modifica, tenemos conciencia de haber vivido, pero ningún recuerdo, solo algunos sentimientos. Es agobiante. Por eso retrasamos la hora de la muerte todo lo que podemos, hasta que no podamos más. Además no os hacéis una idea que de lo difícil que es para nosotras conseguir un bebe, el huevo se forma a través de las escamas, se hinchan y duele durante toda la estación. Cundo sale, hay la posibilidad de que no encuentres un alma para ese cuerpecito que ha formado, y verlos morir... duele. A pesar de que no vive, duele. Yo me di cuenta de lo que le dolía a una madre perder a su hijo con alma tras ver morir a mi primer bebe- se le escapó un sollozo- si a mí me costaba asimilar la pérdida de un hijo al que no conocía, imaginaros lo que era para una madre que sí que lo había visto crecer, que lo había alimentado, cuidado, querido... O para un hermano, padre, primo, tío, amigo... Así que deje de matar. Matamos porque nos da igual morir, luego volvemos, pero ellos con únicos, cada alma que envié a otro mundo... merece que le pida perdón. Cuando nos mata un Alma, no te imaginas lo que es, quedarse vagando cerca del lugar donde has muerto, sin poder reencarnarte en otro cuerpo. Percibes como tu alma se desgasta hasta que no eres más que una sombra de lo que una vez tienes conciencia de haber sido. Es peor que quedarte en un mundo preparado para acoger almas. Yo ya no mato, debo resistir lo impulsos- se le escapó una risilla infantil y se tapó la boca con gracia- perdonad, a veces me permito ser como yo soy, no puedo olvidarme, o será peor. Que me decís, ¿os ayudo?
- Está bien, pero una mano al cuello y me da igual que el cuerpo más cercano este en el mundo humano, te mataré- aviso Afrodita.
- Tranquila chica aire, palabra de sirena que no o haré nada.
- No me fió de las sirenas.
- Eso indica que eres inteligente, entrad en el agua, os guiaré hasta la escuela más cercana, allí encontrareis lo que buscáis.
- Queremos saber tu nombre, para hablar contigo bien, digo yo- sugirió Arika.
- Diyenne, pero podéis llamarme como las de mi raza. Traidora.
Erika siempre había considerado la palabra traidora una palabra muy fuerte. Pero los casos en los que ella la había oído habían ido básicamente en compañeras que se lo decían a otras chicas. Las sirenas consideraban a Diyenne una traidora por no actuar como ellas perteneciendo a su propia raza. ¿Era justo que las adolescentes les denominasen a sus amigas de la misma forma? ¿A pesar de todo, podía alguien juzgar a Diyenne por su forma de actuar? ¿Decidir si era la correcta o no? ¿Cuántas formas correctas de actuar existían? ¿Quién era lo bastante correcto para decidirlo?
En esas ultimas semanas, filosofaba mucho sobre lo que pensaba, quería dejarse las ideas claras, pero era complicado, teniendo en cuentas que en aquel mundo, cada uno tenía unas ideas claras diferentes. Aunque tal vez eso no fuese más que una similitud más con la tierra.
Nadaron tan profundo como pudieron. La Luna dejo de ser visible. Las algas del fondo les rozaban el cuerpo y el frío les estimulaba todo el cuerpo. Diyenne se paraba y volvía a nadar. Escogía los caminos más seguros. Las personas que la seguían lo merecían. Ellas no se hacían una idea de lo que dolía no matarlas, no ahogarlas ahora mismo en el lago, sin que nadie lo supiese. Las guió hasta le escuela de Heak. Él les diría a quien llevarse. Diyenne solía venir a ver a los alumnos que vivían en aquella escuela. Le encantaba observar a los mas pequeños, pensando en que aspecto hubiera tenido si hija si viviese. Tal vez fuese como aquella niña que recogía agua por la mañana de pelo azulado o la que se bañaba por la tarde, de ojos verdes. Las niñas se subieron a la isla y miraron a la sirena.
- Gracias.
- No me las dais, simplemente manteneos con vida- y se sumergió en el agua de un coletazo.
Desde la lejanía, el grupo vio con su salvadora con escamas se alejaba hacía las montañas. Unos segundos después, se acercaron a la puerta. No le recordaba en nada a el colegio en el que ella estudiaban. Era grande y oscuro, como una torre que intentaba rozar el resplandeciente sol de la mañana. Las ventanas eran saeteras, muy pequeñas, se nota que la persona que lo construyó no tenía intención de que el sol tuviese la más mínima oportunidad de colarse por ellas. La puerta estaba tan asegurada que ni siquiera el aire podía entrar por esa rendija. Llamaron casi asustadas, como si de ahí pudiese salir un monstruo más aterrador que el que unos minutos antes les perseguía. El hombre que les abrió la puerta parecía muchas cosas menos un monstruo. Parecía recio, decidido, apático y buena persona, pero no un monstruo... Aunque claro, las apariencias engañan.
- Hola jóvenes dríades- el guapo hombre tenía una voz atrayente, dulce, por la que cualquier cantante de la tierra hubiese dado su alma- ¿Qué es lo que ha hecho que viajéis tanto, desde vuestro lejano reino, para visitar mi humilde colegio, la búsqueda de la sabiduría, tal vez?
- Buscamos una acompañante, una joven dispuesta a seguirnos por unos caminos un tanto... inesperados...- cuando lo decía Afrodita con esa voz dulce, aniñada y casi inocente sonaba mejor.
El hombre sonrió y les hizo pasar. Los pasillos estaba cubiertos de escenas donde los náyades salían del agua o la utilizaban para protegerse. Pero una sorprendió bastante a Erika. Esta mostraba a una sirena de cabello castaño y ojos grandes que bajaba la mirada hacia el amanecer. Portaba una guadaña, con aspecto cansado y parecía dolida por algo que iba a ocurrir. La guadaña estaba manchada de sangre, brillante, reflejándose en ella la luz del sol se reflejaba en ella. A su lado, escrito con tinta oscura se leía: “bajo las oscuras sombras que se ciernen en el pasado brillan las hermosas luces del futuro”.
- ¿Puedo preguntar qué significa esta imagen?
- Ya estas preguntando pero te concederé el privilegio de aprender. Los náyades siempre hemos visto las sirenas como una representación corpórea de la muerte. Creo que sabéis como son las sirenas. Han causado mucho dolor a los náyade desde su comienzos. Así que hemos empezado a representarlas así, siempre tenemos menos miedo a lo que tiene una etiqueta, a lo podemos ponerle un nombre. La muerte es una sirena, sabemos lo que es, no le tememos. Cuando decimos que la muerte es un ser oscuro todopoderoso indefinido suena peor, ¿verdad?
- ¿Usted piensa que todas las sirenas son malvadas?
- ¿Acaso as conocido a alguna que no lo sea?
Erika se mordió la lengua antes de decir que hacía solo unos minutos estaba con una.
- Si me acompañáis os guiaré a una sala donde podáis secaros y arreglaros. Luego os llevaré hacia la chica que he escogido para acompañaros en vuestra empresa.
- ¿A ella le importará?-Savannah siempre se preocupaba por la gente.
- Da igual que le importe, si su padres le han enviado aquí, significa que me dan permiso para enviarla adonde yo quiera.
No ocultaron la sorpresa que les provocó esa respuesta. Tal vez la chica no quisiese irse, y aquel hombre no le daría oportunidad de quejarse. Pensaron si habían hecho bien yendo a aquel lugar en vez de a cualquier otro. Pero si Diyenne les había enviado allí por algo sería.
Lejos de allí, una sirena se peinaba los cabellos a la luz del fresco sol de la mañana. Esta se escapa de entre sus mechones y la devolvía en forma de reflejos ambarinos. Se acarició la cola y gracias a su aguda vista, distinguió el tono del agua más oscuro. Observó con atención la cabeza que de allí emergió. Sus miradas se cruzaron.
- Vas a matarme.
- Sabes que sí.
- Pues debería escapar.
- Deberías, sí.
Diyenne se metió en el agua y salpico a su alrededor, pero está vez sabía que la iban a pillar, que no era posible irse. Pero mantuvo una esperanza, por mínima que fuese. A pesar de todo, el dríade fue lo bastante rápido para alcanzarla y atravesar su pecho con un cuchillo. Diyenne sintió como su cuerpo comenzaba a fundirse con el agua, como ya había sentido cuando había muerto anteriormente. El dolor del pecho le punzó y rompió a gritar. Las branquias dejaron de funcionar y lo ojos se quedaron en blanco. El cuerpo desapareció por completo pero su alma no voló, se ancló al fondo del lago. Debió sacarse la vida cuando tuvo tiempo. Ahora era tarde. Las cadenas incrementaron su tamaño. Cerró los ojos. Las chicas la soltarían, pero no sabía cuándo. Aunque para ella que había vivido varios siglos, esperaba que fuera poco.
La joven sin alas miró por la ventana y cerró los ojos, de los que se escaparon lágrimas de nuevo. Estaba harta de llorar. De sentirse indefensa. Le rondaba una idea por la cabeza, pero decidió no contarla aún. Afrodita se peinó su mata de pelo y Siena y miraba al espejo las greñas en las que su cabello castaño se había convertido.
- Erika, ¿me dejas tu espada?
- ¿Para qué?- Siena con una espada en la mano era un peligro con una espada en la mano.
- Por favor...
Erika se la entregó extrañada. Pero extrañadas se quedaron todas cuando Siena cogió su marca característica, su flequillo ladeado y lo cortó dejándolo recto y simétrico sobre sus ojos. Luego hizo otro corte en la coleta enviando a su melena hasta el suelo de una estocada. Afrodita sonrió y asintió con la cabeza.
- Tal vez no sea demasiado bonito, pero es lo mejor.
- Bienvenida al club- le dijo Korah meneando su oscuro flequillo.
Erika se dio cuenta de que lo que Siena había hecho era una tontería para cualquier dríade. Tener el pelo largo y bonito era signo de riqueza en el pasado, y ahora una especie de forma de decir que te aseabas y cuidabas. Es de Siena ahora llegaba algo más que hasta sus hombros, los rizos prevalecieron y la maraña también, pero era corto.
- Te queda bonito- le respondió Sealla.
- Gracias.
En ese momento, el profesor llamó educadamente a la puerta.
- ¿Se puede?
- Por supuesto.
- Esta es la chica que he escogido para vosotras. ¿Qué os parece?
Tras de Heak, apareció una náyade joven, de uno 17 años, de pelo miel, ojos azules como los de todos los náyades, azules todos sin pupila, pestañas largas, con un corsé de falda larga y perlas en el encaje del final, que asomaba bajo la prenda. Un escote y brazos recubiertos por encaje muy fino, que acababa en varios conjuntos de tul que caían desde sus muñecas. Portaba una especie de bastón largo, acabado en una bola azul que refulgía.
- Abhetlina es buena estudiante, callada, trabajadora y es una chica perfecta para lo que vosotras queráis hacer, estoy seguro, os acompañara en vuestra empresa y os defenderá si es necesario. Lo sé. ¿No es cierto, Abhetlina?
Esta no respondió, pero si asintió débilmente por la cabeza.
- ¿Domina la lucha?
- Bien sabes, joven chica aire, que los seres del agua preferimos una buena defensa a un peligroso ataque.
Afrodita enarcó una ceja con gesto sarcástico.
- Le entrenaremos.
- Espero que no la conviertas en una de esas maquinas de matar que he llegado a ver en los de tu raza.
- No se preocupe- aunque en la mente de Afrodita surgían divertidas ideas de cómo convertía en algo útil a aquella tímida chica que ese náyade les había entregado.
- Podéis pasar la noche aquí, lo necesitáis. Partid mañana por la mañana, es mejor idea. Ahora, si me perdonáis, debo mandara al Castillo de la Frontera a un grupo de gente que...
- ¡Espera!- se apresuró Arika en decir- ¿puedes enviar a estas dos niñas?- señaló a las líminides.
Las líminides miraron al hombre. Sus alas ardientes parecían hipnotizarlo.
- Por supuesto, sin ningún problema. Seguidme, necesito usar la plataforma de envio vivo para ello. El grupo no es muy grande, ellas caben. Vamos, no o quedéis ahí, querréis despediros, supongo.
Entonces se dieron cuenta de que despedirse de las niñas iba a costar. Eran un pedacito de sus vidas y siempre lo serían. Las pequeñas pusieron cara de pena. No querían decir adiós. Se habían cogido un cariño mutuo que costaría romper. Mientras caminaban por los pasillos, no sabían si volverían a verse, porque aunque las niñas serían protegidas, ellas podían morir en cualquier momento de su viaje. Cosa que la náyade no sabía. Y esperaban que entendiese cuando supiesen que se trataba.
Llegaron a la sala que observaría como las vidas de las amigas se separaban. Al abrazar a las gemelas, Arika dijo:
- Dile a Talissha que vas de nuestra parte, ¿vale?- ellas asintieron- es nuestra mamá.
Las niñas abrazaron a todas una por una. Savannah dejó escapar dos lágrimas silenciosas. Cuando llegaron a Tamina, nadie se esperaba que Keran dijese:
- En lo único en lo que mamá no tenía razón es en que todos los elfos son malos. Tú eres muy buena.
La elfa se agachó y su pelo rojo voló en rededor de las tres. Las líminides le abrazaron. Un pacto silencioso entre el universo y ellas. Una nueva forma de amistad nació de ese abrazó. Se separaron y Heak ordenó que se metiesen en el círculo. Mientras recitaba las palabras, una luz rodeó a la gente que en el círculo estaba. La luz se intensificó y desaparecieron. A muchos kilómetros de allí, aparecieron en el destino deseado. Talissha recibió al nuevo grupo de náyades. Se sorprendió de que dos líminides viniesen en el.
- ¿Cómo es que venís vosotras aquí?
- Porque unas dríades buenas no llevaron a un sitio con mucha agua porque mami está luchando así que solo tenemos que quedarnos aquí hasta que todo pase- le explicó Keran resumiendo su experiencia de los últimos días.
- Erika y Arika dicen que aquí estaremos protegidas.
Talissha se sobresaltó al oír el nombre de sus hijas de los labios de la pequeña líminide. Se acerco a ella y agachándose la miró a los ojos. La líminide jamás había visto a una persona de aspecto tan bien cuidado y tan hermosamente ataviada. Observó asombrada las faldas que se esparcían a su alrededor y luego a los ojos de la mujer que estaban maquillados con una sombra azul que los hacía brillar más de lo que lo hacían ellos naturalmente.
- Se que ellas son tus hijas. Están bien, hemos viajado con ellas, y una chica con cola de pez nos ayudo, y la chica de las alas de plumas vigilaba por la noche y…- Sealla se emocionaba al hablar, pues como líminide jamás había vivido unas experiencias tan intensas.
Talissha sonrió y reposó un dedo sobre sus labios. Cogió a su hermana en brazos y le pregunto:
- Cuéntame cariño, ¿Qué mas hiciste con mis hijas y sus amigas?

Las dríades observaron la neblina que entraba por la ventana, fría, como una garra que se ciñe sobre su presa. La náyade se acarició el pelo con un peine de color claro. No sabía que destino le deparaba el viaje que emprendería con aquellas individuas, pero sí sabía que si volvía la nota, le ascenderían de curso. Podía parecer un trabajo fácil, pero también podía pasarle como a su antiguo compañero Equer, al que enviaron cazar dragones con unos poderosos hechiceros y no volvió. Enviaron un informe negativo a sus padres por qué no era capaz de sobrevivir a algo tan simple. Ella utilizaría todas sus armas mágicas y su bastón para salir viva de aquello. Las niñas no tenían aspecto de ser en absoluto poderosas, así que ella, la elfa y la guerrera mandona llevarían el grupo. Mantuvo sus ojos azules posados en las estrellas a pesar de sentir la mirada de la joven pelirroja sobre ella y las miradas furtivas que la rubia de ojos azules le enviaba constantemente.
- ¿Tengo preguntar qué es lo que debo hacer para ayudaros en vuestra misión?
- Primero déjame ver si eres de fiar o no. Deja de rehuir mi mirada, sino me temo que desconfiare de ti.
La pelirroja y ella cruzaron las miradas. Frunció el ceño. Entrecerró los ojos y simuló como si evaluase una situación crítica.
- ¿Acaso no soy de fiar?
- No es eso, es como si… Te cohibiese estar aquí, como si no estuvieses a la altura… no comprendo… si te consideras poderosa, no deberías temer de fallar. Deberías ser capaz de juzgarte a ti misma y dejar de pensar solo en lo que tu profesor dirá de ti. No comprendo lo que dice tu mirada, es como si tu no tuvieses una opinión propia y dependiese de lo que tu profesor dice…
- ¿Como sabes tú eso? ¿Tú que sabes de cómo me siento yo? ¿Me estás leyendo la mente?
-No, estoy leyendo tu mirada. Y más que tu mirada, diría que estoy leyendo la de tu maestro. Pero eres de fiar, pasé lo que pasé te quedarás con nosotras porque te lo han ordenado. Personalmente, me gustaría cambiar eso, que seas capaz de decidir por ti misma, pero por ahora, espero que la responsabilidad de lo que vas a hacer sea bastante para que te quedes con nosotras.
Pandora se levantó y controlando que no hubiese nadie escuchando, en voz baja, precedieron a contarle lo que ocurriría con su vida ahora.

Lejos, la Directora presidia una reunión importante en el salón de actos. En los asientos cercanos a ella, se sentada el claustro de profesores más importantes. Epro, Gabino, Valley, Moonly y el joven Levan, que tenía locas a todas las jovencitas alumnas y casi ninguna podía mantenerse atenta en su clase. En los asientos de los lados, bajo los estandartes del Colegio, el Reino Dríade y el Reino Féerico, se sentaban regidores de las ciudades, profesores y cualquier otro personaje que destacase. Tras ellos, los alumnos jefes de curso, jefes del consejo escolar y los jefes de tribu. También otros jefes de clase de otros colegios y jefes de curandería, Thara entre ellos, allí sentada con las manos sobre el regazo y mirada resignada. Sobre ellos, en uno gran espacio semicircular, estaban de pie, padres, parientes, alumnos con buenas notas y cualquier otra persona que hubiese sido invitada a la reunión. Hablaban en voz baja y los jefes de clase más jóvenes, entre ocho y diez años, temblaban ante el miedo de noticias desesperanzadoras. La Directora ordenó silencio en la sala con su voz potente, como el tañido de una campana, pero femenina.
- ¡Silencio!- la sala se calmó- os he reunido aquí por una razón bastante simple. La situación no mejora, no sabemos cuándo mejorará. Los ataques y los envíos de cuadrillas son ya algo común. Se respira el miedo en los pasillos. La razón es porque una guerra ha comenzado. Y hay muchos rumores sobre el inicio de esta, pero todos tenemos muy claro porque, aunque queramos rehuirlo. La Guerra Libre ha comenzado. La Muerte de las Muertes la es una realidad. Esta guerra ha atacado a los Viquingos, al Castillo de la Frontera, una aldea líminide y este Colegio. Eso a parte de cientos de secuestros y muertes de gente joven en poblados nómadas. Tal vez no conozcamos el plan de la Gran Guerrera, pero sí que sabemos cómo mantener al máximo de dríades seguro. También seguir enviando partidas de reconocimiento que…
- Señora, yo he enviado a muchos hombres y mujeres de mi tribu y aun no han vuelto. ¿Intenta decirme que tendré que seguir enviado a mis ejércitos a una muerte segura esperando que alguna tenga la suerte de ver algo y venir para contarlo?
El hombre que había hablado era un jefe de una tribu luchadora que había enviado a demasiado guerreros a expediciones fallidas. Solo consiguió volver uno que murió unos días después, pues no pudieron curarle la herida. Un hombre a su lado, le sujetó por el brazo y le obligó a volver a sentarse. Era su hermano, el que había perdido a su mujer en esta guerra mientras venían, una antigua alumna, buena chica. Ya no estaba, la guerra se la llevó como hizo con muchos otros. Se volvió a sentar en su lugar y miró la Directora con odio.
- No digo que enviemos a gente sin más ni más, tal vez deberíamos buscar otra manera de infiltrarnos en la tropas enemigas. Tal vez algún espía…
- Mis hijos estuvieron al servicio de la Guerrera y los mató porque se enfadó. ¿Acaso piensa que si les toma por aliados estarán más seguros? ¿Qué so…?- una curandera anciana levantó la voz esta vez.
- ¡¿Harán el favor de dejarme hablar?!
Se silenciaron las palabras de los invitados.
- Lo que intento decir es que tenemos que aliarnos con alguien de dentro. Las partidas de reconocimiento las enviaremos a donde haya habido ataques por si hay noticias o algún prisionero. Dejaremos de enviar a gente a buscar la guarida e intentaremos que alguien nos diga donde es. Es esta misma sala, el Doctor Aleius es experto en sonsacar información sin entrar en la violencia. De eso se tratará, capturar gente para que nos diga que ocurre. De todos los atacantes que vienen aquí, alguno sabrá donde se esconden. Tal vez así sepamos donde iríamos a ayudar en caso de que algo salga mal.
La gente se relajó, el plan no sonaba tan mal. Dejarían de luchar si no eran atacados. Todos los presentes de la sala, suspiraron. Entre ellos, el sobrino de una amiga suya, cuya madre estaba en algún otro lugar luchando y vivía ahora allí en la sala de los huérfanos. Era el jefe de la clase más joven, tan solo siete años, pronto cumpliría ocho. La mujer suspiró. Estaba inquieta, pues ninguna de aquellas personas sabía quien estaba ascondida bajos sus pies en ese mismo momento. Sintió que les engañaba, pero quiso pensar que era por su bien. La reunión duró durante varias horas más, hablando de estrategia, seguridad y equilibrio. Cuando al fin se levantó la sesión, la gente allí presente se dirigió a su lugar de acogida con aire cansado. La guerra acaba con la alegría de la gente, poco a poco, carcomiéndola, destrozándola en pedacitos pequeños, hasta que de ella tan solo queda algo que no sabes lo que es.

Abhetlina se despertó aturdida, no estaba en su cuarto. Se concedió unos segundos para recordar donde estaba. A su mente con pesadez acudieron los recuerdos de su última noche. Liberadoras, chicas, matar a la Gran Guerrera, conseguir la paz. Su cerebro no lo asimiló del todo y se lo recordó a si misma. No tenía conciencia de hasta qué hora se había quedado despierta, pero el sol que ahora daba de lleno, comenzaba a despuntar por el horizonte. Se arrepintió de no haber dormido lo suficiente durante su última noche en la Escuela. Se recostó de nuevo y le dolió la cabeza al moverse. En voz susurrante, se aplicó un hechizo de curación con doce horas de duración, tal vez eso llegase. Ella con la Liberadoras, era como un sueño… Cuando su maestro se enterase, le daría el certificado de maga antes de que acabase el año. Pero ellas le prohibieron decir nada hasta que volviese. Si es que volvía. Al menos no habrá que enfrentarse a los dragones. Con los músculos entumecidos, se sacó la ropa de dormir, se ajustó el corsé, se puso pantalones, falda y guantes. Preparó del todo su bolsa de viaje y se lavó la cara con la fría agua de la mañana. No se sentía preparada para algo así, su maestro decía siempre que ella era demasiado débil para cosas grandes y la enviaba a eso… Aunque el tan solo pensaba que enviaba a su alumna con unas mensajeras que necesitaban escolta. También recordó las palabras de la joven pelirroja que se quejaba de que no tenía personalidad. Pero ella nunca pensó en eso hasta esa vez, porque para aprobar no necesitaba personalidad. Necesitaba saber lo que quería su maestro. Ella estaba educada así, simplemente deseaba complacer a sus mayores. Y ahora unas chicas le pedían que les ayudase. Pues eso haría.

-¿No le parece que les está poniendo las cosas muy fáciles?
Seena miró a su joven sirviente. Con un gracioso movimiento de cabeza hizo que su pelo rozase su cara. Comenzó a obsérvale con los ojos entrecerrados.
- No solo se trata de eliminarlas. Eso es demasiado simple. Poco a poco, convertiremos el destino en una realidad, sin dejar que este se tome su tiempo para hacerlo se forma natural. Necesitamos todo el tiempo que podamos y sabes porque, tú has estado en los sótanos.
Un escalofrío se apoderó de la espalda del chico. Claro que había estado allí, conocía las atrocidades que allí se cometía, los fines que tenía, entendía los gritos de dolor, en miedo en los ojos de la gente que es enviada allí. Recordó los ojos con los que una chica le había mirado mientras bajaba, conocedora de lo que le esperaba. Y los días pasaban y no olvidaba esa mirada, de miedo, odio, asco y resignación. Seena devolvió de nuevo su concentración a los mapas. Con un dedo pálido y alargado, señalo un punto cerca de la salida del reino Náyade.
- Aquí, coge a los hombres más rápidos de la cuadrilla doce y envíalos a estas coordenadas- le ordenó- venid antes aquí. Os explicaré que hay que ponerles las cosas fáciles.

Erika sintió que los pies se le hundían en el barro. Era un alivio no cargar con las niñas, pero las echaban de menos. A mediodía, Afrodita tuvo que parar. Era la única que avanzaba junto a la náyade, la que se había negado a ponerse algo más cómodo. Habían hablado poco sobre cuál era su próximo objetivo. Se sentaron en un círculo y Erika pensó unos segundos antes de hablar. Era una idea alocada, pues ninguna de las allí presentes estaba hecha para luchar. Pero por probar… Cuando el silencio estaba apoderado del lugar, ella dijo:
- ¿Nos entrenarías?
El grupo entero se giró hacia ella. ¿De qué estaba hablando?
- No vamos a estar huyendo eternamente esperando que luchen otro por nosotras. Si nos ayudas a entrenar un poco tal vez…- calló al ver la seria mirada de la guerrera. Tal vez ellas no estuviesen hecha para luchar, tal vez no merecía la pena intentarlo.
Afrodita se sintió observaba por sus acompañantes…
- Es… una gran idea.
Erika sonrió aliviada.
- Pero antes de empezar, tenéis que saber que esto es una guerra. Aquí morirá gente, podéis llegar a ver morir gente a la que queréis, puede que lleguéis a veros morir entre vosotras. Y no intentaré suavizaros eso diciendo que como sois importantes, la gente dará la vida por vosotras. Tal vez no todos sean tan buenos como la gente con la que nos hemos ido encontrando. Si vais a aprender a luchar, al menos apreciad vuestra vida lo bastante para que si alguien no hace los mismo, ser capaces de quitársela.
- No hay escusa para matar. Que ye vayan a matar no es escusas para hacerlo tú. Podemos dejarlos inconscientes o…
- No. A mí tampoco me agrada esa idea, Arika, pero es algo que tenemos que hacer si queremos sobrevivir.
Pandora se puso de pie tras esas palabras. De su bota de piel oscura, sacó unos siete cuchillos de plata. De un movimiento certero y rápido, el cuchillo se clavó en la corteza de un árbol a unos doce metros. Con la misma velocidad, este volvió a la mano de su portadora.
- Yo es todo lo que puedo hacer. Pero si me enseñas, hasta puede que aprenda a luchar con ellos. Tal vez no como tú pero llegará para mantenerme con vida.
A veces, Pandora hablaba con una voz carente de sentimientos, que inspiraba pavor el mero hecho de escucharla. Un tono monocorde, como si lo que dijese no importase nada… Aunque a veces también hacía pensar que lo que decía no era tan horrible. Afrodita se puso de pie.
El resto de la tarde se dedicaron a entrenar. Arika no había nacido para matar, sus flechas siempre se desviaban, adrede, para que no diesen en el corazón sino en el hombro o pierna de su enemigo. Eso exasperaba a Afrodita. Harta, al ver que la chica no entraría en razón, gritó:
- ¡Pues está bien, si quieres morir, es tu problema, pero si muere alguien por tu culpa, tendrás uno peor!
Se giró un comenzó a alejarse, hasta que escuchó un silbido cortante. Se volteó de nuevo. La flecha estaba clavado donde estaría el corazón, los ojos de Arika empañados y el arco en posición.
- Bien, echo, solo tienes que acostumbrarte a hacerlo y…
- ¿¡Que me acostumbre dice!? ¿¡Sabes lo que es matar a alguien!? ¿¡Arrebatarle todo lo que tiene a él y tal vez a otra persona!? ¿¡Me pides que me acostumbre a ser un monstruo!?
Arika lloraba mientras gritaba. Afrodita a la sujetó por los hombros y la obligó a mirarle directamente a los ojos.
- Escucha, lo duro que es para ti. Lo es para todas. Te han educado amando la vida, no arrebatándola, pero no te pido que te acostumbres a ser un monstruo, sino a deshacerte de los que si lo son.
- Es lo mismo.
- Lo sé, pero suena mejor, ¿no crees? ¿Cuántas vidas salvarás si matas a uno de esos asesinos? Tal vez después de ti matasen a centenas de persona antes de morir. Se fuerte, piensa en lo que estás haciendo.
Arika sollozo y se secó las lágrimas. Volvió a enviar una flecha hasta el punto definido. Su naturaleza de dríade le indicaba que eso estaba mal, pero su conciencia le gritaba que parase. ¡“Cállate, cállate, cállate”! Le gritó a aquella voz que le susurraba en la cabeza. Dejo caer el arco y corrió a esconderse tras un árbol. Lloraba, se secaba las lágrimas y volvía a llorar. Durante toda su vida había vivido de una forma sencilla, llevándose bien con todo el mundo, sin hacer daño a nadie, siendo capaz de amar la vida en su totalidad. Y ahora se enteraba que había nacido para destruirla. El destino le estaba jugando una mala pasada, era injusto, no podía pedirle eso… Ella nunca había confiado en el destino, siempre le pareció una tontería el que todo estuviese escrito, que estuviésemos regidos por una fuerza que no permite que tu voluntad se cumpla, que tan solo es una ilusión el que tu pensases que eras libre, que la libertad era una mentira… pero no pensaba que si realmente tu forjas tu futuro ella jamás habría escogido eso. Pero era lo que debía hacer. Cambiar. La señorita Moonly solía decir que casi siempre se cambiaba para bien. Casi, porque estaba claro que lo que Arika haría no sería un buen cambio.
Calhina se frotó los ojos, las guardias eras demasiado aburridas y le entraba sueño. Pero necesarias, no había que confiarse. Sus padres siempre le decían que había que desconfiar de las cosas, investigarlas y no fiarse. Porque si te limitas a confiar puede ocurrirte que no tenías que haber confiado y siempre está la posibilidad de que no puedas rectificar. Hay veces en las que estas solo y lo sabes, que es mejor no saber nada del resto, centrarte en tu forma de verlo y pensar. Otras es mejor apoyarte en alguien. Para Calhina era muy difícil saber lo que debía hacer y lo que no, siempre le costaba saber quién era su amigo y quien su enemigo. En esos momentos de duda, recurría a las que sabía que eran sus amigas de verdad. Las chicas por y con las que luchaba. Apoyó la cabeza en las manos. Sabía que jamás conocería a gentes como ellas, tan leales, buenas ni comprensivas. Levantó la cabeza. Juraría haber oído un ruido en aquel matorral. No podía confiar en que hubiese sido tan solo un animal. Se puso de pie en silencio. Con absoluto sigilo, llegó a los arbustos. Puso las manos a los lados y se arrepintió de no haber llamado a alguna chica para que viniese con ella. Colocó las manos en el matorral y con miedo y un gesto rápido, lo separó. No tuvo tiempo de mirar lo que acababa de ocurrir. Un puño chocó contra su cara y cayó al suelo con la cara recubierta en sangre. Gritó de dolor. El grito atrajo a Afrodita. Todo ocurría demasiado rápido. La primera flecha de Arika sacó la vida a una persona. Siena se lanzó con un grito de guerra a la batalla. Un silencioso cuchillo atravesó la espalda del oponente de Erika. Expulsó sangre por la boca y se desplomó en el suelo gritando. Erika estaba paralizada. Era la segunda persona que veía morir ante sus ojos. No sintió nada. Alzó la espada y de una tajada limpia, rajo un oponente cercano. Tras ella, Abhetlina enviaba chorro de agua que ahogaron a dos de sus enemigos. Siena atravesó con una lanza de madera a una dríade que estuvo cerca de matar a Korah, la cual estaba atrapada en los brazos de su oponente cuando este exhaló su último aliento. Allí tenía lugar una carnicería. Julietta golpeó a la chica que la atacaba, giro sobre si misma y de un golpe como Afrodita le mostró casi la mató, la caída acabó por completo con la joven. El chico que quedaba observó los cuerpos de sus compañeros y voló tan lejos y rápido que ni las flechas de Arika lo habrían alcanzado. Erika no pudo evitar retroceder temblando y caer al suelo. Pudo notar que se le nublaba la vista y se mareaba. A sus pies, la primera persona que había matado. Le tembló el labio inferior.
- No podemos dejarlo así. Esto se pudrirá y…
Julietta extendió la mano. Llamó a la tierra hacía si. Las raíces emergieron del suelo, rodearon los cuerpos. Los llevaron bajo tierra arrastrándolos con ellas, al lugar donde deberían estar.
- Calhina, ¿dónde está?
El grupo se dio cuenta de la ausencia de su amiga rubia. Al fin, Korah la vio en el suelo, desangrada y pálida. Con los ojos llorosos se acercaron a ella.
- Calhi, Calhi- Julietta se arrodilló y apoyó su cabeza en sus rodillas para que la sangre dejase de correr por allí como ella misma le había enseñado- Calhi, tranquila-sollozo- te vas a poner bien y…
Respiraba y sabía que si perdía a su amiga, moriría. Le acarició el pelo, mientras las lágrimas resbalaban por su cara y caían en la de Calhina. Eso la hizo reaccionar.
- ¿Jul… Julie? ¿Eres tú? Está oscuro, ayúdame Julie… Necesito un espejo, quiero ver lo que me pasa. Y mi bolsa, quiero curarme, he perdido mucha sangre. ¡Rápido!
Korah ejecutó al instante la orden. Calhina sujetó el espejo ante su cara. La nariz no se veía porque estaba recubierta de la sustancia escarlata. Con una botella de agua, se la lavó. El agua rosada dejo a la vista la herida y la nariz deformada. Calhina absorbió aire. Saco una pequeño botecito azul y se esparció una gran cantidad de su contenido sobre su cara. Luego puso dos barritas de metal a los dos lados. Estas se quedaron pegadas a su cara. Estaba hinchada y roja y morada. Volvió a ponerse más pomada.
- Me recuperaré. No es tan horrible, además apenas es perdido sangre, era solo el dolor del momento. Lianna, tu brazo no está nada bien. Y Afrodita tu…
- Calhina, tu descansa. Diem como hacerlo, no te preocupes. Tu descansa- le acarició de nuevo el pelo y la miró con dulzura.
Estaba salvada, por un momento tuvo verdadero miedo a no volver a verla jamás…
-Vale. Afrodita, tu pierna tiene un corte limpio no muy profundo y… Erika se retiró. El peligro había pasado, estaban seguras. Pero algo no encajaba. Podían haber enviado a más gente y no habría que hacer ningún esfuerzo. No lo entendía. Les habían localizado varias veces y ya tenían lo que necesitaban de los otros Reinos, en el Dríade eran más vulnerables. ¿Por qué esperaban? En el puzle faltaba una pieza. Algo fallaba. Esos pensamientos no se le iban de la cabeza. Se acomodó bajo un árbol. Arika se sentó a su lado.
- A ti también hay algo que no te encaja ¿cierto?
- Es como si… faltase algo pero no sé lo que.
- Es extraño.
- Lo sé. Es como un espacio que…
- No, no me refiero a eso. Me refiero a como han cambiado las cosas. Antes jamás hubiera pensado en matar a una persona… Algo que he hecho hace menos de unos minutos. Cambiamos, demasiado rápido. No sé si quiero cambiar. Me gustaba como era antes. Echaré de menos a la vieja Arika.
- No hay una vieja Arika ni una nueva Arika. Eres la misma de siempre, pero vas cambiando. Y creo que eso significa que avanzas, que vas por buen camino. Si hay que… bueno, que sacarnos a alguien de en medio lo haremos, aunque nos cueste, no por nosotras sino que por todos. No podemos tener miedo- hizo una pausa antes de decir:- también es extraño que hacia tan solo unos meses no tenía familia y ahora tenga dos.
Se miraron entre ellas y sonrieron. Era como mirarse en un espejo. Ambas redirigieron las miradas hasta las nubes rosadas y naranjas del atardecer.
- El mundo cambia y nosotros con el- dijo la joven sin alas.
- Exacto, las circunstancias hacen daño -y calló antes de decir- tu tampoco sientes nada cuando matas, verdad. Por favor, dime que no soy la única.
Su hermana la miraba apenada. Le tranquilizo pensar que no era la única sin escrúpulos allí. No sintió ningún dolor, ninguna clase de remordimiento siquiera. Y tampoco era algo que la agradase. Negó con la cabeza.
- Nada.
Se levantaron y volvieron al campamento. Calhina y la mayoría de chicas estaban ya acostadas. Julietta colocaba un trapo con agua helada sobre el ojo morado de Korah, que constantemente se apartaba y gemía.
- Au, ay… ¡Ay! ¡Flores, ten cuidado!
- Calhi ha dicho que lo haga así, deja de quejarse, mujer.
Las gafas de Korah no habían salido bien paradas, estaban destrozadas en las manos de su dueña. Se preguntaron cómo harían para que la chica pudiese ver.
- No veré lo que se me viene encima, sino a través de él. Es injusto, flores.
- Ya buscaremos algo, ahora vete a dormir, ha sido un día duro.
- Con este ojo, finjamos que es posible.
Pero al rato de ponerse bajo un árbol, su respiración se torno regular y tranquila. Julietta se sentó en el suelo, agotada, nerviosa y triste.
- Me gustaría tener su habilidad para reírme de todo lo que pasa.
- Las sonrisas endulzan la vida ¿no creéis?
Todas estuvieron de acuerdo. Sobre todo si era una de verdad.

Encerrados. Así estaban. En aquel cuarto, los ocho. Darhi se peinaba el pelo una, y otra vez, y otra, y otra… Acabaría cayéndosele. Oceanía caminaba golpeando el suelo con los pies. En cierto momento, Heinel gritó exasperado.
- ¿¡Parás?! ¡Me estas poniendo nervioso!
- ¿¡Y porque te crees que lo hago!?
- ¡Pues si no parás yo…!
-¡BASTA!- gritó al fin Spree.
Ambos se miraron. Oceanía no había tenido muy buena relación con el chico desde que había rechazo a su amiga para ir al baile. Pero este no lo comprendía. La chica se sentó y hizo que su pelo revolotease a su alrededor con gracia. Hundió la cabeza entre las rodillas. Eso no estaba pasando, esas cosas no ocurrían…
- Si dejases de lloriquear tal vez podríamos…- Heinel miró a la peli-azul.
Está explotó.
- ¿¡Lloriquear!? ¿¿¡¡LLORIQUEAR!!?? ¿Piensas que puedo estar tranquila mientras mis amigas están en constante peligro?
- Yo decía que…
- No digas nada, cállate y díselo a tu querida Tábala.
Todos callaron. Durante un buen rato, nadie dijo nada.
- Las echo de menos- rebeló entonces Sayra, la prima de Julietta.
- Yo echo de menos sus carreras por los pasillos- dijo Kerral, el mejor amigo de Lianna.
- Yo que Calhi cantase en el recreo- fue Luz la que habló.
- Yo que compitiesen por quien saltaba más alto- Spree miró por la ventana.
- Yo echo en falta todo lo que es Siena.
Todos miraron a Heinel. Durante las últimas horas de Siena junto a él, todos vieron lo desagradable que fue.
- Aun no me explicó porque no quisiste ser su pareja… Ella es mucho mejor que Tábala.
El suspiró.
- Me dijeron que iría con otro y… me puse celoso. Me molestó mucho. Así que fui con Tábala para… bueno, para ponerla celoso.
Oceanía se enterneció de repente. Ante la mirada de todo, se acercó a él y lo abrazo. Luego se separó y lo miró con sus bonitos ojos azules. Y le soltó una bofetada. Se sorprendió y se llevó la mano al golpe.
- ¿A que ha venido eso?
- Lo primero por sincerarte y lo otro por idiota. Ella te quiere mucho, mucho y más que como amigo. Le rompiste el corazón, imbécil.
El incriminó con la mirada a las otras chicas y estas asintieron. Bajo la mirada. Era un idiota. Ahora él quería arreglar las cosas y no sabía si podría. Sintió miedo por su amiga, más que antes. Y al fin supo que si la perdía, no lo soportaría. Una idea fue lo que le hizo levantar la cabeza.
- Comprobad que no hay nadie escuchando y acercaros, creo que se cómo saber si están bien. Es hora de que me comporte como un verdadero amigo.

A la mañana siguiente, Lianna se despertó con la tenue luz del sol. Se puso un poco de agua en la cara y comprobó que los puntos con lo que Calhina les había curado, estaban casi ausentes sobre su piel. Se echó un jersey muy gordo y se abrazó a si misma. Tenía miedo a que volviesen y… y no poder contarlo. Le recorrió la espalda un silencioso escalofrío. Todo el campamento comenzó a levantarse con la luz solar. Luz… Echaban de menos a esa chica. Y a Oceanía, a Darhi y a todos los demás. A Kerral casi más que a ninguno. Le gustaba cuando compartían los apuntes y le explicaba lo que no entendía, aunque a veces pensaba que fingía no saber solamente por estar con la chica más tiempo. Y no mentiría diciendo que a ella no le gustaba estar con él.
- Hemos estado pensando- Erika la arrancó de sus recuerdos y ensoñaciones- que falta algo. Si quisiera matarnos hacía tiempo que tuvo tiempo para ello. Es como si… hubiese un vacío.
- Lo sé. Tal vez ella sepa algo que nosotros no. Deberíamos pensar en lo que sabemos y buscar en una manera de conseguir más información. Está bien- Afrodita se acomodó en el suelo- ¿Qué es lo que sabemos?
- Sabemos quiénes somos. Porque estamos aquí y lo que debemos hacer para conseguirlo. Parte ya está hecho, vosotras, pero nos queda conseguir…-habló en voz muy baja- los Kayabis.
- Lo sé, he leído vuestra historia miles de veces. Tal vez deberíamos empezar por los Viquingos, se rumorea entre las sirenas que ellos tienen uno y…- Abhetlina se calló ante el gesto de Erika.
- Ese… ese está aquí- levantó la bolsita de cuello que llevaba al cuello. Todas se quedaron expectantes.
- A que esperas, ¡ábrelo!
Erika tiró con delicadeza el cordón- La bolsa se abrió ante sus ojos, dejando ver una especie de capsulita con una minúscula bola de oro dentro.
- El la Ola de Oro, perteneció a mi raza durante mucho años pero lo entregaron. No sé si conocéis la historia.
- Sí. Abhetlina, tu no sabrás como hacerlo funcionar supongo.
- Me temo que no. Y no me llaméis Abhetlina, por favor, Abhet, como mis amigas- Inexistentes, añadió en su mente.
- Abhet… es bonito, es muy bonito.- Korah le sonrió.
La sonrisa de Korah era una sonrisa hermosa, sin miedos ni secretos para nadie. A pesar del aspecto algo extraño que presentaba con el ojo morado, Abhet le devolvió la dulce sonrisa. Era un curioso talento de la gente que no sonreía demasiado. Que sus sonrisas podían iluminar una habitación. El problema era que las mostraban muy poco a menudo.
- Bueno, con ese, os quedan cuatro. La sirena dijo algo, no sé si recodáis. Dijo que buscaseis a la única dríade que nació sin protegido o algo así. ¿Qué es un protegido?
Mientras Lianna se lo explicaba a Afrodita, Erika, bolígrafo en mano, escribió todas las ideas que en aquella reunión habían recogido. Apunto los nombres de los Kayabis que habían sacado a la luz. Estrella del Cristal Eterno, Cascada de Diamante, Fuegos Cantores y la Luna Oscura. En el libro que cogió de la biblioteca de si madre, varios capítulos estaban delicados a ese Regalo. Desde su descripción hasta sus poderes, incluidas cifras de gente a la que había matado y la magia que utilizaba. La magia prohíba, corrupta y corroída. Una magia que destrozada por dentro y fuera a su oponente, cuyo uso estaba completamente vedado, pues era imposible controlarla y mucho menos usar sin dañarte a ti mismo. Una magia procedente de la maldad del mundo y los repulsivo y degradante que esta contenía. Erika se estremeció y pensó si algún día, llegado su momento, sería capaz de tener aquella arma en la mano.
- Además no sabemos quien colabora con ella, quien lo hizo y quién no. Tal vez pertenezca a alguna clase de secta o algo- pensó sabiamente Afrodita.
- Lo primero que haremos será buscar esas cosas e investigar porque seguimos con vida- todas miraron a Tamina- no me miréis así, es una duda que yo tengo, nada más.
- Tamina tiene razón, si descubrimos porque nos mantiene con vida, tal vez sepamos como… aprovecharnos de ello.
Abhet demostró mas malicia en su interior de la que esperaban.
- Por qué dices amarme, fingiré respetarte- recitó Korah un dicho dríade muy usado.
- Pues adelante, tenemos demasiado camino inexplorado por delante.

- ¿Solo has vuelto tu, de verdad?
Le observó muy sorprendida con sus grandes ojos verdes.
- Señora, han entrenado y contralan la magia y armas. Herían de muerte muy rápido y las chicas gemelas no sentían nada al matar, estoy seguro.
- No es tan extraño, tal veza aquel viejo rumor sea cierto.
- ¿Qué rumor, señora?
- Uno que no nos conviene que sea cierto. Ahora sígueme.
- ¿A dónde, señora?
- A los sótanos. Tenemos que ver una cosa allí.
El chico abrió mucho los ojos. A los sótanos no, por favor. Suplicó a su dueña, pero está lo ignoró. Comenzó a caminar. No quería enfrentarse a ella y le siguió. Los pasillos se estrechaban y oscurecían. El frío aumentaba. Sacó sus llaves y abrió la puerta. Bajaba las escaleras saltando, casi ilusionada por las monstruosidades que bajo su palacio se escondían. Llegaron. Se oían gritos y gemidos, se olía la putrefacción que aquello desprendía. Pararon ante una celda. Con delicadeza y en silenció, abrió la puerta. Una chica se quedó pendida de sus ojos. Lloraba y su cuerpo estaba magullado.
- ¿Tenéis lo que os pedí?
- Aquí están. En perfecto estado. Mejores que las anteriores. Lo haremos de esta manera a partir de ahora.
- Perfecto- de lo que tenía en las manos, sacó un líquido azulado- esto es lo que realmente importa. Pero las necesitamos enteras. ¿Ha gritado mucho?-dijo mirando despectivamente a la chica.
La mencionada observaba lo que la mujer tenía en las manos. Eso era suyo, lo único que tenía y se lo habían arrancado. Jamás volvería a ser la misma. Estaba destrozada, ya no era una persona, era algo diferente. Su alma estaba rota.
- Vámonos, tenemos mucho que hacer- puso al objeto en las manos del otro hombre- llévalas con las demás. Y a ella dejadla ahí, traedle algo de agua, para que se cure, si es que se puede- se rió con su risa infantil, hermosa, pura, clara, cristalina… Una risa que no pegaba con aquel corazón tan oscuro.
- Reúne otra partida de caza. Esta vez no les pondremos las cosas tan fáciles. Es hora de que recupere lo que por excelencia es mío.

5 comentarios:

  1. ¿Dices que no tienes tiempo? !Pero, Romana, si esto es un testamento!
    En fin, que me gusta la historia, que sigas (soy especialmente fan de Afrodita y Siena) y que sepas que en cuanto te de tu maldito regalo de cumpleaños de las narices, que ocupa casi tanto como mi sofá, te tiraré de las orejas como venganza (y ya puestos, del flequillo).

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  2. Jajajaj más bien con el envoltorio :3
    Y el día que conseguimos muchas casi me mato al volver a mi casa... no veía nada! >.<

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  3. Romana esto mas que un capitulo es el libro entero, me encanta sigue escribiendo, no pares :))

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  4. realmente tu historia me ha enganchado, y eso que yo soy muuy dificil Y TU LO SABES
    muchas gracias por todos estos momentos que hemos pasado juntas y por todos esos "adelantos exclusivos" de este libro (especialmente las escenas de ataque y todas esas cosas)
    Te amo apa, sigue escribiendo asi y "cara de ratón" te pndrá el sobre que elviruja no quiso darte

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