sábado, 7 de abril de 2012

Capítulo 7:

Capitulo 7: Fuego en la noche

Afrodita se apoyo contra la pared de roca. Liberadoras. Ellas eran las Liberadoras. Desde siempre, los guerreros sílfides hablan de acompañar a las Liberadoras. Habían sido representadas por incontables artistas. Las pintaban grandes, jóvenes, fuertes y poderosas. No como a unas niñas de catorce años. Ella se había imaginado a si misma luchando a su lado. Al lado de dos grandes mujeres. Defendiendo el mundo a su lado. Pero todo eran sueños, utopías.
- ¿Por qué no me lo dijisteis? ¡Os habría dicho que si en seguida! No lo entiendo, estoy confusa. Vosotras teníais que ser unas grandes guerreras. Poderosas, no solo unas adolescente que...
- Que seamos jóvenes no significa que no seamos fuertes. Confundes poca edad con poca inteligencia. Que seamos pequeñas nos implica que algún día no hagamos grandes cosas. Teníais unas expectativas muy altas, ya está. No te lo dijimos porque podrías decir que no y contárselo a alguien. Si tienes información, eres un blanco para las Almas Negras. No queríamos convertirte en eso- le dijo Arika.
Afrodita estuvo unos segundos pensando. Tener buen corazón no es tan bueno a veces. Ellas querían luchar. No puedes luchar a mente fría si no pretendes hacer daño a otros. Las gemelas la miraron. No parecían unas luchadoras por la libertad del mundo, sino más bien dos chicas asustadas, dos chicas que no estaban listas para el mundo en el que estaban viviendo. La chica de las alas era amante de la vida y no valía para la luchar, pero la otra parecía dispuesta a sacarse de delante a cualquier cosa que se interpusiese en su camino. Lo veía en sus ojos aunque esa determinación estaba cubierta por un espeso manto de inseguridad y miedo. Tal vez algo que le ocurrió en el pasado la volvió tan triste. Parecía una flor mustia. Algo que había perdido la ilusión demasiado temprano.
- Entiendo. Vale. ¿Entonces, es cierto? ¿Es cierto que hace poco os escapasteis del colegio, os subisteis al barco Viquingos y os atacaron?
- Si. Y ahora el Colegio se está convirtiendo en un gran centro de acogida. Tienes que ayudarnos, por favor. Eres un poco que esperanza en la oscuridad que estuvimos viviendo los ultimo días, por favor.
Arika le pedía suplicante ayuda. Es futuro del mundo le pedía ayuda. Le entro miedo. Demasiada responsabilidad, de pende la vida, de una derrota. Afrodita no admitía las derrotas. Así que no dejaría que esta fuese una de ellas.
- Este bien, iré con vosotras, pero con una condición.
- ¿Cual?-le respondieron dispuestas a darle lo que fuera.
- Decidme vuestros nombres, por favor.
Sonrió al ver la sorpresa en los juveniles rostros.

La Directora camino por los pasillos. La noche se acercaba y con ellas, la oscuridad. Se escuchaban ruido, voces, paso, suspiros... En solo unas semanas, el colegio había acogido a unas 3000 personas entre familiares y gente que se había enterado de la noticia. Era algo bueno no estar solos. Pero no nadie sabio si era algo bueno ver a los guerreros organizándose en comandos. A las familias en una despedida sin saber si habría reencuentro. En ver la soledad de los más jóvenes cuando sus padres o hermanos salían por la puerta con un uniforme de camuflaje puesto. En ver a los niños obligados a perder la infancia demasiado temprano porque su madre se iba para tal vez no volver. Se quedo mirando por la ventana unos segundos. La luz lunar era especialmente blanca esa noche. Eso daba buena suerte.
- Señora, ha llegado otro grupo de nómadas, han sufrido dos ataques y tres perdidas, chicos jóvenes, desaparecidos. Esperan que usted les ubique y uno tiene especiales ganas de hablar con usted.
Thara era una buena chica. La Directora la miro unos segundos. Muchos jefes de tribus o ciudades pedían hablar con ellas, le pedían que les prometiese la seguridad de sus allegados. A todo les respondía lo mismo. No podía porque no sabía si podría proteger a su propio colegio. Las ventanas estaban constantemente cerradas, las puertas tapiadas y la gente en las habitaciones. La soledad de los pasillos cuando un nuevo escuadrón salía por la puerta era casi peor que los gritos de los niños. Sus alumnos más mayores ya habían adquirido las responsabilidades de un adulto. Era lo que la guerras hacia, te obligaba a perder la infancia. Se cruzo con dos chicas que llevaban a un bebe en los brazos a la sala de los huérfanos. Entrar allí era una pesadilla. Cualquier niño menor de 16 años que perdiese a sus padres era enviado allí. Te pedían ayuda y se preguntaban por sus madres. Ya había mucho. Demasiados para ser solo el comienzo de la guerra. Se encontró con dos de sus mejores alumnos preparándoos las armas para los combatientes. Limpiaban sangre de una. Ya habían mandado a gente y volvía muy poca.
Llego a su despacho y el individuo entro tras ella tras un saludo muerto. Entraron en la salita y le sirvió una infusión tranquilizante. Era un personaje extravagante, pero ella conocía a muchas personas extravagantes, sobre todo en lo últimos días. Una capucha le cubría la cara, unos pantalones viejos y rotos, el pelo recogido en una desgarbada trenza... Como todos los que habían venido estos últimos días, poblados nómadas, de gente que tuvo que dejar de recorrer el bosque, su barrera de protección, para protegerse.
- Siento decirle esto, pero yo no puedo asegurarle la tranquilidad de su tribu y...
-Yo no vengo a pedirle eso, señora.
Se saco la capucha y la taza resbalo de entre sus dedos hasta el suelo, donde se rompió en mil pedazos. Esos ojos, esa persona, no deberían estar allí. Cruzaron las miradas.
- Has vuelto.
- Si. Ellas están bien. No pierda la esperanza. Necesito que acoja a cierta persona. Usted sabe de quién le hablo.
Si que lo sabía. Por eso le daba miedo hacerlo.
- Es una petición muy grande, sobre todo para alguien a quien no veo en doce años, Alhelí.
Esta sonrió misteriosamente.

La noche estaba muy entrada. Las ventanas de la cima de la montaña ya no dejaban entrar más luz que la triste luz lunar. Se sentaron en un banco, agotadas de tanto pasear. Ni siquiera sabían si lo habían hecho bien pidiéndole a Afrodita. Tenían indicaciones de su madre de que cada ser fuese exactamente lo que debía ser. Estuvieron pensando pero solo pensaban en que fuesen fuerte y poderosos o ellos mismo o lo que fuese. Solo querían encontrar un dichoso elfo, irse del dichoso Reino subterráneo y acabar con aquello ya. El frió se hacía notar, las rocas no guardaban en calor. El viento nocturno se colaba dentro de las piedras y lo enfriaba todo. Pandora pensaba en el galimatías de Talissha. Tal como debería ser. Si no se equivocaba y el destino no les jugaba una mala pasada Afrodita era esa chica. Pandora no creía en el destino, no pensaba que las cosas estuviesen escritas, sino que tu hacías que pasaras, que no había que esperas, sino hacer que ocurriese. Que la vida no era fácil si tú no la hacías fácil. Afrodita mantenía agarrada la empuñadura de su espada. Ella creía ciegamente que la noche pertenecía a los ladrones, asesinos y demás chusmas. Tal vez tenía razón. Pero era una sílfide, una guerrera, vivía para luchar y luchaba por vivir. Era una sílfide guerrera. Eso hizo que Pandora uniese cabos al fin. Sílfides guerreros. Sílfides guerreros...
- Claro, ¿como no lo pensamos antes? ¡Afrodita es tal y como debería ser!
- ¿Qué? A ti estar bajo tierra ha hecho que se te salte el cerebro- dijo Korah.
- No, Afrodita es un estereotipo, tal y como debería ser. Aunque eso no me parece bien. Más bien debería ser tal y como dicen que debería ser. Porque claro, es solo un estereotipo, una generalización, y no todos son así porque...
- Dejando a un lado la filosofía de Pandy- bromeo Erika- tiene bastante sentido. ¿Pero
en caso de que sea eso, como es un elfo estereotipo?
Las miradas se giraron en redondo hacia Afrodita, la cual era más o menos la única persona que sabría de elfos.
- Los elfos son seres territoriales. Quiero decir, que no es el más poderoso el más fuerte, sino el que más tierras tiene. Hace muchos años, una guerra separo el Reino en dos partes. Las Tierras oscuras, bajo la tierras y dando al reino sílfides y las Claras, en la cadena y con poblados sobre la cadena de Secar. Ahora estamos en las montañas de Vijuna. Creo que los nombres vienen por los reyes que se pelearon. Así que si lo que buscamos es un elfo estereotipo tendríamos que buscar a alguien con muchas tierras o que sea muy ambicioso y muy egoísta.
- No te gustan los elfos ¿eh, sílfide?
Como movida por un resorte, Afrodita se dio la vuelta hacia la voz que había hablado, que salía de un callejo, de entre las sombras. Un elfo del que no podían distinguir los rasgos, se acerco a ellas y con descaro de apoyo en el respaldo del banco en el que estaban sentadas. La guerrera se puso de pie y sujeto la espada.
- Tranquilízate, chica del aire. Así que alguien que os acompañe. Yo sé quien podría hacerlo. Pero como condición os pondrá que viajéis por la parte alta de las ciudades subterráneas, por las cumbres.
Se miraron entre ellas. No podían fiarse del primero que les ofreciese una persona, así como así. Pero tenían a Afrodita y a Siena y en el peor de los casos, todas podían luchar, pero si era un grupo de Almas Negras, tenían pocas probabilidades. Pero la vida no sería nada sin un poco de riesgo, sin un poco de acción, aunque se jugasen mucho el que no arriesga no gana. Con una mirada, se pusieron de acuerdo, se levantaron u siguieron al elfo. Este tenía una misteriosa sonrisa cuando les hizo atravesar una puerta minúscula camuflada en la pared irregular. Atravesar un pasillo que se internaba en las entrañas del mundo. El sonido de una cascada, risas, un olor delicioso y todo muy oscuro. Eran los recuerdo que Erika guarda del lejano paseo, cansada, dolorida y somnolienta. Llegaron a unas escaleras empinadas y tan estrechas que tuvieron que caminar de lado para no tropezar. Cada vez hacia más frio. La luz ya no llegaba. La noche pertenece a los ladrones, como había leído hacia mucho en un libro cuyo título no recordó. El elfo llamo a una puerta apostada al final del camino.
- Luna Roja, voy a entrar con gente, so seguros pero ponte la capucha han estado en la ciudad.
La tensión aumento, el aire se volvió irrespirable. Durante unos segundos, los miles de músculos del grupo estaban preparados para saltar. La puerta se abrió con un chirrido de película de miedo. La poca luz fluctuante de una vela dejo ver a una elfa que cubría casi toda la piel de su cuerpo con largas y pesadas telas rojas. Solo se veía por debajo de una capucha unos mechones de pelo color rubí donde había trabajadamente colocadas cuentas casi del mismo tono salpicadas por si melena. La elfa se quedo con el picaporte e la puerta en la mano, expectante.
- Ellas van a abandonar el Reino Élfico y buscan alguien que vaya con ellas, a los extranjeros apenas les hacen preguntas, puedes ir con ellas. Tienen una guerrera y aceptan ir por las cumbres.
- Pero yo no quiero irme, me quiero quedar contigo- la voz sonaba mas infantil de lo esperado.
- Pero te van a encontrar, tiene pistas y les llevaran hasta mi y si no estás no podrán culparme, por favor, ve con ellas, por nosotros. Si te encuentran te separaran de mi, y yo no podre soportarlo de nuevo, por favor...
Con voz suplicante y lágrimas que brillaban en los ojos, el elfo le pedía a su compañera que huyese lejos. Ella no quería irse, pero tenía que hacerlo. Ambos se abrazaron para despedirse. Ese era el problema de las despedidas, que estas desde el primer momento esperando el reencuentro. Le beso en los labios, suaves, que tantos recuerdos tenían guardados a través de la piel. Mientras tanto, la ella se planteaba dejar atrás a su amado, pero con él, la reclusión en el zulo, el miedo, las persecuciones y demás que habían acontecido los últimos días. Ganar libertad, la libertad perdida... Pero lo bueno que conseguía no llenaba todo lo que perdía. Con un agujero en el corazón y las mejillas empapadas en lágrimas atravesó la puerta. Su nuevo grupo de viaje consistía en unas nueve dríades adolescente y una sílfide cuya cara le sonaba, tal vez fuera buena combatiente. Las guio hacia una salida hacia la superficie, la cual ella misma no había visto desde hacía tres estaciones. La luz de la Luna agradablemente roja ilumino su vestido. Luna Roja. Ella era la Luna Roja.

La noche estaba muy entrada cuando las dríades y la sílfide su reunieron alrededor del fuego. La elfa estaba reconociendo el terreno.
- No sé si ha sido buena idea que venga con nosotras. ¿Y si es una asesina y por eso no le dejan salir del país?
- Korah, no seas sádica, puede ser que haya hecho algo por equivocación o, no se- Savannah tampoco tenía demasiados argumentos.
- Ya se, ella y el otro se cargaron a la mujer de susodicho para quedarse con el dinero y los han pillado porque tenía un amante y ahora la buscan.
- De verdad Korah, admiro tu capacidad de reírte en los momentos más serios- le dijo Arika.
- No me rio de eso, pero da igual.
Arika se quedo dormida con la cabeza hecha un lio. Tenía miedo y, como dríade, tenía el privilegio de no tener que esconder lo que sentía.

La mañana siguiente era fría a pesar del sol pálido que iluminaba el cielo. Atravesar las montañas no iba ser fácil, había despeñaderos con un musgo resbaladizo por todas partes. Para las dríades y la sílfide era mas fácil, se ayudaban con las alas, pero para la elfa y para Erika, sujetarse a algo se convirtió en imprescindible. A pesar de las capas de ropa que llevaba encima, el frio se hacía notar y un hechizo de calor llamaría la atención a cualquier persona que estuviera lo bastante cerca. Caminaban con pesadamente y unos metros parecían unos kilómetros. Hacían más paradas que de costumbre. Arika decidió que era hora de conocer a su nueva acompañante.
- ¿Te llamas Luna Roja? ¿Quieres que te llamemos por un nombre más corto?
- Luna Roja. Si queréis salir del Reino, tenemos que atravesar ese bosque de allí. Hay poblaciones líminides, eso podría dar problemas.
- Querrás decir "darte" problemas, porque contra nosotras no tienen nada- dijo Afrodita.
- Escúchame, sílfide, que no te gusten los elfos no es razón para que me hables así- lo dijo con tono amenazador.
- ¿O qué? ¿Me atacaras? No tienes ninguna posibilidad- reanudando el camino, se alejo con sonriendo con suficiencia.
- No tienes ni idea de con quién estás hablando.
Arika sintió un escalofrío, debido a la frialdad con la que Luna Roja había dicho esa frase.
- Ese es el problema, querida mía. Si lo sé, así que te conviene callar la boca y caminar si no quieres que los guardias se enteren de que estas aquí, o entonces tendrás un problemas, si no me equivoco. Y siento decirte que no tengo por costumbre equivocarme.
Petrificada, la elfa se mordió el labio inferior. No se esperaba que una sílfide se hubiera dado cuenta de quién era.
Camino con resentimiento. Las niñas las miraban con atención y los ojos muy abiertos.
- ¿Que una líminide?
- Una líminide son unos seres del fuego, como las ninfas de la tierra. Solo que estas tiene más capacidad pensante y se pueden hacer muy pequeñas. Tienen las alas de fuego, así que es muy fácil que hagas estallar las cosas en llamas. El problema es que solo controlan esa magia, así que, al estar en inferioridad, los elfos las utilizaron como esclavas hasta que estas se revelaron. Ellas ganaron las batallas por ser mas hábiles ganándose su libertad, pero los elfos las expulsaron de las ciudades subterráneas. Ellas viven salvajes en el bosque, que es su territorio y no dejan de los elfos ente porque, ¿acaso no están tan felices en sus ciudades subterráneas que no quieren ver a nadie por allí?- Arika despejo las dudas a su hermana.
- Eso es cruel- le espeto a la elfa.
- Me da igual, se lo ganaron, estaban mejor como esclavas.
Erika se tanteo se tenia corazón, era tonta o simplemente era demasiado parecida a un humano.
La bajada por la ladera se hizo más amena y llevadera. El crepúsculo había llegado cuando alcanzaron los primeros arboles. Llevaban varios días lejos de estos. Un dríade necesitaba el bosque para sentirse completa. La hierba crujiendo bajo sus pies, las ramas de los sauces rozándole la cara, la brisa que traía el olor de flores silvestres... Erika cerró los ojos y aspiro del aire que la foresta había guardado en su seno. La Luna y el Sol se hacían compañía en el cielo. El mundo le pertenecía. EL bosque la llamaba. Se necesitaban el uno al otro. Se puso a correr. Las dríades se internaban en la espesura y se fundían con ellas, sintiendo la energía recargada, sabiendo que no pasaría nada mientras estuvieran allí, porque la tierra era su elemento, su campo de batalla. La elfa y la sílfide intentaron seguirlas, pero Afrodita lo encontró difícil con una falda tan larga y la corto por encima de las rodillas. La elfa no se rindió y continuo caminado con la larga y pesada falda rubí, las mangas largas desde las muñecas y la capa que gracias al viento ondeaba tras ella. Cuando llevaban una hora en el bosque, comenzaron a ver a la chica como una carga. Bajaron el paso y la noche bajo con ellas. Al rato, Lianna, se quedo quieta.
- ¿Que es ese ruido?
Agudizan los sentidos y escuchan. Es un crepitar lejano, casi silencioso. Llegaba de lejos, pero les pareció cercano.
- Suena como... hogueras.
- ¿Quien encendería una hoguera en medio del bosque, no sabe que todo esto está muy seco y puede arder de un momento a otro?- Arika se quedo extrañada.
- A no ser que seas capaz de controlar en fuego de una forma muy directa- acentuó Pandora.
- Líminides- pensó en voz alta Arika.
Cuando pronuncio esa palabra, una mujer de pelo naranja y la espalda en llamas, apareció ante ella. Comenzó a correr en dirección contraria. Erika la siguió sin quedarse a ver lo que hacia el resto de la gente, pero las pisadas le indico que estaban haciendo lo mismo. Al rato, una luz minúscula apareció ante ellas. Se envolvió en llamas y se armo la figura de un hombre grande al que tras varios fogonazos prosiguieron varios más. El grupo estaba rodeado y dispuesto luchar.
- Vaya, vaya, vaya... menudo espectáculo. Unas dríades menores de edad y una sílfide guerrera. Hasta ahí bien, pero luego veo algo que no me gusta, una elfa.
El resto de líminides asintió con la cabeza. Erika los contos, un grupo de 14. Eran el doble que ellas, con armas dos veces mal grandes que seguramente utilizaban con mas maestría que ellas.
- Vosotras podéis pasar, pero ellas se quedan.
Por el rabillo de los ojos, vio como Luna Roja se llevaba las manos a la capucha, pero la de Afrodita la detuvo.
- No lo hagas, será peor.
- Si hay una posibilidad, es esta.
Apartándose la capucha hacia atrás, dejo al descubierto una piel de blanco enfermizo, unos ojos rojos y un cuello con un colgante que llevaba el escudo de la familia Real grabado.
- Yo, princesa de Tamina en misión oficial, os obligo a dejarme atravesar vuestras tierras.
Las chicas se recuperaron e la sorpresa inicial con una sonrisa en la cara que duro lo que un mosquito en verano. Si era una princesa que hacia viviendo en un zulo? Esperando otra reacción de líminide, este se echo a reír.
- Se quién eres, princesa, y también se que cualquier corona que lleves puesta vale lo mismo que una de pergamino, que llevas varios meses desaparecida y en busca y captura. Que vivamos aquí no implica que no sepamos quieres. ¿A cuando ha ascendido ya tu cabeza, 2000? ¿Algo más, no chicos? Cuanto podemos sacer por la elfa?
Los líminides se acercaban en Tamina con un propósito muy claro. Llevársela lejos. Pero Erika no iba a dejar que eso pasara, porque el destino, la suerte, lo que fuese, les había dado una elfa que era justo como debería ser. Estaba hasta de que la gente se llevase lo que ellas querían. Harta de que pensaran que estaban por encima de ella, que podían pisarla. Ella valía millones y nadie valía más que ella.
- Si la tocáis, estaréis perjudicando a mucha gente. Si os seguís acercando os matare.
Los líminides rieron a carcajadas.
- ¿Y dime, bonita, que me vas a hacer?
Sin saber cómo, dejando que el instinto la guiase, su espada estaba en su mano. Bien sujeta y de un mandoble la coloco bajo el cuello de su atacante. Su mirada se torno oscura y el líminide vio su posible muerte en ella. La chica clavo en filo en la piel blanca del ser y un fino hilo de sangre naranja resbalo por su cuello hasta el comienzo de su camisa. La chica iba en serio.
- Eres una dríade, no puedes matar...
- Yo no soy una dríade, no del todo. No sabes quién soy, no conoces mi potencial, no sabes hasta donde voy a llegar ni hasta donde llegare. Parezco débil, pero juzgar por la apariencia te puede costar la vida.
El hombre retrocedió. La chica no bajo la espada, pese a ello. ¿Quién era esa chica?
- Somos alguien más importantes de lo que piensas y si no nos dejáis ir, tendréis un problema- la chica del pelo naranja se coloco al lado de su amiga con las manos en alto.
- Podéis cruzar- sonó una voz tras ellos.
El hombre del corte en el cuello se giro.
- Así, sin más, sin lucha, Fier, que tu...
- Cállate Remor. Son mis dominios y hare con ellos lo que quiere. Además no tienes ni idea de quienes son estas chicas, no me equivoco al decir que son más importantes para ti de lo que piensas.
Erika le pregunto a Savannah si lo sabía con una sola mirada. Ella asintió con preocupación. Pero el hombre líminide llamado Fier seguido por una mujer de aspecto salvaje les sonrió.
- Volved a las cabañas, yo y Seblla las guiaremos por el bosque. Haríais el favor de seguirme, hijas de la Tierra.
Fier tenía aspecto de ser muy viejo, con una larga barba blanca pero el pero pelirrojo y arrugas que surcaban su cara. Solo tenía un colmillo y estaba desgastado. Miro a las chicas unos segundo, estas le devolvieron la mirada, pero con más cautela, juzgando si seguirle o no.
- Yo estoy viejo, no soy rival para vosotras y mi hija Seblla no podría ganaros en ninguna circunstancia.
Afrodita se encamino hasta el. Hizo un gesto a las niñas y estas fueron tras ella. La elfa se lo tanteo un momento. Seblla la miraba con verdadero asco, como si quisieras matarla. Razones no le faltaban.
- Si no te das prisa te quedaras atrás y el bosque del Sol en la noche no es lugar para una princesa desamparada- dejo Fier.
Se apresuro en seguirle.
- Como la te habrá dicho tu amiga, se quienes sois. Y seguramente te estarás preguntando cómo, ¿no es cierto?- Erika asintió- llevo mucho tiempo esperando, desde que las estrellas cantaron que vendríais y...
- ¿Eres el vidente de la tribu?- pregunto Afrodita.
- Si, pero estoy viejo, hija del aire, mi hija está aprendiendo, ella lo vio. Además yo no habría podido reconoceros, yo ya no veo ni mi propia mano.
Erika se dio cuenta de a que se refería. Los ojos del líminide eran de un tono casi muerto. Era muy viejo.
- Ella también lo vio cantado en las estrellas. Os vimos venir, te vía a ti romper la cadenas de miedo que te rodeaban, tal como has hecho hace apenas unos minutos.
Erika bajo la cabeza ante la mención de su osado gesto. Si que se había sentido más libre cuando le había respondido, pero no supo identificar el sentimiento en ese momento. El viejo le sonrió con su boca desdentada. Su hija miraba a las chicas con los ojos entrecerrados. No parecía que le gustase que unas extrañas atravesasen los dominios de su padre. El bosque se volvía más frondoso y oscuro a cada paso. Cuando llevaban un buen tramo de viaje, pasaron ante una aldea de casa con tejados de ramas. Unos niños líminides jugaban fuera, unos chicos de la edad de Erika estaban apoyados en una casa y piropeaban a las chicas que pasaban ante ellos. No eran tan diferentes a cualquier poblado de otra especie. Eran como las persona discriminadas en la Tierra. Se les odiaba por ser diferentes. Es muy fácil odiar algo que no conoces.
- Ah, mirad que maravilla. Esta es mi casa. Seblla, quédate, yo llevare a las chicas.
- No padre, yo quiero ir contigo, no sabes lo que puede pasarte al volver solo. Ni quiero dejarte solo con ella.
Ella era Tamina. Seblla temía que hiciese algo a su padre. Estaba juzgándola por lo que era, no por quien. Le devolvía la pelota, ahora ella estaba en minoría. La vida era así, lo que hagas se volverá contra ti. Por eso es mejor hacer cosas buenas.
- ¿Sabéis? Es my tarde para que vayamos por el bosque, nos puedes atacar, será mejor que durmáis aquí esta noche. Seblla, aloja cómodamente a estas chicas en los curtos de invitados. Joven, si no te importa, ¿me acompañarías unos minutos?
Erika vio que Fier le ofrecía el brazo con gentileza. Seblla la miro desde el umbral de la puerta, pero la curiosidad de saber lo que el anciano le quería contar, supero el miedo a su hija. Se sujeto al anciano y se adentro en el bosque.
- Al el principio de los tiempo, querida mía, los seres Vivian felices, sin complicaciones. ¿Sabes cuándo acabo eso? -Erika negó con la cabeza- con la primera guerra. Si, comenzaron a pelearse por ser unos superiores a otro. Pero un ser demuestra que vale poco cuando interfiere en una guerra. Las guerras se crean para resolver problemas, pero siempre crean más de los que solucionan. Tal vez no al mundo, joven, pero las guerras dejan a los hijos sin padres, a los padres sin hijos, a hermanos sin hermanos, a mujeres sin marido. Las guerras te arrancan lo que más quieres por conseguir lo que menos necesitas. Las guerras se crean a partir del miedo de que un problema no pueda resolverse. Las guerras también se crean porque somos diferentes. Los elfos y líminides, por ejemplo. Ellos temen que les invadamos y seamos superiores a ellos. Pero dime, joven dríade, ¿qué sería del mundo si fuéramos todos iguales? Cada uno es capaz de hacer un poco por el mundo, sin unos, se van los otros. Y piensa, joven, has visto el amor de mi hija por mí, deberias ver el que tiene por sus hijas, su miedo, a los chicos jóvenes y... ¿somos tan diferentes? ¿Somos, tú y yo, líminide y medio dríade medio humana, tan diferentes como para querer entrar en guerra para solucionar nuestros propios problemas? ¿Acaso no tenemos miedo, alegría, o no nos enfadamos? ¿Acaso no podríamos incluso a llevarnos bien a pesar de que mis alas quemes y tu ni siquiera tengas?
Erika comenzó a pensar. Como pacifista, ella siempre había estado en contra de las guerras, pero nunca había pensado en ellas tan profundamente. Las palabras de Fier hacían eco en su cabeza. Las guerras se creaban para resolver problemas porque no se encontraban otras soluciones, o más bien, no se las habían buscado. Las guerras las originaban las diferencias que movían el mundo en silencio, sin que nadie se enterara, como sombras. Pero esas diferencias no eran tan diferentes, porque todas las personas, a pesar de no ser iguales entre ellas, sentían como las demás. La voz que había ocasionado esos pensamientos la arrancaron de ellos.
- Ahora, me gustaría mostrarte algo.
Aparto las hojas de un sauce llorón. La espesura de dichas hojas escondía una imagen que Erika recordaría para siempre. Un lago de tamaño medio, done varias líminides bañaban bajo la luz de la luna a unos veinte bebes que lloraban o dormían. Lo hacían sonriendo y con cuidado y cariño. Todos ellos con unas llamas delicadas que se mecían a merced del viento por alas. Las mujeres se tomaban su tiempo, cuidando a cada bebe, tratándolo como al ser único y frágil que era.
- Cualquier bebe líminide necesita los mismos cuidados que uno elfo o humanos. Tiene las mismas necesidades. Y piénsalo, no son tan diferentes. ¿Si juntáramos un bebe líminide y otro humanos, pelearían? ¿Verían que son diferentes y malos? ¿Le importaría a uno que sus alas ardiesen y que el otro ni siquiera tuviera? No creo, porque sus padres no habrían tenido tiempo para inculcarles la fallida idea de que uno es malo para el otro. ¿Por qué no harían? No lo sé, a mis 95 años no me lo explico. Todos somos seres vivos, Erika. La vida de cada uno de nosotros importa, aunque nuestras alas quemen o nuestros no sepamos volar.
Erika miro unos segundos a Fier y redirigió la mirada a la laguna, donde se la cuzo con una líminide. Le sonrió y le mostro a la niña que lavaba, la cual le sonrió también.
- Debemos dejarlas trabajar, así que mejor sería si valiésemos al poblado, podre presentarte a mis nietas, Keran y Sealla, veras lo preciosas que son. Sabes, me parece injusto que ellas tengan que crecer de la misma forma que lo hice yo. Ellas no participaron en la guerra, pero sufren sus consecuencias por ser de mi raza. Curioso, ¿no crees?
La aldea se vaciaba y en la separaciones entre las casa que no merecían ser llamadas calles apenas quedaban líminides. Entraron en la casa más grande, redonda, de barro con tejado de paja. Dentro, recostadas en camastros estaban las chicas. Las dos niñas de las que Fier había hablado correteaban a su alrededor. Las llamas de su espalda iluminaban vagamente lo que los restos de la hoguera no hacían.
- Mama, ¿por qué estas chicas tienen unas alas tan raras?-pregunto la más pequeña, de uno 4 años.
- Porque son dríades, Keran-le explicó su madre.
- Ah... son diferentes.
- Todos somos deferentes, cariño.
- Mama, mama, con esas alas no se pueden dar calor, no son de fuego.
- Son solo para volar y defenderse, cariño.
Las dos pequeñas se miraron entre ellas con aspecto de sorprendidas. Volvieron a perseguirse alrededor del grupo de gente. Seblla le sirvió sopa. Casi agua con algunas hojas flotando. Así vivían los líminides, mal, casi en una constante posguerra. Erika se prometió que si todo salía bien, hablaría con los elfos para que resolviesen el conflicto. Después de todo lo que se supone que harían, le ayudarían, estaba segura.
La ciudad dormía mientras el grupo acechaba a su alrededor. La Luna brillaba poco esa noche y su poca luz era eclipsada por un gran y espeso manto de nubes. La compañía emitía gruñidos. Estaban listos. A su lado, su compañera estaba más triste que de costumbre, la última muerte le había afectado mucho, conocía a la víctima. Se hicieron gestos el uno al otro. Estaban listos, la gente espero unos minutos y se preparó.

Arika se despertó asustada. Estaba empapada en sudor frío el corazón le golpeaba las venas. Era uno de esos sueños reveladores. En el colegio solo los había tenido para poder ver las fechas de exámenes, pero ahora se encontraba con algo serio. Atacaban la aldea. Las Almas estaban allí y tenían que huir.
- ¡Despertaros! ¡Por favor, arriba! ¡Nos atacan!
- Que ocurre- dijo Seblla, la cual no parecía de muy buen humor.
- Están atacando la aldea, lo he visto, yo veo cosas...
- Escuchad...- dijo Sealla.
Unos gritos revelaron que Arika decía la verdad. Por las ventanas se colaron unas llamas. La aldea ardía. Seblla recogió a las niñas u a su padre y comenzaron a salir.
- Seblla, hija mía, yo estoy viejo, cansado, no puedo más. Salvaron vosotras, sálvales a ellas, porque son nuestra esperanza. Es hora de cambiar este mundo, pero no me importa no verlo desde aquí, os estaré mirando desde un sitio mejor. Iros ahora. Tranquilas, todo saldrá bien.
- Pero papá, como voy a dejarte aquí, no puedes pedirme eso...- los ojos de Seblla se inundaron de lágrimas.
- Hija, mi hora a llegado, debo seguir a tu madre, a tu marido, a tu hermano y todos lo que esta guerra se llevo. Va siendo hora de cambiar, ¿no crees?
La líminide abrazó a su padre. La niña también a pesar de no entender muy bien lo que estaba pasando. Seblla cogió a la más pequeña en brazos y a la otra de la mano.
- Nosotras no nos vamos sin luchar. Esto claramente culpa nuestra.
- No, sois demasiado valiosas- le respondió la mujer reprimiendo la lágrimas- corred.
La aldea era un infierno, la gente luchaba por defenderse y poder salvar a lo más pequeños. Erika apreció de reojo un pequeño cuerpo tendido en el suelo. Le dolió solo en verlo de lejos. Corrieron y fueron avistadas. Los hechizos fueron certeros y dejaron atrás a tres Almas que intentaron atacarlas. El bosque se volvía profundo. Las ramas impedían el paso. El olor a humo les reveló que la aldea ardía. Seblla comenzó a llorar. Aunque los líminides no pudiesen ser quemados, sus casas sí. La aldea de su padre, que tantos años había cuidado, protegido, reducida a nada. Se secó las lágrimas. No volvería a dejar que nadie le hiciese daño, porque podía ser una líminide, pero tenía sentimientos, como esos egocéntricos elfos. Ella cambiaría todo para siempre, porque ella era fuerte. Y su padre se lo había demostrado aquella noche. No dejaría que sus hijas vivieran en aquel mundo tan repulsivo.
La frontera del Reino quedaba lejos. Por delante tenían unas horas de viaje a pie. La madrugada pudo con las niñas, que se caían del sueño. Seblla se acercó a Arika.
- No sabrás a dónde puedo enviarlas, no quiero que les pase nada y...
- En el catillo de mi madre están acogiendo a todos los seres que quieran ir. Pero pensaba que los líminides no podían salir del Reino.
- Pueden si las saca un elfo. Pero casi nunca las sacan, eso les da libertad absoluta hasta que vuelvan. Entonces solo será un líminide más de nuevo.
- Te prometo que cuidaré de ellas, te juro que no les pasará nada.
Seblla sonrió. Se notaba que era algo que hacía poco. Le sentía muy bien a su cara la sonrisa. Arika sonrió también.
Se despertaron de mal humor y con frío, apenas habían dormido. Seblla siguió guiándoles por el bosque. En una solo noche, había perdido a su padre y cerca estuvo de perder a sus hijas. El viaje acabó con el día, pues ya arribaron a las fronteras del Reino. Los elfos guardianes les miraron de reojo.
- Identificaos, solo así os...
- Con esto bastará para los dos- Afrodita entregó otra bolsita con dinero.
Los elfos la aceptaron con una sonrisa. Lo joven medio humana se dispuso a caminar cuando fue interrumpida por la voz melodiosa de un elfo diciendo:
- Tú, la de la capucha, quien eres.
Tamina se giró. No parecía haber contado con eso. Pero como sacándole importancia respondió:
- Vengo de las tierras claras, Alunara Ircot, mis padres son mercaderes y necesitan unas cosas que solo hay en el Reino Náyade. Algas o algo así. No creo que me tengáis en vuestros registro, nací allí y me moví con una caravana hace muy poco, así que no han llegado los papeles y...
- Vale, vale, lo que tú digas. Líminide, deberías volver a...
- Les han atacado.
Los elfos guardianes se giraron hacia Pandora iban al Reino Élfico y les interrumpía la aldea donde ella vivía. Tienen un prisionero- lo dijo con la voz de una niña tonta e inocente, como si lo que decía careciese de interés para ella.
Los guardias se miraron entre ellos. Tal vez desconfiaran de una líminide, pero no de una dríade, menos e una dríade como Pandora. Esta se dio la vuelta y reemprendió el camino.
- Muy bien líminide, comprobemos que eso que decís es cierto...
- Esperas, Alunara, si te llevases a mis hija contigo...- le pidió.
- Por supuesto, niñas, venid. Ellas os van a cuidar y a enviar a un lugar seguro. Yo me voy a ir a conseguir todo vaya bien ¿vale?
Pandora reconoció una de esas “mentiras de madre” en las que piensan que no te das cuenta de que algo va mal y lo tapan diciendo “todo irá bien”. Pero los niños son más listos de lo que la gente piensa, y saben que no “todo va a ir bien” pero fingen que no saben nada por ti. Así son los niños, capaces de fingir por ti. Ellas le abrazaron y se cogieron de las manos de la elfa. Los dos congéneres de esta comenzaron a caminar bosque a través y tras uno segundos, Seblla les siguió. En cuanto dio el primer paso, supo que había comenzado un nuevo capítulo de su vida. Tras dar los partes de daños y enviar el prisionero a las cortes reales, dejo de ser Seblla la vidente para pasar a ser alguien más.
Continuaban en el Reino Élfico, pero no tardarían en salir, como la bruma y la humedad les mostraban. Viajar con niñas no era tan horrible como hubiesen pensado. Nunca se quejaban y a pesar de tener varios rasguños y heridas por los brazos y piernas, sufrían en silencio. Claro, eran líminides, estaban acostumbradas. Ellas habían aprendido a sufrir desde que nacieron. Venían de un mundo pobre, donde debían sufrir para sobrevivir. Mientras, muchas niñas elfas eran consentidas y tenían todo lo que deseaban. La vida era así. A algunos les daba mucho y a otro muy poco. Erika comparó de nuevo a ese mundo con el suyo. Al in y al cabo, no eran tan diferentes.
Siguieron caminado, el terreno dejó de ser colinoso y rocoso para que el suelo plano se recubriese de un musgo resbaladizo y una especie de algas. Los lagos se hacían cada vez más presentes. Las niñas no parecían cómodas con aquel clima tan húmedo. Al tercer día, las ropas de Tamina fueron cambiadas por unas de Afroditas, cortadas por Siena y usadas de manta. Tamina era como los demás elfos. De estatura media, a pesa de que al principio le hubiese parecido alta, esbelta, de piel pálida, más de lo normal, tal vez, con los ojos brillantes y rasgados. El cabello rojo, como ya habían apreciado, en el que estaban enredadas cuentas de tono encarnado, brillantes, pero que no se distinguían con el pelo. Vestida con la ropa dos tallas más que la suya, porque Afrodita le sacaba unos centímetros, no aparentaba ser la princesa que decía ser. Es más, desde que la conocieron, tan solo Afrodita se había dado cuenta. La elfa caminaba pesadamente y soltaba quejas por lo bajo. Ese día, cuando se quejaba de que el musgo apenas le dejaba caminar, Pandora explotó.
- ¿Te crees que a nosotras nos gusta esto? ¿Qué no preferiríamos que cualquier otro idiota viniese aquí a hacer esto? ¿Qué soportamos el frío mejor que tú o algo? ¡Desde que etas aquí, no has hecho más que quejarte! ¡Ni siquiera las niñas son tan pesadas! ¡En serio, cállate, porque si ellas aguantas, tu eres una maravillosa elfa, deberías ser perfecta y ser más fuerte que ellas, se supone! Ah no, disculpe usted su majestad, que seguro que le daban todo en bandeja de plata y tenía todo lo que le daba la gana y...
- ¡Si me lo diesen todo lo que quisiese puede asegurarte que no estaría aquí, con unas dríades que no saben lo que hacen y se supone que van a salva el mundo! ¡Llevo no sé cuantas estaciones en un dichoso zulo y no he podido salir!
-Se quedaron todas calladas. A Erika le asaltó una duda, y era porque Tamina llevaba tanto tiempo abandonada. Tamina se giró y un sollozo les indicó que lloraba. Se secó la lágrima y se abrazo a sí misma.
- ¿Por qué?
La interpelada se giró y miró a Arika.
- ¿Qué?
- ¿Por qué no te dejan vivir en palacio? ¿Por qué estabas en el sótano?
- Es una historia larga.
- Pues contar mientras caminamos, ¿o no sabes hacer dos cosas a la vez?
Tamina simuló tantear con un gesto de sus labios. Dejó que el aire se escapase de entre ello y comenzó a caminar. Con el primer paso, comenzó a rememorar aquella noche de la estación de los cometas...
- Era una noche muy cálida, estar en la cama me agobiaba. Me levanté y me puse la ropa muy rápido. Yo tenía muy claro a donde quería ir. Comencé a subir por la pared de la montaña sin que nadie se enterase y me encontré en el lago que hay en la cima. El agua estaba fría, pero bajo la temperatura de mi cuerpo, cosa que agradecí. Con la ropa de nado, comencé a sumergirme en el agua. Nadar es un placer prohibido, mis padres no quieren que lo haga. Dice que da mala imagen como princesa. Pero yo lo seguía haciendo, a pesar de las constantes amenazas. Aquella noche bajo la Luna era una noche más. Me sentía bien en el agua. Buceando, nadando, acariciando las rocas de fondo... Entonces lo vi. Era un gran saco de tela oscura. Se movía. Me entro miedo, pero quería saber que había allí dentro. Saqué las cuerdas que lo amordazaban. Antes de que pudiese reaccionar, un elfo más fuerte que yo me llevó las manos al cuello. A pesar de no saber mucho de magia, supo aplicar un hechizo paralizante durante unos segundos. Nadé hacía la superficie, casi sin aire y cuando llegué noté que alguien empujaba mi pie hacía debajo de nuevo. Conseguí soltarme, pero aun no sé cómo, así que nadé hasta la orilla. El elfo me siguió, no le había visto la cara con claridad. No miramos y se sorprendió de verme a mí. No esperaba que una princesa le hubiese intentado salvar la vida. Me confesó que me había confundido con sus secuestradores. Al parecer, le acababan de arrancar de su casa y lo habían intentado matar aquí. Creyó que yo venía a comprobar que todo había “salido bien”. Me dijo que se llamaba Elocar, que venía de una familia pobre, que no entendía porque le habían secuestrada. Sí os digo la verdad, me pareció un chico muy guapo. Yo tengo 18 años y el 20. Me ofrecí a cada noche llevarle comida. Le llevaba libros a la cueva, comida, bebida y noticias de su desaparición. Sus padres lo dieron por muerto tras el Apogeum de la estación de los cometas. El comenzó a contarme cosas de su vida y yo de la mía. A finales de estación. Éramos pareja. Nos queríamos. Yo sabía que lo que hacía estaba más. Pero no me di cuentas hasta que mis padres me dieron una noticia muy especial. Me casaría con el Duque de La Cordillera Solus, para poder quedarme con sus tierras en las Tierra Claras. Yo no quise, me negué. Quería casarme por amor, no por conveniencia. Ello se enfadaron y sin que yo lo supiera me pusieron un espía. Me siguió hasta la cueva donde estaba con Elocar, pero lo vi antes de que pudiese verle la cara. Escapé seguida por él. A la mañana siguiente mis padres me encerraron en la torre sur, vigilada por guardias y las ventanas selladas por magia. Pero yo tenía un plan. La cuarta noche, la Luna Roja debilitó la magia y salté por la ventana rompiendo los cristales. Elocar me recogió. Me cuido durante varias noche y cuando desperté estaba en busca y captura. Me escondió en el zulo del bar de su primo. Vivimos en aquel zulo una estación entera, pero pronto descubrimos que mis padres pusieron una recompensa a quien me llevase con ellos. Viva, claro. Escapamos a una zulo más pequeño abandonada, en el que me encontrasteis. Es injusto, tengo que esconderme de mis propios progenitores por amor. Ahora me alejo de ello, de todos. Perdonad que me queje, pero jamás había vivido algo así. Casi nunca estoy con gente, nunca tuve amigas, lo más parecido eran las criada, la que no me hablaban por miedo.
Todas se callarlo. Tamina no había tenido una buena vida, sino que esta había estado siempre regida por sus padre. Sola, lo quiera o no. Comenzó a caminar y el grupo quedaba atrás cuando Arika dijo:
- Lo siento.
Tamina se giro sorprendida.
- Da igual, no es culpa tuya.
- Pero aun así, tengo derecho a sentirme triste por ti ¿no? Se lo que se siente cuando hay demasiada responsabilidad por ti.
Tamina esbozo una media sonrisa triste, pero sus ojos demostraban que agradecía que alguien la comprendiese. Siguieron caminando, y mientras caminaban, Tamina supo que aquella gente no era tan horrible como juzgo en un principio.
Llevaban una semana caminado. Era difícil, cada vez había más lagos y menos tierra. Se les hundían los pies en el barro y respiraban más vapor de agua que aire. No quedaba comida, así que volvieron al musgo. Erika pensó que. A pesar de todo lo que habían pasado, aquello era demasiado fácil y se durmió con aquel pensamiento en la cabeza.

La Directora seguía nerviosa, mientras que a su lado, Alhelí, estaba sorprendente-mente tranquila para lo que estaban a punto de hacer. Acompañadas únicamente de los dos jóvenes que vigilaban la entrada trasera de Colegio, la noche se ceñía sobre ellas. El ciclo linar pasaba rápido antes los ojos de la mujer. La Luna estaba muy alta cuando en la lejanía, una figura ocura se acercó escoltada por otras dos más grandes. Estas también se asemejaban asustadas. La sombra que estaba escoltada parecía haber recorrido un largo viaje. Estaba cubierta por capas rasgadas y manchadas de barro. La capucha estaba bastante húmeda por la fina llovizna que rociaba todos los cuerpos que allí estaban.
- ¿Cómo puedes estar tan tranquila?
- Se que lo que estoy haciendo está bien.
Pero la Directora dudaba. Mucho. Aquella persona era la causante de todo lo estaba pasando. Temía a lo que apoyaba, y no por ella, sino por las niñas. La figura de la noche se acercó hasta ellas.
- Bienvenida, en alegró de verte aquí. Tu habitación está lista, en lo sótanos, donde nadie pueda verte...
- Llevadme ya.
- ´por supuesto- le dijo Alhelí con voz aterciopela.
La Directora suspiró mientras Alhelí se llevaba a la figura de la noche hasta las entrañas de su colegio. Se dirigió a su despacho lo más rápido que pudo. Envió un mensaje al Regidor de la ciudad más cercana. El mensaje así decía:
“Está aquí, nadie lo sabe y nadie lo debe saber. AL fin nuestros sueños se verás cumplidos. Dejaremos de temor y no habrá que esconderse. Saludos desde Tandarmia”
Luego cogió la llave de la habitación y se la entregó a Alhelí, la que esperaba en la puerta. La acompaño a ver como sellaban la habitación de la figura. De donde solo la dejaría salir cuando el destino se hubiera cumplido.

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