sábado, 31 de marzo de 2012

Capítulo 6:

Capítulo 6: Guerreros, Sílfides y Diosas del Amor

Llevaban tres días de viaje y los alimentos empezaban a escasear, el frío a aumentar y las ganas a disminuir. El cuarto día fue el acabose. Empezó a llover como un nuevo Diluvio Universal. El pelo se les pegaba a la cara y el frío les calaba los hasta los huesos. El pensamiento general era encontrar una cueva pero ya y conseguir algo de comer, pues incluso con el ruido de la lluvia se oían rugir los estómagos. A las dos horas Erika estalló.
- ¿¿¡¡VENGA YA, LLUVIA, QUE, ALGO MAS!!??-le grito al cielo. Sonó un trueno- ¡¡OH, GENIAL, UNA TORMENTA, MARAVILLOSO!! ¡¡EL MUNDO ME DA ASCO!! ¿¿ME OYES MUNDO?? ¡¡ASCO!! Un rayo cayó bastante cerca de donde ellas estaban. Con la rabia pintada en la cara, siguió caminando. Por fin, la boca de una cueva se veía en la lejanía. Casi se arrastraron por llegar. Una vez dentro, todas se tumbaron en el suelo, sobre un musgo morado bastante blando. El cansancio, el hambre, el enfado y las heridas que algunas tenían estaban haciendo el viaje más complicado de lo preferible. La espada y el arco no eran más que pesos muerto que todas habían decidido ir rotando, pero las hermanas se habían negado con múltiples escusas. Pero cada vez se hacía más pesado despertarse por la mañana después de gélidas noches apenas recubiertas y con dolores por todo el cuerpo deseando que todo acabas. Erika se dejo caer en el musgo. Pensaba comer algo hasta acordarse de que no tenía comida. Le provocó nauseas la simple idea de beber agua y tubo ciertas ganas de llorar. Respiró hondo y se contuvo. Solo era un mal día, pero... ¿Cuántos vendrían como este a continuación? ¿Iba a ser todo tan complicado?
Nadie dijo que iba a ser un camino de rosas. Pandora encendió una hoguera en la cueva, lo que parecía increíble debido a la humedad. Rascaba algo de musgo de las paredes y lo olía con mala cara. En la salida de la cueva, Siena recogía agua de lluvia con un cuenco de lianas trenzadas y le lo entregaba a su amiga. Esta limpió el musgo y lo dejo al lado. Repitió la operación varias veces hasta que en el suelo quedó un montoncito de musgo morado sin tierra. A falta de nada mejor se pusieron a comérselo. Estaba insípido pero llenaba en estómago. Pero el musgo no clamó el hambre de varios días, por mucho que comieron. Lianna era de las más débiles del grupo y ya había vomitado bilis varias veces. Calhina, como curandera iniciada, hacía lo que podía, pero no era suficientes, aunque sí mucho. Cualquiera raíz comestible era recogida y celosamente guardada. El miedo era creciente y apenas movían las alas. El Reino sílfide quedaba lejos, pero era su objetivo y tenían que llegar como fuese. Erika volteó la cabeza y se dispuso a dormir. El frío que entraba acompañado de diminutas gotitas de lluvia no ayudaba en absoluto. Mañana sería otro día y esperaba que no fuese como ese.
Un rayo de sol le despertó acariciándole los párpados. Le hubiese gustado estar un rato mas dormida, pero todo fuese por aprovechar el sol frío para viajar. En invierno, el mundo Feérico se volvía de hielo. La única que estaba despierta era Pandora. Sentada al borde de la cueva y el exterior. Pandora era la clase de chica que al entrar en un sitio nuevo volteaba cabezas para poder mirarla. La clase de chica que hacía que la autoestima del resto de jóvenes se cayese al suelo hecha pequeños pedacitos rotos y luego fuese recogida a través de criticas cualquier cosa que hubiese salido mal por parte de las otras chicas. Aunque también era la clase de chica que se aprovecharía de ello. El sol rozaba su piel rosácea y arrancaba brillos dorados a su melena rubia. Incluso con aquel jersey de hombre gordo y calentito estaba guapa, con una belleza natural.
- ¿A qué venía el numerito de ayer?- preguntó sobresaltándole.
- ¿Qué?
- Gritarle al mundo que te daba asco como una posesa, debieron oírte en el Colegio.
- No lo sé. Estaba enfadada y nerviosa- tanteó un momento- además tenía miedo.
Pandora mordió si labio inferior rojizo y brillante.
- Yo también tengo miedo. Supongo que es normal.
- Sí, y yo.
Oyeron que alguien se ponía de pie en el interior de la cueva y ambas decidieron que era en momento de ponerse en marcha. Cuando hubieron recogido todo se lanzaron a caminar de nuevo. El bosque espesaba a cada paso. Las ramas les rozaban la cara las manos y los brazos. Las horas pasaban en silencio y cansadamente, a veces se agobiaban y paraban un minuto a descansar. Evitaba la población y todo lo que se le pareciese. No querían causar problemas. Tras dos batallas en lugares que les gustaban les pareció la mejor idea, no meter a nadie donde no le llamaban. La noche siguiente no tuvieron suerte y no encontraron una cueva, así que durmieron bajo los árboles haciendo guardias. La única motivación que tenían era que a cada paso se acercaban más a su destino. Más o menos, les quedaban unos dos días de viaje. Esperaban que sí corrían un poco se redujese a uno y poco, pero si casi no podían mover las alas, la piernas no iban a ser más rápidas. Volvieron a dormir a la intemperie. Lo que debía ser el último día de viaje no fue tan horrible. El bosque empezó a dar paso a una llanura con algunos arbustos y plantas más pequeñas. También aparecieron bayas comestibles y fue una tranquilidad dejar de comer raíces. Siguieron el curso de un rio que encontraron. Al medio día, tras bajar una pradera, divisaronpor fin su destino. El Reino Sílfide. Nunca lo habían visto ninguna. Era grande incluso avistado desde la lejanía. Una gran construcción circular ocupaba el centro de la ciudad. O tal vez hubiera más ciudad detrás del edificio. Erika se fijo en que tenía cierto parecido con el coliseo romano. No le gustó, le recordaba a la lucha. A claro, sílfides, pueblo guerrero, decidido y tozudo. Ya había visto sílfides en el Castillo de la Frontera. Eran altos, delgados, de aspecto frágil y con unas alas extrañamente suaves, de plumillas alargadas parecidas a las del caribú divididas en la parte alta y la parte baja, normalmente azules o moradas. Se notaba la agitación de la ciudad en la distancia. La sonrisa en la cara de las chicas cuando la vieron, fue grande. Aunque apenas habían comido esos días pero sacaron fuerzas de voluntad para correr por la pradera y llegar a las puertas de la ciudad. Los guardias les miraron sorprendidos. Seguramente no muchas dríades de 14 años aparecían famélicas y medio muertas allí tan temprano. Cruzaron las lanzas sobre la puerta impidiéndoles el paso.
- Quienes sois, identificaos.
- Dríades, desde el Poblado del Este Pandora, Siena y Lianna, desde el Oeste Julietta, desde el Norte Calhina Baronesa del Pueblo de Caverna y desde el Sur Savannah y Korah. Desde el centro del Reino, colegio de Tandarmia vienen Erika y Arika.
Así era Pandora. Sabía que decir, cuando decirlo y como decirlo. No titubeó un segundo y mantenía un porte seguro. Los guardias las miraron recelosas.
- De donde venís.
- De Caverna. Traemos un mensaje del Rey.
Pandora la mentirosa segura. Los guardias apartaron las lanzas y les dejaron paso. La ciudad poseí unas calles de piedras desgastadas y casas muy apretadas con amplias ventanas de madera. Los sílfides iban de un lado al otro algunos cargaban cestas llenas y otros simplemente paseaban. La gente salía por la ventana y se saludaba. Unos niños pequeños corrieron a su alrededor unos segundos y volvieron a perseguirse entre las calles. Una mujer sacudía en la ventana de casa una alfombra y cotilleaba con la vecina. Julietta señalo lo que parecía una taberna. Se sentaron en una mesa cerca de un grupo de gente de su edad. Erika recordó las veces que había visto a chicas humanas en restaurantes hablando y riéndose. También la de veces que deseó estar con ellas. Se sopló al flequillo y observó con una sílfide joven se acercaba haciendo botar sus rizos rojizos a la poca de luz del sol. Se aparto uno hasta una coleta desvencijada de la que se escapaban muchos mechones. La falda larga rozaba sus tobillos y lo que parecía un corsé dorado se adaptaba bien a sus generosas curvas.
- Dríades, ¿eh? ¿Qué os parece algo de fruta y agua?
Aunque les hubiera sugerido guiso de tierra lo hubiesen pedido. Al ver la expresión de hambre en sus ojos se río con ganas y volvió a entrar en el local.
- ¿Planes para después?-Siena se acercó al centro de la mesa.
- El edificio central es una Escuela de lucha y un centro de entrenamiento de guerreros. Allí encontraremos a quien buscamos- Julietta miró a sus amigas y estas asintieron.
- ¿Y cómo le convenceremos para que venga a...?- Erika no pudo acabar su frase porque la sílfide dejó unos platos de fruta y agua en la mesa. Se lanzaron, literalmente, a la comida. La chica volvió a reírse.
- Dríades- repitió- no suelen venir mucho por aquí. Excepto el gran grupo de guerreros que apareció la semana pasada...
Eso les hizo saltar.
-¿Grupo de guerreros?
- Sí. Los Viquingos-se tranquilizaron- se quedaron más de lo normal. Suelen venir por el reino, aunque suelen quedarse en la zona portuaria. Casi nunca tiene tiempo de venir al centro de la ciudad y menos al mejor bar del Reino-les guiñó un ojo rasgado color ámbar- pero al parecer habían tenido una batallita y tenían bastantes heridos y algunos muertos.
Un escalofrío escaló por la espalda de Erika hasta su nuca donde se transformo en un sentimiento de culpa y dolor. Muertos... Se le revolvió el estómago he intento no pensar en eso. Batallita... ¡Si ella supiera!
- ¡Gaela, ven a tráenos algo más fuerte que esto se nos queda pequeño! ¡Y dile a tu madre que nos prepare lo de siempre!-gritaron unos hombre en la esquina.
Gaela sopló a un rizo suyo, lo que le recordó a Erika como solía hacer su tía Ally. Con una sonrisa de labios rojos y entre risas divertidas ante el grupo de borrachos se fue a la cocina. Terminaron de comer en silencio. Gaela fue a recoger el dinero. Calhina le dio un poco del suyo. Ahora que lo pensaban bien, apenas habían llevado dinero. No sabía si preocuparse por ello, pero en la cabeza de Erika había otras cuantas cosas interesantes.
- ¿Qué es lo que pasó con los Viquingos?
Todas miraron a Lianna con extrañeza. Estaba claro que había pasado. Ellas, habían pasado ellas por el barco. Gaela miró a los lados y se acercó al centro de la mesa. Juntaron las cabezas.
- Bueno, es solo un rumor pero...-de nuevo, revisó que nadie la oía- se dice por ahí que les acompañaban las Liberadoras.
Dieron un respingo y Gaela se rió otra vez. Le dieron las gracias y se fueron en silencio. Las piernas les temblaban y a pesar de las capas de ropa tenían frío de repente. La escuela de la lucha estaba cerca pero el paseo se les hizo eterno. Las puertas estaban cerradas y esta vez no había guardias. Intentaron abrirla pero estaba bien sellada. Llamaron. Un sílfide vestido de una manera muy rara apareció en el umbral tras empujar la pesada madera. No parecía capaz de hacerlo.
- Que deseáis, dríades.
- Venimos a buscar un guerrero. Tenemos una misión muy importante que cumplir y necesitamos que nos acompañe el mejor que tengáis- Pandora le miraba directamente a los ojos.
El oyente enarcó una ceja y las miró de arriba abajo. Luego les hizo pasar e hizo un gesto para que les siguiese. Los pasillos eran anchos y en ellos estaban colgados cuadros de sílfides con arcos, espadas, cuchillos... Las armas le recordaron a Erika a la que finalmente había guardado en la bolsa con las demás cosas. También había puertas por todas partes, aunque no igual de grandes que la de la entrada, bastante imponentes. Se pararon en una de un buen tamaño y el sílfide las abrió con facilidad. La sala que se extendía ante ella parecía un campo de batalla. Más allá de las gradas, en la arena se procesaba una escena curiosa y sobrecogedora. En el centro, una mujer de pelo rubio pajizo largo y greñudo de piel bronceada estaba sola ante un grupo de unas diez personas. Llevaba unos pantalones oscuros y una especie de corsé de aspecto incómodo. Unas botas marrones rellenas piel oscura y unos mitones verdes. Unas de las personas la atacaron sin previo aviso. La mujer esquivo uno de los golpes y al agacharse dirigió una buena patada a la pierna del adversario, derribándoles. Al ponerse de pie, sujetó un puño que debería haberse empotrado en su cara. Retorció el brazo y luego se ayudo del cuerpo de esa persona para golpear el tercero. Los tres terminaron inconscientes en suelo. Otras tres personas le atacaron, pero esta vez con espadas en alto. Desenfundó la suya y se enzarzaron en un combate.
- Qué raro-susurro Julietta.
- ¿Qué es raro?-le preguntó Erika.
- La chica del centro, es, una novata, acaba de graduarse, lo sé por los guantes y la diadema que lleva. En cambio, lo otros, son, experimentados, guerreros de altos rangos. ¿Ves las telas negras y rojas que llevan ceñidas con lazos blancos en el abdomen, los brazos y las piernas? Significa que han ido a la guerra. Cada lazo es un logro y tienen bastantes. No debería vencerles con tanta facilidad.
Erika siguió la pelea de nuevo. Los atacantes de las espadas estaban ahora en el suelo y otros dos del nuevo grupo de atacantes a cuerpo a cuerpo habían caído ya. El tercero les siguió rápido. El hombre que quedó de pie miro a sus compañeros tendidos en el suelo, finalmente embistió contra la chica con toda sus fuerzas. Esta se apartó a tiempo y se sujetó por el brazo. Se impulsó con las alas y saltó a un metro del suelo. Luego pasó sobre su cuerpo inclinado retorciendo el brazo. Cayo al suelo y la joven mantuvo el equilibrio con perfecta maestría. Lo soltó y se aparto mientras el grupo se recuperaba, comenzó a ayudarlos a ponerse en pie.
- No puedo creer que lo hayas hecho-dice una chica.
- Estas segura que no quieres unirte a nosotros?
- Absolutamente-responde con voz neutra.
- Bueno, si cambias de opinión, házmelo saber- dijo el hombre que parecía el jefe del grupo.
Le saludo con un golpe seco de cabeza y abandonaron la sala. Ella se quedo aquieta en el centro. Se giro de golpe y asusto a las chicas. Las miro con atención.
-Quienes son.
No fue una pregunta, más bien una orden al chico que les acompañaba. El respondió lo más rápido posible y con absoluto respeto, aunque parecía más viejo que ella.
- Viajeras, Afrodita, necesitan un guerrero que les acompañe y han pensado en ti.
A Erika no le gusto como lo dijo, casi con burla. Frunció el ceño y le miro mal de reojo. Afrodita dejo escapar unas carcajadas.
- Y que les hace pensar que iré con ellas? Si quieren que les acompañe tendrían que ganarme en una batalla- río mas lato y se dio la vuelta como si la cuestión estuviese zanjada.
Tras el espectáculo, para casi todas las chicas lo estaban. Para todas menos para una.
- Yo luchare contigo.
La voz de Siena sonó clara y segura en el silencio de la sala. Las miradas se centraron en ella. La guerrera río de nuevo algo más alto.
- ¿Tu? está bien, si es tu voluntad. Mañana, a primera hora, estas cosas hay que quitárselas pronto de encima.
Siena sonrío misteriosamente.
- Lo mismo digo.
Como si no se esperase esa respuesta, la sílfide abrió los ajos y la observo con detenimiento. A simple vista, Siena podía parecer una muñeca de porcelana. Una extrema palidez y su delgado cuerpo, acentuaba esa descripción. Además de esa pose de bailarina de ballet la hacía delicada y vulnerable. Pero luego la mirabas directamente a los ojos, brillantes y seguros de si mismos y su melena oscura y rizada que le confería aspecto de leona. Las miradas de las rivales se chocaron.
- Mañana- repitió mientras se iba.
Sin darle tiempo a respirar, se lazaron a preguntar sobre ella.
-¿Estás loca? ¡Te matara!
- ¡Eso ha sido una estupidez! Incluso para ti!
- ¡¡BASTA!!- silencio- eso es cosa mía.
El sílfide carraspeo para hacer notar que estaba allí. Todas se giraron hacia él y le miraron mal por interrumpirles.
- Si me seguís os llevare a un sitio donde pasar la noche.
Con mala gana, caminaron tras él. Erika se acaricio el pelo temblando. Por muy fuerte que se creyera Siena, no tenía ni una posibilidad ante la asesina que acababan de contemplar. Pero se mostraba tan segura, tan decidida... que una parte de Erika quiso pensar que tenían una posibilidad. Por un segundo. Solo un segundo. Luego llego la desesperación y es miedo y los nervios y... EL cuarto era minúsculo, pero tuvo el espacio suficiente pare que Erika cayese en un colchón y hundiera la cabeza entre las rodillas. Suspiro y noto que el aire le dañaba los pulmones. Los gritos de sus amigas eran solo sonidos lejanos. La única que le llego clara fue la de Siena cuando grito:
-¡¡SILENCIO!! Esto es cosa mía, puedo hacerlos, no tengo miedo. ¿Por qué teméis por mi cuando ni yo misma temo?
- Porque somos tus amigas- sentencio Erika.
Eso fue bastante para acallar al resto.
- Confiad en mi, por favor, yo confío en mi fuerza, ¿por qué vosotras no?
Suspiro general. Erika se quito los zapatos y se metió en la cama.
- Buenas noches.
- Lo mismo- dijo su hermana.
Las jóvenes se fueron metiendo poco a poco en la cama. La única que se quedo levantada fue Siena, practicando movimientos. Llevaba ya dos horas y la noche estaba muy entrada cuando decidió meterse en la cama, con una sonrisa de satisfacción y una frase en la cabeza: soy más fuerte que ella.
Erika se levanto por la mañana con las lágrimas secas en las mejillas y mal sabor de boca. Un sueño ligero y agobiante. Una mala noche. Cuánto duraría aquella locura. Cuando acabaría el dolor, cuando dormiría bien de nuevo, cuando olvidaría el sabor de sus propias lagrimas, el sabor de la sangre en la boca, el sonido de cristales rotos, el ruido de los gritos antes de morir, las pesadillas... temblando, salio de la cama. Quería escuchar hablar a alguien y que al menos unos segundo, el miedo de las ultimas semana la abandonara. Quería que de nuevo, las palabras fuesen una droga que le hiciese olvidar, solo que esta vez no serian escritas, sino oídas, habladas tal vez. Necesitaba olvidar aunque recordar doliese después. Lianna estaba apoyada en la ventana, por la que entraba una brisa matutina fresca que le despertó más. Eso no le gusto, le hacía pensar con más claridad y necesitaba un manto de nubes en la cabeza. Ya.
Lianna mantenía los ojos cerrados. Temblaba. Y no de frío.
- Se lo que sientes.
Ella se giro sorprendida y bajo la mirada a la calle de nuevo. Suspiro.
- El miedo, los nervios, el dolor... te escucho llorar en sueños.
Los sentimientos dolían más si se decían en voz alta, porque el cerebro los reconocía, no los pensaba.
- Yo no puedo seguir con esto Lianna. ¿Hasta dónde llegaremos? ¿A cuanta gente perderemos? ¿Estamos solas en esto? Demasiadas preguntas, muy pocas respuestas...
Porque le contaba todo aquello. Lianna también sufría. Porque ella tenía que aguantar el dolor de las dos.
- Piensa que esto es como la vida en sí, nunca sabes que pasara.
Para una chica asustada, eso era una buena respuesta.
- A veces pienso que Siena confía mas es su fuerza que en sí misma. Otras no lo pienso, lo se. Y tengo miedo de pensar que ella no lo sabe. Y de pensar que yo no confío en mi misma los bastante para decírselo.
Lianna era una pieza de cristal. El cabello cobrizo fino, muy fino era liso hasta su cadera. Era delgada, de piel tirando a canela y de grandes ojos verdosos con un brillo inocente que daba la sensación de no haber roto nada en su vida. Sus amigas sabían que eso era verdad. Era una chica sencillas, contenta con la vida. Tal vez por eso la respetaba y amaba tanto, intentando mantenerla lejos de cualquier cosa malvada o que pudiese hacerle daño. Lo que resultaba muy difícil, sobre todo en los mundos en los que vivimos.
Como en un pacto silencioso entre las miradas, se abrazaron y lloraron una en el hombro de la otra. Cuando al fin pararon, no habían liberado apenas dolor, pero llorar siempre cuesta menos en compañía. Cuando se separaron Lianna se seco las lágrimas y volvió a mirar por la ventana, algo más relajada. Erika se apoyo en el alfeizar de la ventana. La vida sigue, pero ¿hasta cuándo?
Las horas pasaban. Pero pasaban más lento desde que dos sílfides se llevaron a Siena a entrenar y prepararse para la batalla. Ella se había ido tranquila, con la tranquilidad del resto de grupo. Arika temblaba y tamborileaba con los dedos en el suelo. Lianna estaba tumbada boca abajo y solo respiraba, esperaba, respiraba. Cuando ya habían pasado varias horas, entro en el cuarto una sílfide vestida con prendas desgastadas. Julietta informo de que era una de las criadas que solían sacar de la calle para trabajar allí. Ella les guío por los intrincados corredores del centro de lucha. Se detuvo en una puerta decorada con una escritura que ninguna entendió. La abrió. La arena era el doble que la que habían visto la noche anterior. La gente estaba sentada por todas partes, se reían comentaban y casi saltan a la arena. Era una broma para ellos.
- Vuestros asientos son los de allí- señalo unos forrados de tela roja al borde de la pista. Cuándo fueron entrando por la puerta, la chica paro a Lianna sujetándola del brazo.
- Tu eres familia de la chica no?
- Si.
- Siento lo de tu prima.
Y se fue. Lianna se derrumbo en el hombro de Julietta con un llanto silencioso. Se sentaron y ella dejo de llorar con resignación y valentía. Cuando estaba casi del todo tranquila se agarro al brazo de Erika con fuerza y lo zarandeo para llamar su atención, sin palabras.
- Lianna, que ocurre, todo va a sal...
En el otro lado del estadio, pegada a la pared había una mancha de sangre.

Siena estaba sola. De nuevo sola. No había luz, pero ella no la necesitaba. Nada podía interrumpirla ahora. Solo estaba su fuerza y su contrincante. Su vida o la del otro. Solo que esta vez solo moriría ella. La otra tenía que salir con vida. Luchar por los dos. Ser una sola. La luz llega y se da en la cara, un sílfide grita su nombre y no oye nada más que algunas burlas y risas. Pronto cambiaran de opinión. No saben que ella es capaz, que su vida es única. Suena el nombre de Afrodita. Suena el gong. Que empiece en juego.
Siena lleva una especie de camiseta con tela rota envuelta al rededor el abdomen y unos pantalones ceñidos con botas de piel. El pelo recogido en una trenza y una espada en el cinturón. Afrodita lleva la misma ropa que la primera vez que la vieron. Con la diferencia de una sonrisa de autosuficiencia en la cara.
- Que comience la batalla.
Como si les hubiesen dado una orden, los sílfides de toda la sala gritaron. Su campeona no pensó un segundo más y se lanzo contra su contrincante. Hay cosas que cuando empiezan, no sabes si las podrás parar.
Siena veía venir a Afrodita. La veía acercase y cuando solo unos centímetros la separaban de ella se aparto, haciendo que esta se desequilibrara. Cuando la vio aturdida, le cogió el brazo y lo retorció tras su espalda. Eso la sorprendió aun mas y le pataleo las piernas. Pero rápido recupero la compostura y golpeo los brazos de Siena con el codo. Se apartaron unos segundos. Solo unos segundos. Sigue la batalla. Las piernas de Afroditas fueron rápidas a la cabeza de Siena, pero sus brazos las sujetaron y la intentaron tirar al suelo. Uso las alas para mantener el equilibrio. Las batió intentando que Siena volase con ella y tal vez soltarla. Pero Siena con increíble fuerza dio una vuelta entera y la lanzo contra la pared. No llego a chocar porque las alas pararon la caída.
Afrodita paro para coger aire y vio que la chica hacia lo mismo. Apenas llevaban media hora de batalla y le estaba costando más que cualquier otra. ¿Que tenía esa chica? Se notaba que entrenaba pero estaba tan segura de si misma... Afrodita sentía un dolor tremendo en el brazo. Estaba segura de que se lo había roto. También estaba seguro que esto iba a costarle mucho más de lo que había supuesto.
Las chicas mantuvieron la respiración. Lianna se sujetaba a una barandilla al borde de la pista. Tenía los nudillos blancos y los ojos brillando. Erika se apretaba las manos y en su cabeza escuchaba dos voces. Una decía que no estaba todo perdido y la otra que ya habían ganado, que no se preocupase. Un rallo de sol entre la niebla, eso eran esos pensamientos.
- Hola!-dijo tras ella una voz completamente inesperada.
Se giro para ver de quien se trataba. Gaela estaba allí con sus rizos rojizos, sus ojos ámbar y sus faldas hasta los pies. Se sentó en una silla libre y miro la batalla. Había empezado de nuevo y Afrodita tenia a Siena fatalmente amordazada entre sus brazos, pero se soltó con mas fuerza de voluntad que física, porque según el informe del presentados, tenía el hombro dislocado. Se separaron de nuevo y se evaluaron mutuamente.
- Vuestra amiga le está dando lo suyo a nuestra campeona, eh? Bueno, mejor que mejor, es una arrogante, se cree invencible. Las apuestas acaban de tronarse hacia ella, algunos dicen incluso que la matara.
- Eso no pasara, la necesitamos viva.
- ¿Para qué?
- Alto secreto- respondió Pandora con sequedad.
Gaela no volvió a preguntar. Se limito a mirar la batalla con cierta sonrisilla en la cara.
La batalla seguía. Siena estaba cansada y notaba el dolor del hombro y el tobillo. Con la mente nublada intento recordar lo que su madre decía siempre que luchaba entre ellas para practicar. “Busca su punto débil, explótalo; busca el tuyo, no dejes que lo note”. Punto débil de Afrodita. Difícil, muy difícil. El suyo, su impulsividad, pero… el de ella? Su punto débil… Brazos fuertes, piernas fuertes, veloz, buen dominio de la espada, rápida desenvainándola, esquiva bien gracias a que es delgada… Afrodita se lanzo contra ella y no pudo pensar. Se agacho a tiempo e intento darle en las piernas, pero salto rápido y sus manos aprisionaron los hombros de Siena. Grito al notar que le apretaba el roto con más fuerza, o al menos le dio esa sensación. Se levanto e hizo caer a la guerrera de espaldas. Corrió lo más lejos que pudo. Afroditas se sujeto las costillas. Se había roto una, seguro. Siena siguió analizando. Punto débil… débil… delgadez… delgada. Ligera.
Afrodita se puso de pie a duras penas. El dolor se acentuaba en su cuerpo por momentos. Le dolía sujetar la espada, pero no podía arriesgarse a soltarla. Se apoyo contra la pared para respirar. Nunca le había costado tanto una batalla. Menos con una cría de 12 años, no aparentaba mas. Pero ella sabia que las apariencias engañan. Ella sabía muchas cosas. Mantuvo la cabeza fría. La costilla necesitaba ser trataba y el corte de la pierna también. Cuanto antes. Se acurruco unos segundos he hizo que su propio pelo absorbiese se sangre. Así hasta que la hemorragia disminuyo. Se arranco un pedazo de manga y la utilizo para apretarse el abdomen y que la costilla no le doliese tanto. La chica se recolocaba el hombro a si misma entre gemidos y algunos gritos ahogados. La chica era dura, muy dura, más que cualquier persona. Seguramente era uno de esos estúpidos dones de dríades. Intento desenfundar la espada, pero se le resbalo de entre los dedos rotos. No podía agacharse a cogerla, la costilla no se lo permitiría. Tenía que actuar rápido. La chica debía morir ya.
Estaba a punto de perder el conocimiento. El mundo era una mancha borrosa para sus ojos. Siena se derrumbada en el suelo. Busco algo a lo que sostenerse, pero la pared era lisa y no podía moverse más. Tosió sangre. Había algo roto dentro de ella. La idea fue un fogonazo, un simple resplandor entre las tinieblas que ocupaban su cerebro. Casi fue una disminución del dolor. Una forma borrosa, su contrincante, seguramente, se abalanzaba hacia ella. La idea debía ser puesta en marcha, ahora o nunca. Un error era la muerte y la perfección el éxito. Solo que la perfección no existe.
Erika temblaba en su asiento con los ojos abiertos al máximo. Afrodita prácticamente volaba directa a su amiga. Iba a ser un choque fatal para ambos lados. Cuando pensó que todo estaba perdido, Siena comenzó a correr. Iban a chocar sin remedio. Iba a ser horrible. Metros. Erika podía ver la sangre en el suelo. Un metro. Oía los gritos de dolor de Lianna. Centímetros. Su corazón roto. Cerró los ojos para no verlo y se sintió cobarde. Los abrió. Todo estaba cambiado. Un segundo que lo había cambiado todo. El brazo de Afrodita se veía entre los de Siena, que giraba sobre si misma a gran velocidad. Cuando soltó a Afrodita, voló unos segundos con ella hasta caer en el suelo, sangrando. Se puso en pie a tiempo para ver a su contrincante golpeándose contra la pared y cayendo al suelo sin sentido y todos los huesos rotos. Perdía sangre por momentos. Se dirigió a ella, tambaleándose, llorando de dolor, de alegría, de orgullos y de miedo todo a la vez. Cuando tuvo a su ex-contrincante a sus pies dijo:
- Te perdono la vida, pero limítate a venir con nosotros- y cayo a l suelo inconsciente.
El estadio entero prorrumpió en gritos de orgullo por su nueva ganadora. La gente la animaba, gritaba su nombre, intentaban tocarla los más cercanos. Era una nueva leyenda.
Las chicas saltaron a la arena y corrieron hasta sus amigas. La abrazaron por turnos, luego todas a la vez. Lianna lloraba. Los camilleros se llevaron a las batallantes y las chicas les siguieron.
- A partir de aquí, no tenéis permitida la entrada- les dijo uno al llegar a una puerta blanca.
Porque? Que le van a hacer?- Lianna no soltaba la mano inerte de su prima,
- Operar.
Lianna grito pero un guardia la sujeto mientras se llevaban a las luchadoras. Una chica con aspecto de enfermera, con una gran túnica blanca y una trenza amarillenta les ofreció comida y bebidas, unas infusiones tranquilizantes y algo de compañía. El mero olor de las hierbas les relajo.
- Que les van ha hacer?- Lianna estaba nerviosa a pesar de todo.
- Curarles, no debes preocuparte. Pero no se permite que vosotras paséis, los doctores necesitan tranquilidad. En unos momentos os dejaran pasar y podréis verlas. Pero tardaran un poco en despertarse. Estarán sedadas un par de horas y lo que les dure el sueño. Pero seguro que esta noche hablareis con ellas. Ahora decirme, ¿como lo ha hecho? Ella es joven, de constitución débil y no parece entrenada…
- Lo está, es fuerte y emocionalmente preparada.- Lianna no menospreciaba a su prima, jamás.
La chica no pregunto nada más y estuvo callada hasta que se fue. Lianna busco una ventana, una puerta, algo que le recordase el exterior y que le hiciese pensar que no esa habitación no era una especie de prisión. Pero la puerta estaba cerrada y la mísera rejilla del techo no era digna de llamarse ventana. Poco a poco el cuarto se transformo en una celda para ella. Respiraba con dificultad y el corazón iba lento. Iba a estallarle la cabeza en cualquier momento. Tenía calores y le dolía la cabeza. La puerta blanca se abrió poco a poco para dejar pasar a un sílfide.
- Ella está bien, podéis pasar a verla.
Corrieron dejando a la sílfide atontada en el umbral. Siena estaba tumbada en una cama pequeña blanca. Con la misma ropa sucia de antes cortada por algunos lugares. Vendada y el pelo manchado del sangre y algo transparente y pegajoso. Allí estaba su nueva campeona. Allí estaba. Frágil, delicada, débil. Dormida y sedada. A merced de la vida. Lianna le cogió la mano y sonrío. Siena. La alocada Siena. De las muchas tonterías que había hecho, esta se llevaba la palma. Afrodita estaba cerca, también dormida. Ya podía ser una buena guerrera, porque lo que habían hecho por conseguirla era demasiado. Seguro que algún otro sílfide les habría acompañado de buena gana. Pero ellas querían al mejor. Su misión lo merecía. Ahora eran casi invencibles. Casi. Erika se sentó en el sofá de la sala. Siena iba a despertarse en unas horas, Lianna era feliz, podían descansar, tenían al mejor guerrero el reino sílfide a su disposición. Cerró los ojos con una sonrisa en la cara y su respiración se torno regular y constante.

Gritaba. Golpeaba cosas y gritaba. Nada la paraba, nadie se interponía en su camino, además, ¿quién se atrevería? Gruñía a cualquier persona que se acercase lo bastante para escucharle.
- ¿Que entendéis porque no lleguen al reino sílfide? ¿Acaso sois estúpidos? ¿¡Es que os pueden unas niñatas de catorce años?! ¿No podéis con ellas? ¿Tan inútiles sois?
Hirabaa temblaba de pies a cabeza. Presentía lo que se le venía encima.
- Señora, por favor, es difícil, casi imposible... denos otra oportunidad...
Se calmo de pronto. Pero era una calma extraña, como la brisa antes de la tormenta. Se acerco a Hirabaa, con su largo cabello oscuro ondulando tras ella. Abrió las enormes alas grises al máximo. Sujeto a Hirabaa por la barbilla, clavando sus uñas en la piel, haciéndole sangrar.
- ¿Otra oportunidad? ¿Otra? ¿Cuántas has tenido ya? ¿Dos? ¿Tres tal vez? Sabes que no soporto- las lagrimas de la chica empapaban sus manos- la gente que te promete cosas, exige y vuelve a prometer. Es algo que realmente odio mi pequeña amiga. Detestable, ¿no te parece? Niña mía. Querida, me estoy dando cuanta... e que tu eres una de esas personas.
Soltó a Hirabaa y cayó de rodillas. Los segundos estaban contados.
- ¡¡No por favor!!- suplico a voz de llanto- no, no por favor, porfa...
Un simple gesto de la mujer y su cuerpo inerte reboto en el suelo. La expresión de su ultima suplica quedo grabada en el rostro muerto.
- Llevaos el cuerpo de aquí- ordeno a los compañeros de la difunta- y decídselo a sus padres.
Mientras se llevaban el cadáver la asesina se dirigió a su cuarto y se sentó en la cama. Soltó su espesa coleta oscura. Resbalo por su espalda, entre las alas. Lo peino con delicadeza, con cariño.
- No sabias con quien os estáis metiendo, niñas mías, no tenias ni idea.

Siena despertó cuando la noche estaba muy entrada. Intento moverse pero noto el cuerpo tan pesado que no fue capaz. Le dolía la cabeza, el brazo, el tobillo, el hombro... todo el cuerpo. La luna decreciente apenas iluminaba el cuarto. La poca fuerza que tenia, la utilizo en mover la cabeza en otra dirección. Allí estaban. Sus amigas dormidas en los sofás. Y Afrodita. No parecía tan prepotente como antes, sino delicada, vulnerable, débil. Cuando intentaba recordar cómo es que estaba ella allí Afrodita abrió los ojos. Las dos miradas chocaron de nuevo. Pero esta vez no había odio en ninguna mirada, ni miedo, ni nervios. Solo se miraron.
- Como... lo has... hecho- le costaba hablar a causa de los sedantes.
- No tuve miedo, confié en mi fuerza.
Afrodita cerró los ojos de nuevo y volvió a caer dormida. Siena cerró los ojos también, con una gran sonrisa de satisfacción en la cara.
Se despintaron una por una, la primera fue Arika. La luz del sol fue la culpable de que pesadamente consiguiese abrir los ojos. Se atuso el pelo y se froto la cara. En una mesa lejana estaba posado un gran cuenco de fruta de colores vivos. Se levanto y cogió la más grande que encontró, una manzana roja. Sus dientes rompieron la pulpa y la enviaron a su estomago. Volvió a sentarse. La siguiente en abrir los ojos fue Julietta. Prácticamente se lanzo a la fruta.
- Buenos días- le dijo al pasar cerca de ella.
- Buenos días- Julietta bostezo- cuando crees que podremos salir que aquí?
- Ni idea, la chica dije que en un día estarían completamente recuperadas. Creo que mañana podremos huir- bromeo- pero quiero aprovechar para poder buscar suministros e informarnos con lo que nos vamos a encontrar en el reino Élfico. Si alguien tiene que volver a luchar, creo que nos saldrá mejor secuestras a uno.
Julietta se rio. Poco a poco, la sala se fue llenando de voces, risas, canciones incluso. A medio día Siena caminaba y la magia hacia efecto rápido en ella. Su hombro recuperaba su forma original, su poco color volvía a las mejillas, su pelo brillaba de nuevo... Afrodita seguía en la cama, mirando a sus nuevas compañeras de viaje. Nueve niñas. Como habían llegado al reino sílfide, un misterio. Que hacían en ella, una duda. Les preguntaría, sabría a que se enfrentaba y haría esa misión con ellas. Así de fácil. Luego volver a luchar.

-¡¡Simplemente, me niego en rotundo!!
Siena salió del probador vestida con un corsé. Un corsé dorado con una falda larga, azul, y un cinturón verde metálico.
- Pero debes hacerlo, es el atuendo que llevan las personas que han vencido a un guerrero. El corsé el casi irrompible y la falda mantiene el calor corporal es cómodo y...
Afrodita se quedo con la palabra en la boca cuando Siena le puso una mano en los labios.
- ¿Sirve para correr por el bosque? No. Mantiene el calor eh... vale, eso está bien.
Sin pensarlo mas, agarrón un lado de la falda y la arranco de cuajos del corsé. Esta cayó al suelo revoloteando entre sus piernas. La aparto de una patada delicada. Se quedo solo con la ropa interior dríades esa especie de pantalón ceñido con cordeles para evitas que se moviera. Cogió un pantalón que ya había llevado antes y se los puso. Cogió una camiseta el montón y se la puso sobre el corsé. Este era una prenda dorada de metal, con costuras a los lados de la cintura y en la espalda alta entre las alas. La parte del pecho era más bien elástica, pero Siena no necesitaba mucho. Ella era una chica de constitución débil y poco pecho. Aunque nunca se preocupaba demasiado por su físico o ser una chica atractiva, que lo era, con esos enorme ojos que eran capaces de haber que cualquier chico se quedase pendido de ellos. Siena cogió la falda y la doblo y redoblo hasta que cupo en la bolsa de viaje.
- ¡¿Estás loca?! ¡¿Sabes todo lo que cuesta este traje?! Solo se lo ponen las personas que han ganado a un sílfide en una batalla y eres la primera en muchos años.
- Pues muy bien, pero esto no me sirve para lo que quiero hacer. Además da igual.
Afrodita seguía con la boca abierta mirando a Siena. Con todo el descaro de los dos mundos, Siena paso ante a Afrodita y con un gracioso golpe de cabeza le golpeo con las puntas del cabello. Esta puso cara de tantearse romperle la nariz. Pero el reglamento del guerrero no se lo permitía así que estoicamente se resigno a soportas las sonrisas burlonas de las chicas.
A la mañana siguiente, salieron del Centro de Lucha con la guerrera en cabeza. El reino sílfide era grande, pero si se daban prisa estarían en el rio Resare antes de que la noche cayese. Caminar por las calles era agradable, se respiraba la tranquilidad. Andaban a paso ligero, pero tenían tiempo de apreciar lo increíble de algunas estructuras arquitectónicas, fuentes, personas... El reino sílfide recordaba a una gran ciudad medieval donde los edificios se aglomeraban unos con otros donde no había apenas sitio para las calles. Los sílfides las miraba la pasar, más de uno paro a Siena para darle la enhorabuena por su merito. Afrodita bajaba la cabeza cada vez que alguno le preguntaba como una chica como esa le había ganado. Erika pensó en lo repulsivo de la situación tanto como en lo extraño. Siena era famosa por casi matar a una persona. Por casi matar, por privar a sus seres queridos de ella, por hacerles sufrir. Por hacer daño a esa persona. En eso ese mundo se parecía a la Tierra. Los humanos se matan unos a otros solo por ellos mismo, sin pensar en lo que hay detrás de esa persona, los cientos de vidas que están unidas a una sola. Los seres eran así, se odiaban unos a otros como para quitarse lo más preciado que tenían. La vida.
El rio Resare era muy ancho, lo bastante para que no se pudiese cruzar a nada, pero no para que un barco lo cruzase. Un enorme puente de madera estaba preparado para que cualquier se que quisiere atravesarlo lo tuviese fácil. Pero al otro lado del puente, estaba apostado un elfo, alto, delgado, pálido, guapo, con los ojos alargados mirándoles fijamente. El impuesto para pasar al otro reino era muchas cosas menos barato. Un robo, un timo, una bestialidad, si, pero barato, no. El elfo les siguió con la mirada mientras se acercaban. Con la mirada fija en ellas, les pregunto qué querían.
- Pasar al Reino Élfico- respondió Afrodita.
- Son 35 Corones por persona.
Las dríades abrieron mucho los ojos. No tenían tanto dinero ni de broma. El dinero que tenían era más bien poco. Pero Afrodita tuvo un plan B listo desde que puso un pie en el puente. Se entre los pliegues de su falda larga, saco una bolsita que paso al elfo con disimulo. Este abrió la puerta de la ciudad. Sorprendidas, entraron a la ciudad. Desde lejos, el reino Élfico no era más que una gran cadena montañosa. Pero de echa se veían los millones de cuevas que formaban la gran ciudad subterránea. Por dentro era algo imposible. Miles de calles, casa, adornos en la pared... en la roca. La ciudad en si estaba dentro de la montaña. La ciudad era una montaña. Los elfos corrían por las calles, caminaba, compraban, entraban en cuevas. La ciudad Élfica rezumaba actividad.
- ¿Porque el elfo nos ha dejado pasar? En la bolsa no habi tanto dinero.
- Los elfos son ambiciosos, avaros y siempre quieren más. Todo el dinero que le hubiésemos dado habría ido a las reservas reales de las Tierras Oscuras. Eso que le di era para él, para que nos dejase pasar y se callase la boca. Así de fácil- Afrodita mantenía esa expresión neutral.- Un poco de dinero y ya no tienen problemas con ellos.
- Como los políticos de la Tierra- susurro Erika.
- ¿Qué?-pregunto Lianna.
- Nada, nada- le saco importancia con un gesto de mano.
Siguieron caminando. En una plaza redonda, un grupo de elfos, sobre todo niños, habían formado un círculo alrededor de dos elfas de largos cabellos rojos, con aspecto de ser hermanas, que cantaban canciones. Voces melodiosas, dulces, atrayentes... Voces por las que cualquier cantante de la Tierra habría vendido su alma. Justa cuando pasaban ante ellas, Korah se giro sorprendida.
- Escuchad la canción, la conozco... habla de nosotras.
Todas se frenaron el seco. Los instrumentos de un trió de chicos sonaban con ritmo. Una especie de flauta, un arpa grande y una cosa parecida a un piano.
Las dos elfas comenzaron la canción:
Hay una historia que habla de magia,
Hijos del fuego, escuchad mi palabra.
Almas sin corazón, oscuridad por sueños,
Sin amor, obedecen a sus dueños,
Mataran sin miedo a su dolor,
El fuego, ya no será su ardor.
Los llaman Almas Negras,
Acechan a vuestros hijos
Mataran por todos los caminos.
Hay una historia que habla de magia,
Hijos el fuego, escuchad mi palabra.
Llegaran resguardadas por los muertos,
Ellos ya la puesta han abierto,
dríades que han perdido las alas,
hijas de la noche y la mañana.
No estarán solas, la amistad les acompaña,
los elementos van a la batalla.
Alguien de cada raza, en su empresa las ayuda
ellas son la salvación de todos.
Hay una historia que habla de magia,
hijos del fuego escuchad mi palabra...
Bailando por el círculo de gente, acariciando las caritas de los pequeños, haciendo volar sus cabellos y las cintas que rodeaban sus muñecas. Las chicas escucharon con atención. Esa canción cantaba sobre las Liberadoras. Esa canción era la esperanza para los elfos. Tal como le oyó decir una madre a su niña.
- Los elfos siempre hemos sido un blanco para los dríades malos, mi cosita, y esas dríades buenas nos van a salvar.
- ¿Como mami, como lo harán?- le brillaban los ojos.
- No lo sé, niña mía, no lo sé, pero lo harán, confiamos en ello.
Erika tuvo ganas de llorar. Confiaban en ella. ¿Cuánta gente más confiaba en que todo saliese bien? ¿Cuánta gente se engañaba diciendo que todo saldría bien al final? Ella no podía con toda esa responsabilidad, pensaba. Y aun así, se decía a si misma que si había una entre un millón de conseguirlo, no iba a esperar que la suerte se pusiese de su lado, la suerte se pone del lado de las que lo buscan. No, ella iba a hacer que esa una llevara su nombre escrito.
Se metieron en una callejuela. Afrodita las miraba con los ojos abiertos.
- ¿Quienes sois vosotras?
Tras oír la canción, la mente se le había despejado, comprendía cosas. Esas chicas eran algo más que mensajeras. Pero, ¿hasta qué punto eran importantes, que querían de ella?
- Creo que después e oír esa canción, tiene muy claro quiénes somos- respondió Korah.
Afrodita se apoyo contra la pared de piedra. Tenía claro quiénes eran, o si. Tenía delante a la esperanza del mundo. En un mundo donde ya no hay esperanza. Y casi mata a una.

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