jueves, 2 de febrero de 2012

Capítulo 5:

Capítulo 5: Luces en el Castillo

Unas horas antes de su ida, Morgana le entregó a Erika una bolsita de terciopelo oscuro.
- No la abráis hasta estar seguras de que nadie os está observando.
Todas estaban perfectamente seguras de que es lo que había dentro, pero nadie hizo ningún comentario.
Llegaron al atardecer. El sol se ponía cada vez más naranja y el ocaso rozaba ya por el horizonte. Poquito a poco, las estrellas iban recubriendo el cielo. El castillo era casi dos veces el colegio. Los tejados eran del mismo tono que las hojas que recubrían todo el bosque circundante. Los camilleros del barco llamaron a la puerta. Los músculos de Erika se tensaron repentinamente. Claro que deseaba ver a su madre, aunque no estaba segura de ser capaz de mirarle como a lo que era. ¿Qué iba a hacer, entrar ahí y darle las gracias a sus padres por haberla separado de su hermana y mandarla a vivir en un mundo de seres superficiales donde nadie llegaría a apreciarle nunca? Suspirando, se quedó expectante. La puerta comenzó a abrirse. Se quedó sin respiración. La mujer que se encontraba al otro lado era alta, delgada y de cabello color miel. Tenía los ojos brises, como lo de Alhelí y la piel sonrosada. Iba vestida con una sencillo vestido oscuro con pequeñas perlas que caían atadas por hilillos invisibles. En cuanto vio a Alhelí se tiro al suelo y la abrazó.
- Oh, Gaia, no me lo creo, llevadla a la enfermería, bajaré en seguida. Le pasaré aura en nada.
Mirando cómo se llevaban a la mujer hacia los pasillos posó su mirada en las dríades que había en su puerta.
- Supongo que queréis cobijo. Hay una habi...
Pero su voz se acalló cuando se cruzó la mirada con la de dos gemelas. Apenas pudo decir un ahogado “oh...”.
Arika y Erika miraron a Talissha. Por fin, Arika habló.
- ¿Mamá?
Tras tantos años separadas, años de incertidumbre, miedo y misterios, la familia se unió de nuevo.
- ¿Arika, Erika... sois vosotras?
Los ojos se le llenaron de lágrimas y se lanzó hacia ellas, las abrazó y les llenó de besos. Ella respondieron al abrazo y unas finas lágrimas de felicidad resbalaron por sus caras. Talissha acarició el pelo de sus hijas.
- No me lo creo, no me lo creo, pensé que no os vería hasta dentro de tanto tiempo... Pero, como, ¿cómo habéis llegado hasta aquí? Es que, sois tan jóvenes, y tan mayores, no me lo creo, cuando os vi por última vez-un sollozo rompió su voz- erais tan pequeñas, tan bonitas, tan delicadas... Os habéis convertido en unas chicas preciosas. Vaya, pero, ¿cómo os encontrasteis? ¿Por qué estáis ya juntas?- Talissha se hacía preguntas en voz alta mientras caminaba de un lado al otro del palacio, con las dríades siguiéndole a paso ligero. Entró en una habitación en la que solo había una silla que miraba por la ventana. En ella había sentada una persona... sin alas.
- Nathan. Mira quien, quien ha venido.
El hombre que leía un libro les miró con unos grandes ojos castaños. Poseía un pelo rubio brillante y piel blanca. Miro primero a su esposa y luego al séquito que tenia detrás.
- Son ellas- la voz de Talissha sonó fuerte y a la vez delicada.
- Ellas...
- Hola papá- dijo Arika, la cual tenía una sonrisa en la cara empapada de lágrimas. Las abrazó con tanta fuerza que les hizo daño y apenas les dejo respirar. Cuando se separaron les miro, a cada una. Erika sonrió también. Se había puesto a llorar. Y hacia tiempo que no lloraba por un motivo feliz. Les acarició el pelo y se dirigió a su mujer.
- Pero, dijiste que tendrían 20 años o así. Son jóvenes, y ¿no se supone que están en peligro?
Talissha no quiso responder.
- Tengo que ir a la enfermería, han traído a mi hermana, está graves. Enséñales el palacio- y desapareció en el aire.
Nathan se quedó delante de sus hijas, las que no había visto en 14 años, y las otras niñas que estaban con ellas.
- Apenas me creo que estéis aquí. Pero seguidme, voy a enseñaros esto.
Les hizo un gesto con la mano para que le siguiesen. Nathan se sentía como si aquellas chicas hijas suyas fuesen unas completas extrañas. Lo que sí sabía, es que ahora formaban parte de su vida.
Los pasillos del palacio estaban vacíos. Pero las habitaciones eran otro cantar.
- Este cuarto está inundado de agua, dentro viven sirenas. Aquí acogemos a todo tipo de seres- dijo al ver la cara de sorpresa de las niñas-¿queréis echar un vistazo?
Las chicas no se lo pensaron más y dijeron que sí al unísono. Con una sonrisa, Nathan abrió la puerta. El cuarto era una gran laguna con vidrieras de colores. En unas grandes rocas en la parte central había sentadas unas mujeres de largos cabellos coloridos, que llevaban una ropa parecida a unos bikinis algas y escamas. Pero no tenían piernas, tenían colas. Colas de pez brillantes, de colores vivos y muy largas. Estaban riéndose y salpicándose unas a otras, zambulléndose en el agua y sacando algas y conchas que se pegaban en el pelo para adornarlo. En cuanto escucharon la puerta, todas las miradas se dirigieron allí a la vez.
- Nathan, mirad chicas es Nathan, y viene con unas chicas muy raras, miradlas-la sirena que parecía la jefilla del grupo se acercó nadando y emergió del agua con el pelo pegado a la cara.
Erika miraba los ojos del ser. Pudo ver un extraño brillo, como cuando a un niño le ponen un caramelo en la cara y sabe que tendrá que luchar para cogerlo. Su voz era dulce y aterciopelada, con cierto matiz inocente. Pero muy falsa, como miel pasada que sabe a limón.
- ¿Quiénes son estas niñas tan bonitas Nathan, nuevas visitantes? Parecen dulces-se relamió los labios lentamente.
- Búscate otra presa, Lavira, estas son mis hijas.
Lavira hizo un gesto de decepción y se fue de nuevo buceando con sus amigas. De un coletazo, empapó a las chicas.
- Será...-murmuró Pandora sacudiéndose el pelo.
Lavira se reía con sus amigas sirenas. Nathan indicó a las chicas que saliesen.
- Nunca os acerquéis a una sirena. Al menos no lo bastante como para que os lleve la manos al cuellos, os ahogue en el agua y vuelva con sus amigas a reírse de lo que acaba de hacer. Son unos seres traicioneros y malvados que no sienten remordimientos. Estos os van a gustar un poco mas-abrió una puerta no muy lejos de la que acababan de dejar. Dentro no había agua, pero si un bosquecillo en miniatura.
- Las ninfas son más tranquilas y no les gusta matar gente. Aunque son un poco activas.
Las ninfas eran difíciles de ver, o eso habían estudiado, pero no que fuese imposible.
- Venga, soy yo, no voy a haceros daño. Ellas tampoco.
Por fin, una pequeña hadita, con alas de ámbar y la piel verdosa se separó del tronco en el que estaba. Apenas le llegaría por encima del tobillo a cualquiera de los allí presentes. Erika alargó la mano hasta la mujercilla y esta se posó en ella. La acercó a su cara. Se puso a acariciarle la piel y el pelo. Las otras ninfas se acercaron al grupo. Comenzaron a volar en círculo. La que la chica tenía en la mano se unió al vuelo. Hicieron cabriolas en el aire y volaron entre las chicas. Una se acarició en pelo a Calhina y otra la nariz a Lianna. Luego se fueron volando al bosque y siguieron su danza entre los árboles.
- Les gustáis, son felices. Vamos.
Pero no les dio tiempo a ver más, porque cuando salieron, Talissha les esperaba en la puerta. Estaba un poco pálida, pero por lo demás parecía feliz.
- Está bien, sobrevivirá, aunque necesita descanso. Nathan, lleva a las chicas a los cuartos de invitados, los de honor, que les lleven todo lo que necesiten. Luego ve a la biblioteca. Niñas, mis niñas, seguidme.
Arika y su hermana se miraron y miraron a sus amigas. No les gustaba mucho la idea de separarse de ellas. Pero las miradas de reconformación y el aspecto de necesitar descansar que tenían les convencieron. Por un momento, Arika se pregunto si ella tendría en mismo aspecto, pero pronto alejó esos pensamientos de su mente. Tenía otras cosas en las que pensar. Su madre (no se acaba de acostumbrar a esa palabra, le sonaba ajena) les llevó a una sala. Una sala llena de libros. No se veía ni un rincón de pared, había libros por todas partes. En el suelo, sobre la alfombra estaban unos sofás de aspecto cómodo. No pudieron resistir más y se sentaron. Tenían hambre y estaban agotadas. Talissha se sentó a su lado.
- Que sabéis de vosotras.
- ¿De nosotras?-no entendieron la pregunta.
- De vuestra condición de Liberadoras, de vuestra misión, de vuestras amigas y vuestro viaje.
- Poco, muy poco. Sabes que necesitamos un sílfide, un elfo, un humano y los Regalos.
- Antes no se llamaban así.
- ¿Los Regalos?
- No. Se llamaban Kayabis, que significa “enviado por los grandes desde el cielo”. Nadie sabe cómo llegaron aquí. Pero os debe quedar claro que son objetos peligrosos con los que es mejor no jugar. Ahora retrocedamos en el tiempo.
Talissha hizo un gesto de manos, y ante ellas apareció una imagen algo translúcida del mundo Feérico.
- Hace mucho tiempo, antes de que naciese la abuela de mi abuela, mucho antes, el mundo vivía en paz. Una paz perfecta, que nadie rompía. Los seres eran felices. Esparcidos por el mundo estaban los Kayabis. Las razas los guardaban con recelo, pero sin miedo a que los robasen. Nadie conocía aún su poder. Solo estaban seguros de que eran muy poderosos y de que no debían caer en malas manos. Los Elementos que los guardaban correspondían a las razas del mundo. Todo era bello. Bello y perfecto, había paz. Pero solo conocían cuatro y resultó haber cinco. Cada uno correspondía a un elemento, por lo que nadie supo que haría el otro. Nadie se interesó por él, nadie excepto una chica muy joven, que trabajaba en el Consejo. Ellos, como guardianes de un Kayabis, tomaron la decisión de enviar a alguien a buscar el Kayabis perdido. Y les convenció para que la enviasen a ella. Una chica simple y de baja familia, sin mucho dinero cuya vida dependía de trabajar, nadie importante. Nadie sabe dónde ni cuándo lo encontró. Solo se sabe que después volvió, pero no les entregó el Kayabis. Sabía para que servía y, lo peor de todo, como hacerlo funcionar. La Luna Oscura, como la había bautizado era un Regalo cambiante. La chica pudo escoger entre el bien y el mal. Y escogió el mal. Una elección que le costó la vida a mucha gente. Una mala elección. La Luna Oscura se llenó del alma ambiciosa y el poder maligno que la joven emanaba. Mató a sus padres y huyó lejos, muy lejos, a reclutar un ejército. La chica de nombre Seena, tuvo en sus manos el poder de la elección que mucha gente desearía. Y se bautizó a si misma como Alma Negra. Utilizaba la Luna Oscura contra todo aquel que se le opusiera. Su ejército crecía y crecía. Ampliaba su terreno a una velocidad alarmante. Cada vez más y más gente se doblegaba ante ella, y los que no los hacían, caían bajo el poder la Luna Oscura. Pero el consejo no iba a dejar las cosas así. Todos los portadores de Kayabis se reunieron. A pesar de que su ejército no era tan grande como el de Seena, era igual de poderoso. Tras una batalla que duró varios días, Seena, la mujer que había estado tantos años en el poder cayó a los pies de sus antiguos jefes. Pero se escapó y juró una venganza inmortal a todos los que poseyesen un Kayabis. Luego, se corrió el rumor de que una niña con una estrella de ocho puntas traería unas gemelas capaces de destruir a La Gran Guerrera. Pero serían medio humanas. También se sabía de desapariciones y muertes por todas partes. La gente temía que Seena hubiese vuelto. Luego todo cesó de repente. Las historias de los Kayabis, las desapariciones y muertes y todo el miedo acumulado. Pero nadie quería reinar aquí, en el Reino Dríade. Los hijos de la tierra habíamos sido los causantes de la guerra que también había afectado a otras razas. Pero entonces el tiempo pasó y, aunque no le devolvió la vida a nadie, si que devolvió un recuerdo de la paz que antes había. La gente pensaba que ya nada pasaría, que Seena había muerto ya. Pero no era así. Las almas de todos los muertos buscaban venganza, buscaban la muerte de la persona que había causado la suya. Entonces nacieron las Liberadoras. Su misión seria librar al mundo de Seena la Malvada, y liberar a las almas de las cadenas que la Luna Oscura había creado cuando los mató. Unas cadenas que les proporcionaban un encierro eterno en el Mundo de los Muertos, sin poder volver a este. Y quieren volver para decir las cosas que nunca dijeron. Debéis matar a Seena para salvar las almas. Los mercenarios de esta si no se arrepienten, deben morir también. Seena prepara un renacer. Vendrá con más poder que nunca y recuperará todo lo que antes tenía, excepto si alguien la detiene, esas sois vosotras. Y vuestras amigas. También las personas de otras razas que os acompañaran.
Su madre hizo un nuevo gesto de mano y la imagen desapareció. Lo habían visto todo. A Seena de joven, la Luna Oscura, las muertes, las almas encerradas...
- Somos una especie de... vengadoras.
- No, la venganza no sirve de nada, si no les mató con la Luna Oscura no necesita que los salvéis ni liberéis. Entendedlo. Ahora hablemos de las chicas que os acompañan. Han de cumplir las siguientes condiciones. Una no necesitará más que su mente para cambiar el mundo a su alrededor.
- Pandora, mueve cosas con la mente- Arika apenas tuvo que pensar.
- Perfecto. Otra podrá estar ahí sin que nadie lo sepa.
- Lianna, se hace invisible- respondió.
- Otra de ellas debe ser capaz de defenderse del mal físico.
- Siena, está claro, es muy fuerte-esta vez habló Erika.
- Otra será capaz de cambiar la opinión de la gente mientras camina.
- Julietta hipnotiza con el lenguaje corporal.
- Otra debe poder hablar con seres que no sean dríades.
- Calhina, si quiere puede ser una animal, en el buen sentido.
Su madre sonrió.
- Otra no necesitará más que mirar a alguien a los ojos para saber que está arrepentido.
- Savannah lee miradas.
- Y otra es capaz de ver más allá.
Esto les costó un poco más.
- Korah ve a través de las cosas, pero no sé si eso es ver más allá-respondió Arika pensativa.
- Lo es. Bueno, y de las otras razas dice que son exactamente lo que deben ser. A eso no sé qué decir.
- Lo sabremos en cuanto lo tengamos delante, estoy segura.
-Pues eso es todo. Aunque hay algo, esto estaba en la puerta del castillo cuando nacisteis- se levantó y voló hasta el techo de la biblioteca. Con mucho cuidado sacó un paquete de un metro más o menos y lo devolvió a tierra firme. Lo extendió en el suelo y los desenvolvió. De dentro de la tela anudada sacó un espada de metal brillante y un arco de plata con un hilo dorado. Luego vieron en carcaj con flechas de algo parecido al bronce con plumas de colores- Erika manejará la espada y Arika el arco, vuestros nombres están escritos en cada arma-se las dejó en las manos a sus poseedoras.
Erika apartó la espada todo lo que pudo de ella. Ella no controlaba espadas. Ella era pacifista y era de no a las armas. Tembló un momento y su madre se la enganchó en el cinturón, luego le puso una funda purpura. Arika acariciaba la cuerda del arco. Nunca había utilizado uno, pero sí que había visto a Siena en posesión de uno. Recordaba como las flechas se insertaban sin piedad en la corteza de los árboles y la carne de las manzanas que algún atrevido se ponía sobre la cabeza. Sintió un estremecimiento.
- Yo, yo no sé controlar nada de esto- Arika miraba el instrumento en sus manos- no sabemos cómo utilizarlo.
- Aprenderéis.
Nathan entró en ese momento por la puerta. Se acercó a su familia. Familia. Como echaba de menos esa palabra. Y a sus hijas. Apenas la conocía y las quería. Que rara la vida.
- Sus amigas están ya en los cuartos. Lo mejor será que vosotras también descanséis, os hace falta.
- Yo llevaré a Arika, acompaña tú a Erika cariño.
El asintió y se acercó a su hija. Estaba delante de los estantes de la biblioteca y miraba un libro bastante gordo en el que se leía “Kayabis y consecuencias”.
- ¿Crees que mamá se enfadará si me lo llevo?
Le sonrió y le acarició el pelo.
- Por supuesto que no, coge los que quieras.
Ella lo sacó y se puso a ojearlo, pereció encontrarlo interesante.
- ¿La echas de menos?-preguntó de repente.
- ¿A quién?
- A la Tierra, a lo tenías allí. El mundo, tu mundo.
Nathan se vio pillado por sorpresa. Nunca estaba seguro si prefería la tierra a aquel bello pero peligroso mundo.
- Depende.
Se pusieron a andar.
- ¿De qué?
- De todo. Echo de menos los perros y gatos, yo tenía unos cuantos en casa. Pero aquí hay algunos animalillos divertidos. Echo de menos a mi familia, pero con tú madre soy muy feliz, además aquí todos pertenecen a la gran familia del Castillo. Este mundo es más bonito, pero echo de menos los largos paseos por el bosque a los que iba con mi madre.
Llegaron a una puerta grande de madera con pequeñas piedrecitas incrustadas.
- Y echo mucho de menos a tu alocada tía Allyson, era graciosa.
-Créeme, lo sigue siendo.
Ambos sonrieron y el padre abrazó a su hija.
-Que tengas una buena noche, preciosa.
Erika sonrió.

El baño era grande. Era enorme. La habitación lo era aún más, pero el baño era algo tremendo. La bañera ocupaba solo una parte y tenía el tamaño de una piscina. Erika se llevó sus cosas allí e hizo que la bañera se llenase de agua. Unos botes de cristal con formas extrañas estaban en el borde. Se leía en pequeñas etiquetas de tela para que servían y de que estaban hechos. Cuando estuvo lo bastante llenas, se tiró al agua sin quitarse nada. En el barco la bañera era muy pequeña y apenas se había podido lavar bastante. El agua era cálida y su olor recordaba al de la menta. Buceó y volvió a salir. Se quitó la camiseta y el pantalón vaquero. La ropa interior se la dejo puesta, aunque no supo porque. Los zapatos fueron más difíciles de quitarse. Cogió uno de los botes en el que ponía “Jabón para el pelo: jazmines, violetas y polvo de rubí”. El aroma le recordó al que ella utilizaba en la tierra. La última vez que se había lavado la cabeza allí fue la mañana en donde empezó todo. Le daba la sensación de que habían pasado siglos desde que vivía con su tía, era una chica más, dormía en una cama normal y no tenía que preocuparse porque el destino del mundo estuviese en sus manos. El tiempo en el que su tía Allyson le preparaba tortitas por la mañana y le contaba que sus padres murieron en un viaje alrededor del mundo y que ella había flotado hasta un pueblo cercano, o que sus padres se habían muerto cuando era muy pequeña para defender la casa de los ladrones. Ahora sabía que sus padres estaban vivos, bajo el mismo techo que ella. Se aclaró la cabeza bajo una pequeña cascada que salía del techo. En otro bote ponía “Alisante: fresas silvestres y hojas de azmates con aceite de kiyon”. Era de tacto suave y los nudos se deshacían sin que hubiese que pasar un peine. Se lo dejó un rato y volvió a bucear para sacarlo. Estar allí sola le daba tiempo para pensar. Pensar en Lillith. ¿Sabrían en la Tierra que ella había muerto? ¿Qué habrían dicho para tapar su desaparición? Pandora se había contado que las dríades de la Tierra vivían en unos refugios en los bosques donde se encargaban del dinero, el alojamiento, los amigos y el trabajo. Se imaginó a una dríade fingiendo ser humana diciéndole al director del instituto que su alumna Jessica se había ido para no volver. La echaba de menos, mucho. Echaba de menos su forma de reír, su pelo liso ondeando tras ella si hacia viento y el sonido de su voz. Esa voz cantarina que acariciaba el viento cuando hablaba.
- ¿Es difícil volar?-le preguntó cierta vez.
Y ella se había reído con aquella risita inocente que recordaba a las hojas cuando golpeaban unas contra otras.
- Como andar- había sido la respuesta.
Dos lágrimas resbalaron por su cara. En la vida había pensado que pudiera llorar tanto en tan poco tiempo. A ese paso, no le quedaría agua en el cuerpo. Eso le recordó que tenía hambre. Hambre y sed. Salió del agua y se secó con una toalla muy suave. Se vistió con otra ropa limpia y seca. Se puso una sudadera azul con dibujos violetas y unos vaqueros negros. Unos tenis del tono de la sudadera y listo. Era casi divertido ver como la ropa se hacía grande o pequeña al antojo de Erika. Salió a buscar la cocina, o el comedor, o alguien que le dijese dónde encontrar cada cosa. Se encontró con una dríade bajita, que tendría su edad o menos.
- Hola, ¿podrías decirme donde está la cocina?
La niña sonrió y le dijo que sí.
- ¿Eres del grupo de las hijas de Talissha?
- Sí-aunque no estuvo segura si decirle la verdad o mentirle.
- Pues te esperan en el Salón.
Le cogió de la mano y casi la arrastró por los corredores. Se detuvo, al fin, ante una puerta grande. Dentro de la sala estaban todas sus amigas. Estaban limpias y arregladas. Iban bien peinadas y hablaban entre ellas, sentadas en una mesa que estaba repleta de delicias vegetarianas, pues todos los dríades lo eran. Erika se acomodó al lado de Siena, que se había hecho dos trenzas de raíz con el pelo, ahora limpio y brillante.
- Este sitio es alucinante. Tienes que ver mi baño. Es kilométrico. Y el cuarto es algo así como... alucinante, mete miedo.
La mesa en la que estaban era muy grande y en ella estaban sentadas casi doscientas personas que hablaban entre ellas. Varios criados llevaban los platos de un lado al otro.
Tras un tiempo en el que comieron algo, Talissha se puso de pie y golpeo una copa de cristal con el anillo que llevaba. No lo hizo muy fuerte pero el sonido quedó en el aire hasta que todos se callaron. Cuando el último susurro se apagó, el sonido murió con él, como siguiendo una orden muda. Los presentes miraron a la mujer que estaba de pie con una sonrisa de tranquilidad, a pesar que Erika detectó cierto miedo mezclado con preocupación en los ojos. Toda la sala la miraba esperando a que dijese algo.
- Supongo que no hace falta que os de las grandes noticias, pues bien sé que las sirenas tienen una lengua muy larga- en una charca lejana a la mesa, se oyó una risita- pero mis hijas están aquí y, lo que ellas no saben es que no son unas jóvenes cualesquiera, esas chicas que llevan mi sangre son las Liberadoras.
Primero silencio, luego un murmullo y luego asombro general.
- Imposible- oyeron a un elfo.
- No me lo creo- esta vez un dríade.
- ¿No se supone que serían adultas y estarían bien formadas sobre los mundos en los que vivieron?-intervino una voz.
- Se supone, sí. Pero todos sabemos lo que significa.
Silencio incómodo. Claro que lo sabían, significaba que, en ese preciso instante, estaban en peligro. Nadie estaba seguro. Las miradas de miedo de los presentes se intercambiaban unas con otras. Un elfo en la parte más alejada de la mesa gimió de preocupación.
- Sé que no son lo que se dice buenas noticias, pero son mejores que no tener ningunas. En caso de que explote una guerra, aquí os daremos cobijo y alimento. Si queréis, podéis marcharos a Tandarmia, donde ya se están acogiendo a cientos de gentes de todas partes y razas, no debéis preocuparon por eso, aun, ahora lo importante es saber que pronto el miedo llegará a su fin.
La mención de su colegio, hizo que Arika frunciera el ceño como gesto de preocupación. Temía por sus amigas y por sus seres queridos, como los profesores o los encargados de los animales. Durante los años que no había tenido ninguna, ellos habían sido una especie de familia. Pero ahora que por fin se hallaba con la verdadera, seguía temiendo por ellos sin querer ni poder evitarlo. Era una sensación muy rara, como estar traicionando a una de las dos familias al preocuparse por la otra. Alejó de su cabeza esos pensamientos que le levantaban jaqueca y miró a sus amigas. Suspiró y añadió una nueva familia a su lista. Las chicas eran su familia como no lo eran las demás.
Tras aquellas palabras, la gente se levantó y se dirigió a sus aposentos. Nadie fue una excepción. El ambiente festivo de la cena se había evaporado.

Erika estaba metida en la cama, pero no conseguía conciliar el sueño. Estar sola en una habitación tan grande le conseguía hacer sentir más sola que nunca. Después de haber estado tanto tiempo durmiendo con sus amigas, hablando por las noches y riéndose con ellas. La cama podría haber acogido a unas treinta personas de estatura normal. Las mantas eran cálidas al tacto y olían a algodón de azúcar. Se pasaba las manos por el pelo con nerviosismo y se sintió tentada a pedir cualquier cosa que le ayudase a conciliar el sueño. Unos tenues golpes en la puerta le hicieron bajar de nuevo a la realidad. A continuación, por la puerta se asomó la cabeza Savannah.
- Hola, perdona, no quería molestarte. Es que no sabía muy bien a donde iba, la verdad. Es que, es que no puedo dormir. Me siento sola.
- Bah, yo tampoco. Pasa, ya da igual, estoy completamente desvelada…
Savannah entró a paso ligero en el cuarto y se sentó al borde de la cama. Su mirada estaba perdida entre las estrellas más allá de la ventana. Savannah suspiró separando los labios muy poco y se atusó un pliegue del pijama.
- ¿En qué piensas?-le dijo a su amiga pelirroja.
- En mi casa. Desde la ventana de mi cuarto se ven las estrellas más brillantes. Además, nosotros somos ocho y yo duermo en una habitación con dos de mis hermanas, una pequeña y otra mayor. Jugamos a buscar imágenes en las estrellas. Hemos encontrado de todo. Flores, árboles, lagartos... Les echo de menos... Perdona, debo de estar aburriéndote con estas tonterías- inclinó la cabeza a la vez que esbozaba una sonrisa triste.
- No, no me aburres, al contrario... Yo siempre quise tener una hermana, a veces me sentía realmente sola. No es que le cayese muy bien a la gente, que digamos...
- ¿Por qué? ¿Por qué no les caías bien?
Erika se rió con un deje de amargura.
- Porque era rara. Según ellos era una chica rara. Era diferente, yo nunca pensaba como los demás, no me vestía como ellos, ni me gustaban las mismas cosas que a ellos. Yo prefería leer a ver la televisión...
- Te-le-vi-sión...-repitió Savannah.
- Sí, es una especie de cosa por la que se ven imágenes. Un atrapabobos, a decir verdad. La gente se pasa hora y horas viendo deportes, noticias, series estúpidas... es tan fácil...
- ¿Qué es fácil?
- Caer en su embrujo.
- ¿¡Esta embrujada la televisión esa!?
- No, no. Es que atrapa con sus historias falsas. Las noticias solo cuentan cosas decepcionantes, los deportes son un verdadero aburrimiento, todo el rato gente gritándose como si con la victoria de otros demostraran su fuerza...
- Es decir, como sí te hechizasen para que estuvieses mirando algo todo el día.
- Exacto.
Savannah redirigió sus ojos castaños a la ventana.
- Que simples son los humanos. Les pones algo que les guste y no se separan de ello.
- Mas o menos, pero en esencia es eso mismo.
- Aquí todos somos diferentes. Ser diferente es normal. Bueno, normal no, tienes que ver lo rara que puede llegar a ser la gente.
La chica del pelo miel se rió. Se retumbó en las sábanas y cerró los ojos.
- Este mundo es mejor que la Tierra, excepto por una cosa.
Savannah le miraba esperando la respuesta.
- Que el destino de la Tierra no está en mis manos. A veces tengo tanto miedo de no estar a la altura, de desmoronarme en el último momento, de que algo salga mal...
No quería llorar, pero no pudo evitarlo.
- Erika, no digas eso. Claro que estás a la altura. ¿Sabes lo que daría mucha gente por hacer lo que hiciste el otro día al barco de las almas negras? Se llama exteriorizar la energía interior. Fue, es algo mágico. Tienes todo ese poderío dentro y solo necesitas sacarlo fuera, mostrárselo al mundo, mostrar lo que vales, mostrarte como eres, seas como seas...
- Sav, eso es precioso...
Savannah bajo la cabeza de nuevo. Ese era uno de sus problemas, se sonrojaba tan fácilmente que cualquiera cosa que le dijesen dirigía rubor a sus mejillas. No es que fuese una chica acostumbrada a los halagos, sino más bien a su escasez. Que Erika le dijese eso le hizo sentir importante. Cerró los ojos y se recostó en la cálida cama. Nada para relajarse como un poco de autoconfianza.
- Ese es el problema, que nadie quiere mostrarse tal como es, por miedo a lo que digan, básicamente. Pero yo me preguntó, ¿eso qué más da? En la vida vas a conocer a tanta gente con tantas opiniones distintas, sí hubiese que cambien por cada persona que pensase algo sobre ti...
Cuando Erika miró a la chica pelirroja, se dio cuenta al fin que se había quedado plácidamente dormida. Para sus adentros, sonrió. La tapó con una manta y le colocó un cojín bajo la cabeza. Luego se retumbó y se durmió ella también.

A la mañana siguiente, le despertó la luz del Sol entrando sin ninguna piedad por la ventana. Al lado de la ventana, una chica de pelo naranja, abría las cortina de forma activa y haciendo acopio de toda su fuerza, pues eran verdaderamente pesadas. Erika emitió un quejido y hundió el rostro en la almohada turquesa.
- Buenos días dormilona, ¿tienes idea de qué hora es?
- La de seguir durmiendo- su voz sonó baja pero descansada.
- Es casi la hora de comer- se rió su amiga.
Erika se levantó de golpe. Nunca dormía tanto tiempo, menos cuando había cosas que hacer. Se puso de pie. Se sentía descansada, despejada. Busco un peine en su bolsa y se arregló el pelo.
- ¿Cuanto hace que te has levantado?
- Unos dos minutos. Tranquila, salimos a la hora de la cena. El resto están vistiéndose y Siena sigue remoloneando en la cama. Es una vaga de cuidado- Savannah dibujó una sonrisa, en su cara y en la de Erika.
- Yo voy a vestirme, nos vemos luego.
- Vale, chao.
- ¿Chao?
-Cosas de humanos.
En cuanto Savannah cerró tras de si la puerta, Erika rebuscó la ropa diminuta en su bolsa. El día era templado, pero por el horizonte las nubes anunciaban lluvias. Cogió unos vaqueros, su camiseta verde y una sudadera azul. Las bailarinas que Pandora le había dejado eran cómodas y bonitas. Le gustaban las bailarinas con cintas, pero le daba constantemente la sensación de que se le iban a caer, aunque a ninguna dríade se había salido ninguna, que ella supiese. Se las puso y comprobó que todo estuviese en orden en su bolsa. Las cosas de baño, la ropa y su cámara fotográfica. No le dijo a nadie que la llevaba por si se enfadaban. Pensó que ya que iba a viajar por el mundo más bonito que conocía, inmortalizaría los recuerdos, a sabiendas de que no necesitaban la ayuda de un aparato para eso. Todo lo que estaba viviendo se le quedaba en la cabeza de forma permanente. Los olores, los colores, las formas... Eran cosas eternas para ella, eso no lo iba a cambiar nadie. Se acercó a la mesa donde se encontraba una gran cesta de fruta brillante. Mientras comía manzana, pensaba en aquello, en que se había convertido su vida y en que se acabaría convirtiendo. Un ruido seco la despertó de sus ensoñaciones. Un portazo, un choque, un... golpe. Sí, un golpe, eso era lo que había oído. Sonaba como algo golpeando contra la pared. Algo o... alguien. Se levantó para ver qué pasaba. Pero se le adelantó un ser que entró en su cuarto y se pegó a la pared, haciéndole señas para que se acercase. Siena le obligó a pegarse contra la pared y a mantener silencio. No le hizo falta el don de la Lectora para saber lo que preguntaba con los ojos. La respuesta emitió ningún sonido, fue tan solo un movimiento de labios. Pero cayó en la mente de Erika como si lo hubiese gritado. Nos han encontrado. La muda sentencia le dolió al alma. Aquellos mounstros estaban en el palacio de su madre. Morgana dijo que eso no pasaría nunca. Habían sido lo bastante osados. En la lejanía se escuchó un grito. Luego otro, y otro. La puerta comenzó a abrirse. La chica contuvo la respiración para no hacer ruido, pero hasta en el cuarto contiguo estarían escuchando su desbocado corazón. Cuando la cabeza de un hombre asomó por el interior, Siena la golpeó con tal fuerza que perdió en sentido. Lo que le extraño a Erika fue que no le saliese volando contra la pared del pasillo. Caminaron por encima del desmayado y corrieron a esconderse en una columna.
- ¿Cómo es posible que supiesen que estábamos aquí?
- Algún espía del barco, supongo. Por ahora vamos a salir de aquí. Si nos vamos, seguramente ellos saldrán también. No son muchos, esto es una misión suicida y la Gran Guerrera sabe que no regresaran todos, por no decir ninguno. Vamos, a la salida. ¿Tienes tus cosas?
Erika asintió. En lo que se decía guerra, Siena era la experta. Era una gran luchadora y en aquel momento, lo estaba demostrando.
- No hay mucho hasta esa ventana, saltaremos por ella, espero que este abierta, nos ahorraremos tiempo. Te llevo volando. En caso de que nos ataquen, devuélvesela y si puedes hacer lo que hiciste en el barco... hazlo ¿vale?
Ella asintió, aunque sabía que no podría, para empezar, aun no tenía muy claro que había hecho en el barco. Comenzó a recitar en su mente toso los hechizos de ataque o defensa que sabía. La lista se reducía a seis o siete. Deseos no cruzarse con nadie o, que al menos, Siena supiera que hacer. Alguien le dio un susto mortal por la espalda.
Gritó sin querer.
- Shh, calla que nos pillarán-Pandora se acerco a Siena- Arika, Savannah y Lianna están fuera. Calhina, Korah y Julietta tienen problemas en la habitación de Lianna. Ve a ayudarles, yo me quedo con Erika, me veo capaz.
Siena asintió enérgicamente y movió las alas con potencia. Se alejó de allí volando.
- Vamos, yo defiendo la derecha y tú la izquierda. Sí puedes hacer lo que hiciste en el barco...
- Sí, lo sé, hazlo. ¿Qué hago para defender?- su voz detonaba cierta vergüenza.
- Una el hechizo del Aire “Ijmonia aleja” les lanzará hacia atrás. Concentra la fuerza de tu pensamiento para hacerlo mejor. Vamos.
Y salieron de detrás de la escasa protección que la columna les daba. El pasillo estaba vacío. Hasta que llegaron a la mitad. Por el lado de Pandora, un ser indefinido, como una sombra con alas ambarinas, se lanzó a por ellas. El grito de Pandora lo paralizó al instante. Cogió a su compañera por el brazo y, literalmente, saltó por la ventana. Erika se tapó la cara con los brazos y gritó. Pero no llegaron al suelo. Cuando sus ojos se abrieron de nuevo, estaba suspendida en el aire y Pandora sujetaba su muñeca con esfuerzo. Se sentía como si el hombro de se fuese a descoyuntar. Le preocupaba que debido a su peso, Pandora la soltase, pero llegaron al suelo cuando sus dedos comenzaban a aflojarse en su muñeca. Les falto poco para besar el suelo. Lianna se acercó a ellas. Había estado llorando. Su antebrazo presentaba y feo corte. Pandora la sujetó por la cintura y los hombros. Savannah vendaba el tobillo se Arika.
- Me lo he dislocado- lo dijo con mas rabia que dolor- nos hemos caído donde se rompieron los cristales. Esperó que Calhina salga pronto, ella le sabrá curar el corte a Lianna.
Si es que sale… Una vocecita maliciosa susurró esas palabras en la cabeza de Erika. No. Iban a salir y todo acabaría. Los minutos pasaron y el resto del grupo no daba señales de vida. El aire estaba tenso. Las respiraciones eran cada vez mas pesadas. A falta de nada mejor, el corte de Lianna estaba rodeado de trozos de tela que pertenecían a un vestido. Pandora oteó el horizonte con nerviosismo y se mordió el labio inferior. Por fin, se oyeron las voces de Calhina y Siena recitar algo así como un hechizo, seguido de un golpe.
- Esa ventana esta cerrada con un conjuro, perderán mucho tiempo en abrirla- Pandora se mostró frustrada.
- A no ser…-Arika no acabó la frase.
- Que la rompan-la remato Savannah.
No tuvieron mucho tiempo para pensar más. El golpe que Siena descargó contra la ventana resonó en el aire húmedo unos instantes, como un eco de su hazaña. Los trozos de desparramaron por el suelo. Las tres chicas salieron fuera. La mano de Siena estaba recubierta de sangre desde los nudillos a la muñeca. Apenas tuvo las fuerzas bastante para llegar al suelo, agarrarse el brazo y chillar de dolor.
- ¡Cal, ahora no atiendas a Lianna, Siena se está muriendo!- Erika se inclinó sobre ella.
Un gemido de la chica apresuro a Calhina en vendar la herida de su prima. Luego agarró la mano de Siena y la estudió con atención, mientras ella hacía un esfuerzo por aguantar las lágrimas. Calhina sacó un bote de bolsa y vació la mitad de su contenido en la herida. Luego la vendo con algo que parecía una venda de… seda o telas de araña. O las dos cosas. Siena comenzaba a calmarse. Respiraba con dificultad pero el corazón bajo el ritmo y se relajó.
- Como nos han encontrado- exigió saber Lianna.
- Espías del barco, seguro, no hay otra manera. Pero es que han venido muy rápido, no han esperado ni un día. Además no hemos tenido ni tiempo d pedirle a un elfo, sílfide o náyade que nos acompañara. Esto era una misión suicida. Nadie iba a salir de allí, Talissha capturo con facilidad a la última persona, la que nos seguía a nosotras- pensaba en voz alta Julietta.
- No entiendo nada.
- Ahora solo podemos hacer una cosa. Reanudar la marcha y llegar cuanto antes al Reino Sílfide. Allí no pueden atacar, hay demasiados guerreros y los machacarían. Venga, no os demoréis mas- Siena ya había comenzado a caminar-no hay tiempo.
Tiempo. El tiempo era algo últimamente que faltaba en todas partes, nunca había tiempo. No había tiempo que perder, ni siquiera para que Erika conociese un poco a sus padres. Se giró y vio que las ventanas estaban iluminadas.
- Eso es que están bien-le susurraron al oído.
Se sobresaltó y Pandora rio amargamente por lo bajo. Asustar a Erika resultaba tan fácil como divertido y malvado. Caminaron en silencio. El tiempo era algo tan complicado de conseguir como simple de perder.

1 comentario:

  1. ¡Esperando el cap. 6 ansioso!! Te sigo :)
    Si quieres pásate por mis blogs:

    >> www.blogselenita.blogspot.com

    >> www.myreallyshortstories.blogspot.com

    P.D.: Me envía el elefante verde (?)

    ResponderEliminar